Kolbebasar profundizó en la dimensión constructiva arquitectónica de lo coreográfico: se trataba nuevamente de una «acumulación» de piezas coreográficas autónomas ordenadas a modo de «exposición móvil»: «Cada composición acerca la danza a una especie de construcción arquitectónica. Imágenes y movimientos viajando en el espacio, creando efectos simétricos, caleidoscópicos.» La referencia plástica (la escultura de una mujer de George Kolbe) estaba ahora presente en el título, que en cierto modo compensaba la referencia dinámica del asignado a su primera composición. Pero el dinamismo seguía siendo esencial en la construcción coreográfica y Margarit concebía la estructura del espectáculo como «un flujo de movimientos que se intercambian y se superponen, una especie de puzzle dinámico». Daba la impresión de que se imaginara a sí misma como la diseñadora de un plano de flujos: de todos los planos que un arquitecto debe elaborar para el diseño de su obra (planta, instalaciones…), éste (la previsión en términos cuantitavos de las personas que van a usar el edificio) es el que más se acerca a la dimensión del espacio como espacio vivido y, por tanto, el que permite una aproximación más clara entre la arquitectura y la coreografía.

La crítica del momento se sintió fascinada por la precisión de aquella coreografía que funcionaba como un mecanismo de relojería, construida a base de movimientos precisos que eran retomados, repetidos y variados por distintas bailarinas para componer un fluido circular y continuo, recibido como la traducción física de una fuga musical. No hay que olvidar que en esos años, la danza contemporánea europea vivía aún los efectos del minimalismo. Mudances recibió con este espectáculo el gran premio del concurso coreográfico de Bagnolet, otorgado por un jurado del que formaba parte Lucinda Childs. Si bien el minimalismo de Margarit no procedía de forma directa del minimalismo americano, ni tampoco de las más recientes versiones del minimalismo europeo (con quien no obstante tenía más conexiones) desarrollado por Jan Fabre o Anne-Teresa de Keersmaeker (quien en 1985 había presentado en Barcelona su memorable Rosas danst Rosas). Obviamente, el minimalismo estaba en el ambiente cultural del que Margarit bebía, pero los modelos no eran inmunes a las diferentes implantaciones geográficas.

José A. Sánchez,
Universidad de Castilla-La Mancha.