The absolutely desperate current state of affairs fills me with hope.
Karl Marx
EN EL TIEMPO QUE QUEDE POR VIVIR
En 2007 la Universidad Carnegie Mellon organizó un ciclo de conferencias titulado Última conferencia, para el cual se les pidió a varios profesores que hablaran sobre lo que realmente tenían en mente en esos momentos. Si tuvieran que dar la última conferencia de su vida, ¿cómo sería hacerlo y sobre qué tema? La invitación de la universidad, con sus implicaciones retóricas de determinación, estaba claramente dirigida a desafiar a los profesores excitando su imaginación para darle un valor añadido a las intervenciones. Sin embargo, ese desafío tomó un cariz completamente distinto en septiembre de 2007 con la conferencia titulada “Alcanzando los sueños de tu infancia” presentada por Randy Pausch, profesor de ciencias informáticas de la Universidad Carnegie Mellon. Después de declarar que había sido diagnosticado de cáncer de páncreas terminal y que solo tenía medio año de vida, el profesor comenzó a hablar de manera optimista y divertida sobre los sueños de su infancia, a la vez que hacía acercamientos a la informática y aconsejaba sobre la creación de colaboraciones multidisciplinarias, el trabajo de grupo y la interacción entre personas. Todo eso acompañado por lecciones de vida encantadoras y hasta flexiones en plancha sobre el escenario. Su conferencia atrajo de inmediato la atención de los medios. El vídeo de la conferencia se convirtió en un éxito en las redes sociales como YouTube, Google Video, etc. y, en unos pocos días, la próxima publicación de la conferencia en un libro se valoraba entre los seis y siete millones de dólares1. Su historia desembocó en el inevitable espectáculo donde la empatía y la compasión crecieron al mismo tiempo que el valor de mercado. Esta historia contenía todos los elementos necesarios de la tragedia: un hombre bien parecido, profesor de éxito, en los 40 y con tres niños pequeños, se enfrenta a la evaporación del tiempo que le quedaba. La razón por la que estoy empezando mi ensayo-pronóstico con esta historia en particular no está alejada de la empatía con el peso insoportable de la mortalidad, pero se debe a que hay algunas coincidencias en la historia que nos pueden revelar las interesantes relaciones entre la idea de colaboración y la manera en que experimentamos actualmente el tiempo. Otro hecho de esta historia que llama realmente la atención ocurrió en el momento en que el profesor Pausch, ya una celebridad, estaba luchando contra su enfermedad terminal. En medio de la algarabía en la que fue aumentando la empatía colectiva junto con el monto del beneficio que se esperaba de sus obras, Pausch accedió a dar otra conferencia en la Universidad de Columbia en la que habló sobre la gestión del tiempo. Habló de formas más eficientes de hacer uso de este, de cómo crear planes manejables, calendarios múltiples, reuniones eficaces y de cómo irse a la cama con una bandeja de entrada vacía. Esto era algo en lo que Pausch había sido un experto durante toda su vida pero, por supuesto, adquiría una dimensión completamente diferente, mucho más metafísica, cuando él decidió aceptar la invitación. La filósofa Renata Salecl, quien escribió sobre esta historia en una columna periodística, describe la obsesión con la gestión del tiempo como un intento desesperado de mirar detrás de la máscara insoportable de la muerte. No hay ningún misterio detrás del hecho determinado de la muerte o –cualquiera que sea nuestra estrategia– detrás de la gestión obsesiva del tiempo o del rechazo a todas las planificaciones de este; cualquier estrategia es igualmente improductiva (Salecl, 2008). Pausch luchó valerosamente contra su enfermedad y murió en julio de 2008, un mes después de que este texto apareciera por primera vez como intervención en el marco del ciclo de conferencias Pronósticos… El último periodo de su vida está curiosamente rememorado por el libro La última conferencia, el cual, además de proporcionar directrices optimistas para la vida, se ocupa también del tema de la colaboración y las formas de trabajar juntos en la investigación y la gestión del tiempo. Extraña combinación de temas puestos en el mismo espacio con el hecho de un pronóstico inevitable sobre la vida y que no es el resultado de ninguna estrategia de publicación ni tampoco una simple coincidencia. Esto también puede ser entendido como un síntoma peculiar que revela la extraña relación entre el tiempo y el trabajo en colectivo, una relación que es una necesidad hoy en día: en la sociedad contemporánea, trabajar en colectivo no puede concebirse separado de la gestión del tiempo. Quisiera establecer que existen importantes razones económicas, políticas y filosóficas en la actualidad para el hecho de que la colaboración sea entendida como una constelación temporal, una que exige una gestión perfeccionada del tiempo, la organización y la división. Desde la perspectiva de la economía política contemporánea, los procesos de trabajo en colaboración están íntimamente relacionados con la planificación del tiempo ya que el capital contemporáneo no solo se entiende como una medida, sino también como una progresión: la economía política contemporánea posee un rasgo innovador que le pertenece en sí misma. Como dice Toni Negri, vivimos en el “tiempo de la administración“, donde el progreso es la representación de un proceso que avanza a saltos hacia adelante, en el que todos los factores pueden ser referidos a una proporción. La diferencia es entonces solo cuantitativa y la unidad del proyecto está establecida incluso antes de su articulación (2003: 102). En otras palabras, todos nosotros nos comportamos continuamente como si estuviéramos en una carrera particular (con muchos plazos determinados que superar) donde una meta abstracta define el presente del proceso, su dinámica temporal, el modo en que el proceso es articulado, implementado, medido. En ese sentido, la identificación colectiva con lo definitivo del tiempo que nos queda por vivir es aún más comprensible: nace de la repentina y totalmente desesperada imposibilidad de la proporción, de la terrible experiencia de la desesperada impotencia en la administración de nuestra vida. “¿Qué es el tiempo, entonces? Yo sé muy bien qué es el tiempo si no se me pregunta al respecto, pero si alguien me pregunta qué es el tiempo y quiero explicarlo, quedo confundido” (en Negri 2003). En esta declaración, San Agustín conecta la dificultad de articulación con la comprensión ontológica del tiempo, con el tiempo estrechamente relacionado, en su pensamiento teológico, con el misterio de la divinidad. Si nos acercamos a su declaración desde una perspectiva contemporánea, nos encontramos con que, hoy en día, esta inefable comprensión ontológica del tiempo es remplazada por una idea manejable y explicable de este. Esto significa que la experiencia contemporánea de tiempo está contenida dentro de nuestro conocimiento de qué es el tiempo (o “cuál es la naturaleza del tiempo”). Esta experiencia también puede relacionarse con la frase común: lo siento, no tengo tiempo, que, por supuesto, no es más que otra descripción de nuestra experiencia general de este. La aceleración actual del tiempo, que es el resultado de los procesos industriales, económicos y científicos de los últimos dos siglos, no solo ha disuelto las coordenadas espaciales de los procesos de trabajo, su territorialidad inmóvil y estática, sino que también ha cambiado los modos de individuación de los sujetos contemporáneos. Jameson (1999) señala que la temporalidad contemporánea es esquizofrénica, es una temporalidad del presente, que carece de cualquier conexión fenomenológica para poder conservar el pasado y anticipar el futuro. Sin embargo, la experiencia del sujeto contemporáneo y la individuación del ser humano se conforman a través de experiencias (paralelas y con varios niveles) en tiempo presente. Estas experiencias, a pesar de la posibilidad de la apertura y la liberación, tienen que ser cuidadosamente planeadas y tener una estructura temporal particular y efectiva. Esa experiencia caótica y de varios niveles debe ser racionalizada con procedimientos operativos y eficaces que sometan necesariamente las experiencias subjetivas a la meta común. Esta idea puede también ser defendida con la importante máxima del trabajo inmaterial de las últimas décadas: la máxima de “trabajar en colectivo”. Como Florian Schneider afirma, el trabajo en colectivo o el “trabajo en equipo” han sido conceptos claves en la cambiante atmósfera política y económica de esta última década, y la colaboración se usa muy frecuentemente como sinónimo de cooperación. Sobre la base de la comprensión de la teoría de la gestión que, en el entorno de trabajo en equipo, supone que las personas deben entender y creer que el acto del pensamiento, la planificación, las decisiones y acciones son mejores cuando se realiza en cooperación con los demás, el trabajo en equipo sirve como una noción clave para el éxito, siguiendo la famosa máxima de Andrew Carnegie de principios del siglo XX: El trabajo en equipo es la capacidad de trabajar en colectivo hacia una visión común, la capacidad de dirigir los logros individuales hacia objetivos organizacionales. Es el combustible que permite a la gente común lograr resultados más allá de lo común (en Schneider 2007). Sin embargo, el trabajo en equipo, como escribe Schneider, también representa el sometimiento de los trabajadores a un individualizado y omnipresente régimen de control. El concepto de grupo sustituye al clásico capataz como fuerza disciplinaria. En vez de lograrse mediante la represión, la rentabilidad se incrementó a través de la presión de los compañeros y la identificación colectiva de grupos relativamente pequeños de varios compañeros de trabajo preparados para diversas tareas (Schneider, 2007). El trabajo en equipo es, por lo tanto, parte de la administración obsesiva del sujeto neoliberal que, paradójicamente, tiene que estar libre de sus limitaciones internas, ser creativo, innovador y virtuoso. Un sujeto que, al menos desde finales de los años 60 en adelante, ha sido capaz de revelar sus deseos subconscientes y liberarse de la sensación permanente de la mortalidad. Al mismo tiempo, este sujeto creativo y generador de valores, está libre de las restricciones de la sociedad, de las dificultades que plantean las diferencias y la otredad. No solo pueden él o ella trabajar libremente con otros, sino que la otredad se convierte en valor en la co-operación. En esta administración obsesiva del ser del sujeto, la negación solo se permite de vez en cuando; de vez en cuando es posible escapar, tal vez en las vacaciones, en las drogas o, por desgracia, en el hospital. Como argumenta Guattari, el ser humano está hoy en día frente a una brutal intensificación de los procesos de individuación, donde los estilos de vida se vuelven obsoletos incluso antes de que seamos capaces de absorberlos. De esta manera, la dispersión molecular del tiempo ha liberado la subjetividad subconsciente y finita, implementada en las interminables paradojas existenciales. Al mismo tiempo, sin embargo, uno se ve obligado a vivir en un constante estado de tensión, al borde de la exasperación, y es este estado el que da lugar a las posibilidades de la invención. Asimismo, el proceso se intensifica aún más por el hecho de que esta tensión agravada y el poder de invención acelerado no solo nutren al capital sino que de hecho constituyen su principal fuente de valor, su inversión más rentable (Rolnik, 2008). La paradoja es que la fuerza de trabajo inmaterial, en la que tantas esperanzas para la colaboración se ha invertido en la última década, está, como Matteo Pasquinelli irónicamente expresa, en una especie de “guerra civil inmaterial” y no en una lucha contra las nuevas formas de explotación: Es la conocida rivalidad entre el mundo académico y el mundo del arte, la economía de las citas, la carrera de las fechas límite, la competencia para los festivales, la envidia y la desconfianza entre los activistas. La cooperación es estructuralmente difícil entre trabajadores de tipo creativo, donde una economía de prestigio opera del mismo modo que en cualquier sistema del estrellato –¡por no hablar de los filósofos de la política!– y donde las nuevas ideas son confrontadas, involucrando frecuentemente a sus creadores en una pelea (2007). Entonces, ¿podemos imaginar un modo diferente de colaboración que no necesariamente termine en no tener tiempo para nada, justo en el punto en que realmente empezamos a colaborar? ¿Podríamos colaborar sin ninguna fecha límite en el horizonte ya sea revolucionaria, corporativa o metafísica? Como sostiene Schneider, la cuestión es cómo las nuevas dimensiones del trabajo en colectivo pueden ser reflejadas, concebidas y al mismo tiempo alejarse de las “relajadas y bien intencionadas estrategias del anti-autoritarismo por un lado y la fuerza bruta empleada para coaccionar la cooperación por el otro” (2009). Entonces, ¿qué hace transformadora la colaboración y cómo los sujetos que colaboran realmente logran producir un cambio? EN EL TIEMPO QUE QUEDE POR TRABAJAR Hoy en día es tan difícil pensar en la colaboración como un proceso transformador precisamente porque hay un cierto exceso de esta en nuestra vida diaria: casi nos hacemos visibles solo en la colaboración. La colaboración es una cuestión clave, no solo en la política (lo cual es de alguna manera cínico, dado el otro significado de “colaboración”, relacionado con la traición) sino también en la economía y la cultura contemporáneas. La colaboración está estrechamente relacionada con la movilidad en la flexibilidad del trabajo contemporáneo, e incluso parece estar inscrita en el valor del trabajo ya que se basa en la producción y el intercambio constante de comunicación, relaciones, signos y lenguajes. La colaboración coloca a la gente en el (tiempo) presente; es solo a través de la colaboración, en el cambiante mapa de los lugares, que la gente puede de hecho llegar a ser visible en el presente, donde constantemente van aportando al flujo actual del dinero, el capital y los signos. Curiosamente, lo contrario puede ser encontrado la mayoría de las veces en la misma comunidad de trabajo que permite esta movilidad contemporánea: cada vez más las personas o los grupos “no colaborativos” o “no pertenecientes” se mueven en los canales invisibles y fatales de la ilegalidad, la pobreza, la invisibilidad y el escape. Podemos decir que la colaboración, la comunicación y la conexión pertenecen a los campos más fetichizados de la actualidad. Como escribe Paolo Virno, las habilidades fundamentales de un ser humano se encuentran ahora en la vanguardia de la producción, con el lenguaje, el pensamiento, la autorreflexión y la capacidad de aprender como las principales características del trabajo público actual. La producción contemporánea consiste en compartir hábitos lingü.sticos y cognitivos (es decir, en el caso del intercambio afectivo e intelectual de conocimiento), y es el elemento constitutivo de la producción de trabajo post-fordista. Todos los trabajadores entran en la producción tanto como hablan y piensan. Esto no tiene nada que ver, aclaro, con la profesionalidad o con los antiguos conceptos de habilidad o destreza: hablar y pensar son hábitos genéricos del animal humano, lo contrario de cualquier tipo de especialización (Virno, 2004: 41). Para Virno, esto puede ser descrito como el intercambio preliminar, que es en sí mismo la base de la producción contemporánea. En su opinión, la idea de compartir se opone a la división tradicional del trabajo. Ya no hay criterios técnicos objetivos para regular el trabajo en conjunto, para definir la responsabilidad de cada trabajador en su propia esfera especializada. O, como expone Virno, “la segmentación de los criterios es en vez de eso explícitamente arbitraria, reversible, cambiante” (2004: 41). En este sentido, la interesante noción del proceso de compartir también se puede interpretar como una manera de entender la colaboración como un intercambio de diferencias, creaciones e innovaciones y no como una división jerárquica de tareas. El problema para Virno surge, sin embargo, cuando ese intercambio no tiene ningún efecto político, y no afecta ningún cambio dentro de una comunidad política. “El carácter público del intelecto, cuando no ocurre en la esfera pública, se traduce en la proliferación sin control de jerarquías sin fundamento, ya que están prosperando” (41). Esto influye en la aparición de una forma despiadada de individuación en términos de subyugación completa del ser del trabajador o, en palabras de Virno, resulta en una “dependencia personal” que ya he analizado en el capítulo anterior. El estatus fetichizado de la colaboración también puede decirnos algo sobre lo que Virno define como la “esfera no-pública pública”, que refleja el carácter unidimensional de las redes globales y los canales de comunicación. Debido a que esta esfera no es una esfera política, la esfera nopública pública así creada puede producir las consecuencias más devastadoras: alucinaciones colectivas de miedo, formas ocultas de superstición y paranoia general (Steyerl, 2007: 17). O bien, si aplicamos esto a la noción de colaboración: cuando la colaboración falla en no provocar el cambio dentro de la esfera pública, no es parte de la res publica y puede producir formas de opresión sin restricciones. Parece ser que hay algo en nuestro ritmo diario, en la forma en que experimentamos este intercambio de lenguaje y pensamiento, que nos pone en un estado de constante movilidad, flexibilidad y precariedad, donde solo es estable la fecha límite para trabajar juntos, y donde el espacio se genera como consecuencia de la movilidad. En 2006 Eleanor Bauer, una coreógrafa y bailarina estadounidense, completó su investigación sobre la comunidad de danza de Bruselas, ciudad donde radica. En su texto aborda con humor la noción de movilidad de los artistas contemporáneos del performance, el cambiado estatus de este trabajo flexible y sin cuerpo, y el valor de la comunidad que ha resultado de esa movilidad colaborativa de los artistas. Además de ofrecer descripciones pintorescas de la movilidad del artista contemporáneo, con el obligado ordenador Mac y los múltiples cepillos de dientes, uno de los últimos párrafos de su investigación lo describe de la siguiente manera: El artista es en sí mismo/a un recurso, un nodo localizado de actividad y centro de información que procesa y produce en los intersticios de la cultura y la comunidad. En un modelo neo-colectivo o postcolectivo, los artistas que se mantienen a favor del compromiso con la comunidad deben mantener una fuerza muy orientada a lo individual y a la productividad sin dejar de estar conectados con el mundo y entre sí, cada uno muy diferenciado y a la vez en colaboración constante con un red mayor de otros individuos creativos y productivos que apoyan y se comprometen con los intereses del otro. Esta descripción es ambiciosa teniendo en cuenta lo que demanda en términos de tiempo y energía, y generosidad, por supuesto, ya que no se nos paga por mantenernos en contacto incluso cuando nuestro trabajo depende de ello (Bauer, 2007: 67). Preguntémonos, sin embargo, ¿de dónde viene realmente esta descripción exacta del artista del performance muy ambicioso? ¿No podría ser esta precisamente la descripción del trabajo colectivo contemporáneo, equipado para un alto rendimiento continuo? ¿Ese alto rendimiento de un trabajador siempre crítico y activo, cuya subjetividad está totalmente sometida a los modos de producción capitalista contemporáneos? El hecho de que él o ella tengan una cierta generosidad, e incluso puedan colaborar de forma gratuita, no los salva de las formas contemporáneas de explotación. Todo lo contrario: esta generosidad se convierte en el valor agregado de pertenecer a una comunidad productiva discursiva y cultural. La generosidad lo coloca a él o ella en el centro de la modalidad contemporánea de la individuación, donde lo que se exige del sujeto es precisamente tiempo extra y energía. ¿Esa descripción no pudiera ser entendida también como la descripción de un artista que lucha desesperadamente contra un exceso de colaboración, con la publicidad de su trabajo que, al mismo tiempo, no es público en absoluto (excepto quizá en un pequeño círculo operativo especializado que delega el valor en unos y otros)? En la última década, la colaboración se ha convertido en una cuestión clave en el vocabulario de los bailarines, coreógrafos y otros artistas de la actuación en vivo. Hay muchos espectáculos que tratan sobre la colaboración así como conferencias y charlas sobre esta cuestión. La palabra aparece, como Myriam Van Imschoot escribe en una de sus cartas sobre la colaboración en la danza contemporánea, “más a menudo de lo que uno espera: ha ganado el valor de una frase con gancho”. Sin embargo, “¿hablamos más sobre la colaboración porque los hacedores de la danza colaboran más que antes, por ejemplo, más que hace una década?” (Van Imschoot y Le Roy, 2004: 62). El interés forzado en la colaboración podría haber estado relacionado, por supuesto, con los cambios en la comprensión de la subjetividad artística. La subjetividad del artista ya no entendida como una subjetividad singular centrada en sí misma. El proceso de la creación artística está hoy mucho más orientado hacia aspectos del trabajo transdisciplinario, performativos y en relación con la investigación. Esto puede también estar relacionado con la desaparición de las divisiones profesionales, según es discutido por André Lepecki. Desde hace algún tiempo ya, las divisiones entre coreógrafos, bailarines, críticos, productores y dramaturgos están desapareciendo. Así, cada una de dichas profesiones tiene a su disposición conocimientos teóricos y prácticos de otros campos, otro factor que refuerza la idea de colaboración y la hace visible en las políticas artísticas contemporáneas. Lepecki relaciona esta desaparición con la disolución de las categorías epistemológicas estables de “lo que es la danza“, lo que también ha provocado cambios en la posición del artista, el crítico y el productor (Lepecki, 2001: 29). Estos cambios han dado lugar a distintos modelos de trabajo en colaboración y también han pasado a formar parte de la política cultural contemporánea y las economías de la producción. Sin embargo, como expone Imschoot, esta reorientación de la escena artística puede explicar por qué la etiqueta de la colaboración circula con mayor frecuencia pero no explica por qué lo hace con tanto énfasis, hasta el punto de una pura sobre-determinación y repetición compulsiva del término. Parece como si la colaboración funcionara como un marcador o significante acrítico, un título honorífico que debe señalar más de lo que funciona (Van Imschoot y Le Roy, 2004: 62). Hay una cierta crisis en la propia noción; su alta frecuencia de uso, como Imschoot prosigue, recurriendo a Foucault, revela que hay algún tipo de ansiedad funcionando en el uso mismo del término colaboración. Esta ansiedad surge de “la dominación absoluta del movimiento puro, movilidad por su propio beneficio, un estar en movimiento por el placer de la velocidad” (Van Imschoot y Le Roy, 2004: 62). Estoy de acuerdo con Imschoot en que hay algo altamente problemático sucediendo en la repetición compulsiva de ese término. Este uso repetitivo está estrechamente vinculado al cambio en la noción de trabajo, donde el lenguaje y el pensamiento están a la vanguardia de la producción contemporánea. La ansiedad surge de la incapacidad para provocar un cambio real, para hacer los procesos de colaboración parte de la res publica, para abrir una potencialidad política y transformadora propia. Lo que detecta Imschoot en esta práctica y uso obsesivo de la colaboración es que, en última instancia, no tenemos ningún tiempo. Una ansiedad de sometimiento, un intento insoportable de mirar detrás de la máscara de la carrera determinada en la que, al mismo tiempo, simplemente no admitimos que ya estamos participando intensamente.
EN EL TIEMPO QUE QUEDA PARA COLABORAR
¿De qué trata la colaboración en ese caso, y qué tipo de pronóstico se puede hacer al respecto? Es bien sabido que, desde la segunda mitad del siglo XX, hemos sido testigos de una gran cantidad de investigaciones realizadas sobre la naturaleza de los procesos de colaboración artística. Al analizar esos procesos en las artes visuales el historiador de arte Charles Green (2001) demostró que estos surgieron a partir de una crisis particular del sujeto artístico singular, fueron un resultado de la crisis de la autoría como tal. Sin embargo, el saldo de esos procesos de colaboración no fue necesariamente más democrático y no dio lugar a una mayor dispersión en el proceso de trabajo. Como Green advierte, el criterio de autoría se vio reforzado en la mayoría de los casos; la colaboración, por lo tanto, dio un valor extra al ser individual del artista contemporáneo. La visibilidad de los procesos de colaboración está entonces estrechamente ligada al desarrollo de la producción cultural y los procesos económicos de la cultura contemporánea de la segunda mitad del siglo XX. Como afirmo más arriba, esta visibilidad se vio reforzada por ser llevados el lenguaje y la creatividad al lugar más importante dentro de la producción contemporánea. Con las nuevas posibilidades comunicativas, las colaboraciones se volvieron múltiples y simultáneas: La gente se reúne y trabaja junta bajo circunstancias en que su eficiencia, el rendimiento y la fuerza de trabajo no pueden ser aislados y medidos individualmente, el trabajo de cada uno señala a la otra persona. Hacer y mantener conexiones parece más importante que tratar de apresar y almacenar ideas. La producción propia de uno mismo es muy peculiar ya que se genera y a menudo se multiplica en redes compuestas de un sinnúmero de distintas dependencias constituidas en el poder de afectar y ser afectadas. En ningún momento el proceso puede ser detenido y ser comprobado ya que basa su poder en no tener puntos explícitos de entrada o salida como sucedería en un escenario de trabajo normativo (Schneider, 2007). En la actualidad, esta detención en el exceso de colaboración hace al artista contemporáneo, en el sentido de que él o ella pertenecen a la época actual pero, al mismo tiempo, no alteran radicalmente su posición como tal: en la detención no hay ninguna potencialidad, solamente actualidad. La colaboración parece ser entonces un síntoma en el diagnóstico del presente, y el pronóstico al respecto solo puede ser uno negativo, y hasta nos hace preguntarnos si el término colaboración debe ser en absoluto parte del vocabulario del futuro. Sin embargo, el exceso de colaboración también podría leerse como un peculiar recordatorio, uno que también es discutido en la carta de Imschoot. Ella escribe explícitamente que tal vez el concepto de colaboración es una cubierta para su antídoto, el intercambio auténtico. Pero ¿cómo es el intercambio auténtico? ¿Podemos hablar (por su propio bien) de la diferencia entre la colaboración como un procedimiento y la verdadera colaboración? El problema es que esa cesura nace de una esperanza correctiva pero ingenua de que siempre hay algo que es más real que las relaciones en las que participamos continuamente en la realidad. Este es un problema complejo que también puede convertirse en una especie de trampa que conduce a la nostalgia utópica de una posibilidad de encuentro propiamente dicho que ya ha desaparecido. Al mismo tiempo, este problema del intercambio auténtico es retador en extremo. Lo podría relacionar con una declaración de Badiou (2004: 9) que Slavoj Zizek cita al final de su libro Violence: “Es mejor no hacer nada que contribuir a la invención de vías formales de hacer visible aquello que el Imperio ya reconoce como existente”. En ese libro, Zizek analiza el problema de la violencia y lo discute en relación con la dura crítica de la participación y la exigencia constante de actividad política. Después de poner varios ejemplos, Zizek termina con una negación a la toma de acciones; sin embargo, paradójicamente, esta postura se toma al final del libro, cuando ya está escrito. La exigencia de negarse a la acción llega por lo tanto al final de una actividad muy dinámica, y esto no debe entenderse solo como una paradoja lúdica, sino como algo que refuerza el poder de análisis crítico. Esta revela la potencialidad de la articulación crítica, que ha estado activa debido a la urgencia de la negación. La exigencia de intercambio auténtico puede ser entonces un tipo de recordatorio, un disparador que nos puede ayudar a hablar sobre el potencial de la colaboración como agente de cambio. Tenemos que pensar el futuro de la colaboración en la ruptura entre la imposibilidad de la negativa de los procesos de colaboración en los que ya estamos implementados y la posibilidad del intercambio auténtico, que todavía tiene que aparecer. El futuro por definición no está relacionado con la actualidad como una realización de su “devenir” sino que se encuentra en la ruptura entre lo que no ha sucedido y algo que aún tiene que suceder. En este sentido, el potencial imaginativo de la colaboración puede ser puesto activamente en práctica y puede abrir paso al ejercicio generalizado e imprevisible del trabajar en colectivo. Pero para lograr esto tenemos que lidiar con el exceso en la colaboración, con el hecho de que el pronóstico se está haciendo en el momento de su misma crisis. Esta crisis está afectando profundamente a la forma en cómo pensamos el futuro de la colaboración y la relacionamos con su potencialidad. “El absolutamente desesperado estado actual de las cosas me llena de esperanza”. La nota de Marx no solo revela la idea de la proximidad de la cura del veneno, sino también una relación especial con el tiempo y la historicidad que, como Leland Delandurantaye explica, también podemos encontrar más adelante en la obra de Benjamin y Agamben (Delandurantaye, 2000, 3-24). Benjamin habla sobre la visión del hombre que se ahoga y Agamben desarrolla un concepto de potencialidad radical que revela la reversibilidad crítica del momento, del mismo tiempo presente en sí. Giorgio Agamben habla sobre una paradoja inevitable en ese peculiar concepto filosófico de la potencialidad. Uno puede tomar conciencia del potencial propio de existir, crear y surgir de sí mismo solo cuando ese potencial no está logrado. La potencialidad es entonces una constelación temporal que está separada de la acción en sí misma, que no se traduce en absoluto en acción. La potencialidad puede salir a la luz solo cuando no está siendo actualizada: cuando el potencial de una cosa o una persona no está aún lograda. Un cierto fracaso, una imposibilidad de actualización, es entonces una parte intrínseca de la potencialidad. A la vez, solo cuando el potencial no está siendo actualizado uno está abierto a nuestro ser en el tiempo, a nuestro carácter eventual. En esta abertura es donde se experimenta la pluralidad de vías, que la vida nace y es expuesta a la pluralidad de posibles acciones (Agamben, 1990). La crisis actual viene exactamente de una permanente e implacable actualización de la potencialidad, donde la forma, la temporalidad misma (la forma en que el ser humano se convierte en un ser humano), está totalmente condicionada por su finalización. La actualización del potencial se ha convertido en una fuerza primaria en valor en el mercado cultural, artístico y económico contemporáneo. Para decirlo de otra manera: con el aumento del trabajo inmaterial, el lenguaje humano, la imaginación y la creatividad se han convertido en fuentes capitalistas primarias de valor. Esa transición ha sucedido en muchas formas distintas y puede ser vista de manera muy evidente, por ejemplo, en el constante re-cuestionamiento de las condiciones para producir que produce nuevas condiciones para producir. El tiempo presente de la actualización permanente está también cambiando profundamente la forma en que percibimos y experimentamos la colaboración. El problema es que esa explotación de la potencialidad humana ha estructurado la colaboración como un modo específico de tiempo en el que la colaboración es igual a la actualización, una obsesión con el tiempo presente. El futuro de la colaboración tendría necesariamente que ir desplazando ese exceso de colaboración y replantear radicalmente la exclusividad del tiempo presente, que es lo que lleva a la gente a trabajar juntos. Esto solo es posible si la colaboración es liberada de su secuestro en el tiempo presente: del secuestro que significan los plazos a cumplir, la velocidad, las conexiones simultáneas, la ilusión de la movilidad, la hipocresía de la diferencia, la ilusión de la eternidad, la actualización constante. Hoy en día es muy difícil –pero tal vez más fácil debido a la gran crisis que se avecina y que ha demostrado lo errado de tantos pronósticos hasta ahora– persistir en la potencialidad, abrir el camino para el condicionamiento material de nuestros actos y hechos en colectivo y anticipar los acontecimientos futuros independientemente de la situación ya dada. ¿Cómo podríamos abrir el trabajo en colectivo no solo hacia inesperados caminos de transformación y a la vez provocar el cambio? Es hora de volver a la cuestión del tiempo y su relación con la colaboración en el proceso artístico en la creación de un performance. Si colaboración significa trabajar juntos, la naturaleza del encuentro que nos permite trabajar en colectivo, es decir, la calidad del tiempo será de crucial importancia. El encuentro es algo que hace la vida posible (o imposible), y es ese su objetivo tanto en la vida como en el pensamiento, como decía Agamben al describir su encuentro con sus maestros filosóficos como Benjamin (Agamben, 1999). A través de la colaboración condicionamos nuestra vida futura juntos, lo que por supuesto significa que, con el fin de ampliar el tiempo, tenemos que apartarnos de la obsesión por la presencia y participar del tiempo que debe aún ocurrir. Trabajar en colectivo es una constelación temporal que abre una potencialidad espacial para la proximidad, algo que aparece como un espacio de vecindad, un espacio que es agregado. Agamben describe un ejemplo de tal constelación que él denomina facilidad (paz, contemplación, deleite). Él explica que la facilidad es una constelación semántica donde la proximidad espacial siempre determina las fronteras de un tiempo conveniente: si el tiempo no es conveniente, no hay topos que permita el encuentro (Agamben, 1990). Eso significa que intercambio auténtico tiene algo que ver con la potencialidad, con la formas en las que se condiciona nuestro futuro juntos. Ningún futuro se revelará si no nos condicionamos unos a otros alternativamente. No hemos podido actuar con vistas al futuro sin cambiar al mismo tiempo nuestra forma de vida, los protocolos materiales de la vida misma, la forma en que movemos el tiempo y lo experimentamos. La colaboración está perteneciendo a otro concepto temporal: la potencialidad. Este es un concepto temporal de “la oscuridad del tiempo, las sombras silenciosas concentrándose sobre el escenario de los acontecimientos” (Deladurantaye, 2000: 13).
POST SCRÍPTUM
La primera idea de este texto vino en la forma del deseo de hacer un pronóstico sobre la colaboración en un entorno colaborativo junto con Ivana Muller. Pero, a pesar de lo firmemente que queríamos llevarlo a cabo, fracasamos por falta de tiempo. Cuando me preparaba para la conferencia me di cuenta de que nuestro fracaso no fue solo el resultado de esa falta, sino que fallamos porque tratamos de inventar y hacer visible aun otro protocolo para la colaboración, añadir algo más a su exceso. No nos dimos cuenta de que ya estábamos colaborando, encontrándonos y desafiándonos una a la otra a través de muchas situaciones, condicionando nuestro futuro juntas, sin la necesidad de la visibilidad. Me gustaría terminar con la carta que recibí de ella un día antes de la conferencia, cuando ya estaba en Berlín preparándome para hablar sobre la crisis de la colaboración inspirada por el reto de nuestro encuentro imposible. Esta carta fue leída en el escenario al finalizar la conferencia y planteó otro desafío para el proceso de redacción del presente texto. Querida Bojana, No estoy allí, pero nos veo trabajando. Tú no estás aquí, pero te veo responder. Estoy anticipando nuestra próxima reunión, la que va a ocurrir en Berlín, dentro de unos días, en el marco de una conferencia sobre el futuro. Te veo leyendo este texto. Aquí y ahora, en Berlín. Estoy anticipando ese momento, días antes de que realmente suceda, aquí y ahora en casa, en París. Solo puedo imaginarme el evento. Te imagino allí, bajo la luz, leyendo este correo electrónico en voz alta. Es como el teatro. Cuando hacemos teatro, nos preparamos para el momento del encuentro con el espectador, ese momento en el futuro que se convertirá en nuestro mutuo aquí y ahora. Días y días de anticipación… tratando de imaginar cómo va a ser todo. Ensayando ese momento una y otra vez. Ensayando su potencialidad, su precisión, su poder, incluso, de manera absurda, su autenticidad. Así que, de hecho, una gran parte de trabajar en el teatro se trata de condicionar nuestro futuro juntos. En el aquí y ahora estoy de nuevo en esa situación en la que nos gusta ponernos: la situación del no tiempo, en el lugar de una fecha límite ya sobrepasada hace tiempo del futuro que ya no es el futuro, sino de alguna forma cada vez más haciéndose el presente. Una vez más, las limitaciones son tan extremas que solo esta extraña mezcla de intuición y fe puede ser la manera correcta de pensar, actuar y crear. Eso casi se convierte en nuestra metodología. Y de nuevo, como siempre cuando trabajamos juntas, estamos reanimando esas fechas límite “sobrepasadas”, intentando que no terminen, que no mueran, convirtiéndolas en activas y performativas, tratando de hacerlas nuestras amigas. Y ahora Bojana, aquí estamos. Estamos en el futuro. Este es el momento en que la multitud entra y ya no hay más espacio para imaginárselo, cuando los miramos justo enfrente de nosotros. Ahora nos fijamos en ellos. Yo de pie junto a ti, a tu derecha… también vestida de negro. Ahora estamos juntas en el futuro. Yo imaginándomelo, ¡tú actuándolo!, ¡con fuerza, directo al punto y con una cadencia extremadamente buena!, y te estoy mirando, junto con todos los demás en el público. Mientras nos reunimos en este futuro aquí y ahora. Tuya, Ivana.
Notas
- El libro The Last Lecture ya ha sido publicado en muchos idiomas.
Bibliografía
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