«La quietud que precede al teatro cuando el público está acomodado en sus butacas vuelve a aparecer. Las luces de la sala se agachan para que la atención se concentre en el escenario. Esta vez no salen hombres y mujeres maquillados, ni vestidos para representar personajes. Hay cuatro mesas con sus sillas distribuidas como en un salón de escuela. No vemos utilería. El viento se ha reposado y nadie habla. Salen cuatro figuras con camisa y pantalón negros. No distinguimos sus caras a pesar de que no están cubiertas. Se sientan en silencio. No hay nadie en esos cuerpos. ‘Un hombre llama a la puerta del rey y le dijo, Dame un barco’, habla una voz que sale de uno de esos cuerpos. Desde este momento otras voces saltan para decir más cosas. Cuentan un cuento que alguna vez escribió Saramago, El Cuento de la Isla Desconocida. Los espectadores escuchamos desde la penumbra de la sala y construimos en el aire negro el paisaje de la Isla Desconocida. Cada uno a su manera. Tantos escenarios como asistentes a la Sala de Pequeño Teatro. Ahora no leemos a través de ellas, sentimos a través de nosotros.»
Voces sin Cuerpo. Juan Diego Mejía.