Suicidio de un caballo. Los criadores intentan que cubra a una yegua. Se rehúsa. (Golpea su cabeza contra el suelo, maldice haber nacido, se infringe heridas cortantes). Finalmente lo consiguen. El caballo, que sabe que ha nacido de esa yegua, se precipita intencionalmente desde lo alto de una roca. (Aristóteles)
«Cuando comencé a escribir Mujeres soñaron caballos ya hace unos años, lo hice a partir de una extraña noticia que me llegó, intuyo, poéticamente distorsionada: se estaba produciendo de forma alarmante en el interior del país, una ola de suicidios colectivos de animales, mamíferos, cuadrúpedos, altaneros, recios. El informe decía que se arrojaban voluntariamente por un acantilado. Silenciosamente. Aparentemente sin causa. Nunca supe exactamente qué clase de animales eran esos. Curiosamente no lo precisaban, tampoco intenté averiguar. Pero indudablemente se trataba de un suceso que convivía contemporáneamente cercano a la piel de quienes vivimos la dictadura militar argentina. Sentí que debía escribir sobre la necesidad de esos mamíferos de estar en el aire, de sobrevivir unos instantes en el aire cuando la tierra ya no puede soportar el peso de nuestro pensamiento. Me intrigaba el perfil sentimental de quienes resisten como pueden pero en algún momento descubren la forma de devolver la violencia que reciben. Estando desequilibrados ya en el aire, ¿a qué nos atrevemos? ¿Qué cambios profundos podemos generar en nosotros mismos?
De ahí surgió la idea de un escenario estético, sin cambios de luz, sin ninguna posibilidad de musicalizar esos vínculos. Una sola salida, cerrada desde un principio para estos personajes. Quizás, con tan solo asomarnos a la ventana nosotros también podríamos constatar que el estado de esa micropolítica familiar bien puede ser trasladado a nuestra violencia política y social cotidiana. No lo sé. Pero hay un nuevo tipo de violencia en el aire. Lo veo. Lo siento dentro de mí y dentro de mucha gente. Yo decidí escribir entonces. El trabajo en escena es para mí terreno de reconocimiento y disección de todos esos sentimientos censurados y amorales que no nos permitimos expresar. Algo del trabajo final me permite precibir por qué algunas cosas son como son a mi alrededor. El teatro y su función, siempre extraña, a veces devastadora. El deseo oculto de compartir, de exponer a estos seres inventados -objetos de observación- preciosas ratas de laboratorio, al estudio de otros sujetos-espectadores. Y también la posibilidad de expiar alguna culpa sobre mis propios deseos violentos, pienso, un poco mas tranquilo.» Daniel Veronese (Programa de mano de la obra).