El grupo Los Ulen nace en Sevilla en 1987 –en aquellos momentos y hasta 1995, se llamaban Ulen Spigel–, conformado por Pepe Quero, Maite Sandoval, Paco Tous y Pepa Díaz, en torno a Friedhelm Grübe [Fli], actor clown, autor y director, al que los restantes componentes consideraron siempre como su maestro. Friedhel Grübe dirige el primer espectáculo, ¿Dónde he caído? (1987), la primera parte de la trilogía «Las edades del hombre», continuada por Somos novios (1990) y Mucho sueño (1991).
Los espectáculos realizados por Los Ulen están siempre en la línea del teatro de Clown, con el que venían trabajando de forma aislada y con el que buscaron nuevas posibilidades tras conocer a Friedhelm Grübe y realizar con él un continuo aprendizaje. Los tres primeros espectáculos se conforman siguiendo las directrices del maestro alemán y con la participación en escena del mismo, significaron el afianzamiento de los componentes y la búsqueda de un lenguaje al que siempre serán fieles. Los espectáculos de la trilogía «Las edades del hombre» están elaborados en base a una sucesión de skechts en torno a un tema, así en ¿Dónde he caído? era el mundo infantil, los primeros encuentros con el mundo; mientras que en Somos novios entran en el mundo de la adolescencia y del amor; y en Mucho sueño, el mundo de los sueños y deseos. Todos ellos con una gran carga humorística, jugando con los tópicos del clown, aunque con una dramaturgia, aunque sea mínima, y con algunos parlamentos, si bien bastante esquemáticos y aplicando una visión satírica de las situaciones cotidianas.
Desafortunadamente fallece Friedhelm Grübe y los demás componentes del grupo pasan por un periodo de incertidumbre y cuasi descomposición del mismo, pero en 1994 vuelven a la escena con un espectáculo que es una suerte de homenaje al mismo, se trata de Cadáveres exquisitos, una reflexión sobre la muerte. Es un espectáculo muy reflexivo y cargado de tonos oscuros, frente a la frescura y colorido de los anteriores, hay un viaje continuo de las lágrimas a la risa. Dos años más tarde vuelven con Maná, maná (1996), también de tonos oscuros, con un humor corrosivo ahora, lanzado por tres personajes absolutamente grotescos, los desheredados de la sociedad, ataviados con deshechos y con unas fisonomías hiperbólicamente deformadas. Es la visión del mundo de los parias, que deviene esperpéntica por lúcida. Continúan con una escena vacía, sólo poblada por algún objeto que traen los personajes, que en este caso son objetos de deshecho que portan en sus bolsas de plástico, aparte, claro está, de los instrumentos que cada uno porta, pues sigue estando presente la música en escena, parte de ella realizada por los actores en escena.
Jeremías (corre el año el año 2003) (1998), significa un cambio para el grupo en el sentido de que la palabra toma una mayor presencia, hay una dramaturgia elaborada por los tres componentes –Pepe Quero, Maite Sandoval y Paco Tous–, que se trasladan al futuro para mirar el presente con cierta perspectiva, ellos sostienen en el programa de mano: «Inventamos un futuro para abofetear el presente. Proponemos una profunda reflexión: ¿Qué mundo está usted ayudando a construir?». Del mismo modo que percibimos cambios en la textualidad, también la hallamos en el dispositivo escénico, que ahora presenta una escenografía más elaborada y bastante futurista, una suerte de carpa en el centro de la escena, conformada por unas barras metálicas y que adquiere una gran versatilidad. La música también adquiere una gran importancia, con temas de diverso tipo que son interpretados por los actores, destaca un hip-hop futurista y sarcástico.
En 2001 estrenan Bar de lágrimas, escrita de nuevo por los componentes del grupo y que significa una investigación sobre la conjunción del clown, el musical, la acrobacia, los recursos circenses y el trabajo actoral al uso. Los cuatro actores se transmutan en los siete personajes de la obra, que se reúnen en un bar junto al cementerio, una cutre tasca regentada por Magdalena y atendida por Lázaro, su marido, y en la que siempre está la hija, una niña traumatizada porque nunca hizo la primera comunión, y como clientes fijos cuenta con un poeta y un falangista violento y enloquecido; a los cuales se suman un viajante que ha perdido la memoria y un joven ilegal que busca el modo de llegar a El Ejido. Como decía Desirée Ortega en su crítica «Ese local tiene algo de sainete, de esperpento grotesco y de chirigota carnavalesca» (Diario de Sevilla, 16/03/02).
Con un dispositivo escénico hiperrealista, extremadamente cutre y colorista en el que se hallan anclados estos personajes que tienen unas vidas tan muertas como los vecinos próximos del cementerio. Con estos condimentos el grupo intenta dar –como ellos dicen– «Un grito cómico, una comedia de tintes negros. Los habitantes de este bar nada ostentan, jamás han poseído tipo alguno de poder, viven envueltos en desamparadas historias, propias de marginales, de apartados, de excluidos. La voz de los miserables se muta en alarido sincero y trago a trago, a golpes etílicos, aparecen los vocablos más escuchados a principios de este siglo: Injusticia, fanatismo, desigualdad, tiranía, racismo, deshumanización, religión, maltrato, colateral, mercantil y sobre todo estupidez, que, como el rayo, no cesa». Este grito es realizado a través de canciones y con una actuación en la que se combinan, como antes dije, las más variadas técnicas interpretativas.
De bar esperpéntico a psiquiátrico se trasladan Los Ulen en su siguiente espectáculo, El mundo de los simples (una caricatura de la libertad) (2003). En él parten de una noticia que apareció en la prensa, en la que se mencionaba cómo el personal de un psiquiátrico en la antigua Yugoslavia abandona sus puestos con motivo de la guerra, dejando a los enfermos a su libre albedrío; curiosamente, cuando un año más tarde Cruz Roja Internacional encuentra el sanatorio observa que ninguno de los enfermos había huido y que, además, todos había mejorado de salud. De esta gran paradoja parten Pepe Quero y Maite Sandoval para escribir la obra, en la que presentan a unos personajes que están felices en su locura y que se niegan a abandonarla, sobre todo porque toman conciencia que la mayor de las locuras están fuera de los muros del hospital.
Construyen un espacio aséptico, propio de un hospital, con sus camillas, ventanales y diversas puertas, dominando el color blanco y en la pared del fondo un reloj que marca el tempo de los cinco «locos» del hospital llamado «San Leopoldo María Panero» –homenaje de Quero al poeta. El texto tiene una gran carga poética, en el que hay continuos guiños a la poesía de Panero, un texto que ya tiene una importancia similar a lo visual, sin por ello renunciar a las técnicas del clown, siempre presentes.
Está, pues en la línea del teatro de denuncia, a través del humor, de la sociedad actual, en la que el tema de la locura es similar al de los mendigos o los desclasados que hallábamos en piezas anteriores, tema que les ha permitido –según afirma Quero– «hacer una caricatura de la libertad y una apuesta por la locura inteligente. La figura del loco-cuerdo nos sirve de alegoría para preguntarnos por qué los hombres no nos aceptamos y por qué no podemos convivir».
Y el último espectáculo, estrenado el 19 de septiembre de 2004 en el Teatro Lope de Vega, se trata de una apuesta bien diferente a El Mundo de los simples. Han tomado el personaje de Lewis Carroll, Alicia, y han realizado una versión andaluza de la misma. En este trabajo prima la música, el flamenco en concreto, de ahí que hallan llamado a su versión Alicia nos salió flamenca. El elemento estructurador es ahora la música, el espectáculo se organiza en once apartados, cada uno de ellos dominado por un palo flamenco. De manera que vuelven a abandonar el teatro más textual para dar más significación a la música y el baile.
Los Ulen es un grupo que desde el más puro clown han ido investigando nuevas posibilidades, incorporando nuevas posibilidades escénicas en una continua investigación escénica.