En una escena de Aftersun (2001), el actor Juan Loriente, con ayuda de su calzoncillos, exponía al público una «teoría del pensamiento en cinco puntos». Lo que aparentemente era una descalificación del pensamiento filosófico (que, por tanto, incluiría el crítico), se descubría poco después como una conmovedora invitación a reconocer nuestra insignificancia y una demoledora denuncia de nuestra pasividad, de nuestra hipocresía y de nuestro cinismo. Porque, a pesar del exceso y del caos («que no es una estética -apuntaba García-, sino más bien una ideología que yo vivo visceralmente»), los espectáculos de La Carnicería proponen constantemente una penetración de las representaciones en busca de lo real y un posicionamiento ético. El desprecio del sistema educativo como mecanismo de alienación del individuo, la burla de la ambición (tema central de Aftersun), el rechazo del trabajo y la defensa de la ociosidad (necesaria tanto para el placer como para el pensamiento), la denuncia del consumismo y la obsesión por penetrar las vidas de los otros son motivos recurrentes que, más allá del exceso de sus formulaciones verbales y de la ambigüedad de sus planteamientos escénicos, constituyen los principios de un discurso moral que, obviamente, el autor no da elaborado.
Tal ausencia de elaboración no sólo tiene que ver con el propósito de activar al espectador o bien con la renuncia a imponer un discurso ideológico, es coherente con la descomposición formal que resulta de una progresiva traslación del trabajo dramatúrgico al cuerpo de los propios actores. En las últimas producciones de La Carnicería, con Juan Loriente y Patricia Lamas, Rodrigo García ha sido capaz de penetrar con su escritura en el cuerpo mismo de los actores y proponerles un juego escénico que tiene mucho que ver con los movimientos internos del cuerpo. La estructura dramatúrgica de Aftersun correspondía a una determinada interpretación de los estados del cuerpo: lo orgánico, lo ingenuo, lo inconsciente, lo directo, lo agónico, lo violento, lo histérico… Estos estados encontraban su traducción en bailes, poemas (verbales o visuales) ofrecidos como regalos, pequeños cuentos, discursos, enmascaramientos, enumeraciones de posibles muertes, listas de vidas deseadas…
José A. Sánchez,
Universidad de Castilla-La Mancha