“Ese tiempo que no es exactamente el pasado tiene un nombre: es la memoria.”i G. Didi-Huberman, Ante el tiempo (2000)

18 de octubre 2012. Apenas unos minutos después del mediodía, un hombre de casi noventa años realizaba desde la ciudad de Pachuca, Hidalgo la primer llamada recibida para el proyecto Lo que viene, y que consistió en el relato inaugural que repasaba – desde un lugar sujetivo y muy personal- el último sexenio mexicano de un gobierno fuertemente marcado por la extrema violencia gracias a una interminable guerra entre el Estado y distintos grupos armados vinculados al negocio del narcotráfico, y que en su paso ha cobrado un altísimo número de víctimas entre muertos, desaparecidos, lesionados y desplazados (sin incluir a los sobrevivientes que de una u otra manera han sido afectados en medio de esa confrontación). Así, en medio de este panorama nacional, el hombre habló de su recuerdo más importante y del acontecimiento más significativo que había vivido en los últimos seis años y que –aparentemente- nada tenía que ver con la situación de violencia general: la reciente y repentina muerte de su mujer, la manera en que ésta afectaba a su familia y la forma en que la recordaba y soñaba. Con este relato inició una emotiva y sorprendente experiencia de encuentros y escucha, de reflexión y reconocimiento, de acción y de espera, donde afortunadamente se abrían –desde el punto de vista personal, por lo menos- dimensiones impensadas e insospechadas de lo teatral y de lo escénico, de lo grupal y de lo político, para repensar y reubicar el lugar y el trabajo de Teatro Ojo como grupo artístico, y de uno mismo como sujeto del arte. Durante diez días transformamos un reconocido teatro de la Ciudad de México -teatro El Galeón- en un espacio para recordar y despedir los últimos seis años de un mandato presidencial que terminaba sus días dejando tras de sí –pero presente aunun doloroso recuento de sucesos violentos. Acompañados de los diarios impresos pertenecientes al sexenio que estaba por terminar por el periódico impreso La Jornada (el único que aceptó vendernos en papel todos esos números) buscábamos dinamizar nuestras propias memorias con el constante repaso de notas, de imágenes, de anuncios, y que en su propia forma anacrónica nos permitía ubicar algo de un presente difícil de comprender. Una primera confrontación entre el tiempo gráfico narrado -vuelto verídico- de la información impresa, con el tiempo de nuestras propias reconstrucciones delimitadas por el alcance de nuestros recuerdos. Ahí mismo, una mesa para calcar o dibujar aquellas imágenes que uno decidiera. Como paisaje sonoro, una mezcla entre el recordatorio del ejercicio que interesaba a Teatro Ojo y la urdimbre de cosas relatadas: recuerdos, sueños, premoniciones, opiniones, preocupaciones, deseos, miedos, etc. Y entre todas estas cosas, cinco micrófonos que invitaban a la gente a hablar, a ser escuchada en vivo, grabada y constantemente retransmitida, adentro y afuera del teatro. Nosotros, Teatro Ojo, lanzamos una serie de preguntas en torno a cómo se habían vivido -o se vivían- los días de ese sexenio; preguntas que buscaban en principio dirigirse a la figura de la persona presente, pero pretendían también ser contestadas -en en un afán por pensar lo colectivo- por quienes habitan o habitaban este país. Contestadas desde lo singular, queríamos que aquellos relatos se entrecruzaran con nosotros mismos, con los demás espectadores, con quienes estuvieran cerca del teatro y lograran contaminar con sus palabras todavía más allá, como en una caja de resonancia. Lejos de historias oficiales y de información legitimada por los medios de comunicación, la intención fue abrir el espacio teatral como posible foro público (ágora) donde pudiera dibujarse otra historia narrada desde la voz y la presencia de quienes participaran in situ de aquella experiencia a través del simple hecho de acompañarnos, de hablarnos, de compartirnos algo propio, contándolo. Se buscaba una pausa, un paréntesis en el continuo quehacer de la producción teatral como producto y mercancía cultural, y así, extender el escenario hacia un ejercicio de conversación que nos confrontara –aunque de forma efímera- con nuestro propio contexto. Como eco narrador narrador de aquellas reflexiones de Walter Benjamin en torno a nuestra crisis moderna – -y contemporánea- para producir y compartir experiencias comunicablesii, nuestro deseo pasaba por permitir/nos encuentros donde tuviera lugar aquello vivido por otros, aquello visto, escuchado, padecido, pensado, deseado, imaginado o soñado por otros. Atrevernos a reinventar la necesidad del habla y de la escucha, del relato que pasa “boca a boca”, de la presencia que aparece en el decir, de la experiencia que se produce cuando uno “presta oídos”, de la memoria y transmisión posibles de acontecer en medio de este ejercicio. Que el artificio de aquel espacio y de aquella disposición lograra de esos relatos una otra posibilidad a lado de aquella “gente (que) volvía enmudecida del campo de batalla”iii. Después la pregunta en torno a qué decimos cuando pronunciamos la palabra “comunidad”. ¿Qué de lo común permanece en la noción de país, de nación, después de estos últimos años de desastres violentos? ¿Qué fantasmas emergen cuando decimos lugares como Ciudad Juárez, Torreón, Monterrey, Puerto de Veracruz o Morelia, por nombrar sólo algunos? ¿Qué panoramas podíamos percatar de aquello que tomaba forma en una imagen vuelta narración: écfrasis? En lo efímero de aquella experiencia, Lo que viene era también una disposición de imágenes singulares compartidas según quien hablara; un tener-lugar, un surgimiento, “una manera manantial” como lo expresa Giorgio Agambeniv, que se iba dando en nuestro afán de pensar y trabajar con cualquiera. Así, repartidos en diez días aparecieron mundos distintos, emergentes, en mujeres y hombres, en más jóvenes o más viejos, en pensar la familia, soñar la frontera, el Popocáteptl, recordar Zacatecas, presentir el fin del mundo, gritar el odio al presidente de la República o extrañar un barranco habitado por luciérnagas… Tal vez como ese saber-luciérnaga pensado por Didi-Hubermanv -esos brillos efímeros condicionados por su muerte y desaparición, pero capaz de producir distintos encuentros- aparecían aquellos relatos y nuestras mismas presencias, en algo que tal vez tenga la fuerza para organizar el pesimismo creado por nuestras propias premoniciones. Por ahora quedan el placer y la emoción de haber estado ahí y haberlos acompañado, escuchándolos. (Pero al mismo tiempo, la responsabilidad incómoda e inestabilizante de guardar esos relatos, de preguntarnos qué dicen hoy. ¿Qué somos a un año y medio de esa experiencia? ¿Qué ha cambiado y qué permanece igual? ¿Qué sigue?)

Notas

  1. Didi-Huberman, Georges. Ante el tiempo. Adriana Hidalgo editora. Buenos Aires, 2005. Trad. Oscar Antonio Oviedo Funes
  2. Benjamin, Walter. El narrador. ediciones/metales pesados. Santiago de Chile, 2008. Trad.: Pablo Oyarzun R.
  3. Ibíd.
  4. Agamben, Giorgio. La comunidad que viene. Pre-Textos. Valencia, 2006. Trad. J. L. Villacañas y C. La Rocca.
  5. Didi-Huberman, Georges. Supervivencia de las luciérnagas. Abada Editores. Madrid, 2012. Trad. Juan Calatrava