La escritura dramática de historias se vuelve particularmente clara en las obras de Beatriz Catani. En toda su producción, ella juega dialécticamente con el pasado y el presente. No teme personalizar a la muerte con veracidad, y en ese caso no habla sólo acerca de la fuerte simbología de los cuerpos desaparecidos durante la dictadura militar, sino también de la muerte universal, que marca toda la historia argentina como un pecado original.

Cuerpos abanderados trata sobre dos hermanas y un cadáver, que es restituido a su pueblo natal luego de una ausencia de años. Este cadáver es la prueba de los sucesos ocurridos en el país, pero al mismo tiempo es una ofrenda. Con esta referencia al terrorismo de Estado no se hace mención sólo a la época de la dictadura militar, sino sobre todo al terror, que hace imposible la vida en el seno de las instituciones y asfixia aquel tipo de democracia desde sus comienzos. De este modo, no sólo el lenguaje no es, en el seno de la obra, un medio de acuerdo. Es puesto en cuestión, sobre todo su carácter de medio de comunicación: ¿de qué modo el hombre deberá utilizar el lenguaje, cuando el lenguaje de los medios, que es el discurso que debe ser particularmente abierto, consiste en mentiras y en un tipo de relación ficcional?

Las obras de Catani constituyen una respuesta oportuna a la búsqueda de Diedrich Diederichsens de una demarcación contemporánea entre la comunicación estética y política. En la medida en que ella inventa biografías abstrusas, monstruosas, que podrían surgir de una aguafuerte de Goya, está proyectando la representación de la moderna decadencia de la maldita Babel. Catani se ocupa –como ninguna otra de las escritoras de su generación- con mitologizaciones de la crueldad, que van más allá de las alusiones al régimen militar. En Todo crinado ella construye una figura femenina, que acompaña toda la obra con comentarios casi inentendibles, al modo de los coros de las tragedias griegas. Se trata de una antigua vecina, una mujer india que está siempre embarazada, y es violada por el dueño de casa, un general del siglo XIX. Encerrada para siempre en una especie jaula para gallinas, gime con florida retórica, que se vuelve crecientemente inteligible: ella cita las palabras de los héroes de la historia argentina, que son impresas en negrita en los libros escolares. Los salvajes sórdidos y gimientes constituyen figuras horribles: gauchos modernos, en quienes se reconocen las estructuras de lo que actualmente ha explotado.

El trabajo de Catani de la mitología constituye un juego tenebroso con referencias al pasado y al presente. En medio de estas alusiones locales pueden esconderse imperceptiblemente citas de Ofelia, Lady Macbeth o Antígona. En Ojos de Ciervo Rumano se trata de una relación padre-hija bizarra. El escenario simula una plantación de naranjas, en la cual los frutales están apestados por una extraña enfermedad: la así llamada tristeza de los cítricos. El intento del padre de emprenderla contra esta inexplicable enfermedad, es puesto a prueba en primer lugar en la hija: de este modo no se transgrede tan sólo aquella lógica botánica, sino ante todo las reglas de las relaciones familiares. El padre ejerce un poder cruel sobre la niña, quien deja pasivamente que se realicen todos los experimentos sobre ella. En esta relación surge la perversión perfecta de un infanticidio, una alusión a Ifigenia en Aulis, quien se dirige a la muerte voluntaria y alegremente, para salvar la vida del adulto descarriado. En la obra de Catani se trata del padre que ofrenda sus hijos sin futuro, o que hace de sus hijos una ofrenda a la falta de futuro: el destino moderno de los no-productivos, de los ineficientes.

El potencial político de las obras de Catani consiste en el ciframiento de mensajes, que intencionalmente exigen al público demasiado esfuerzo. Paralelamente a la lengua hablada, cada movimiento, cada juego con las manos, cada mínimo gesto significan un aporte para el horror que crece a través del malentendido. El mismo horror que todo el pueblo del país despilfarra diariamente. Una crisis de representación en el teatro de un país cuya vida política se ha vuelto una tragedia.

El teatro más joven de Buenos Aires es un triste y renovado juego sobre el eterno retorno de lo mismo. En esta tierra sacudida por la crisis el teatro gira más que cualquier otro género artístico sobre una “supervivencia en el límite del escándalo”. Del mismo modo que ocurre con la desesperación en El Dios de las cosas pequeñas, de Arundathi Roy: “en la tierra de la que ella proviene todo lo que ocurre siempre es peor”.