Con este espectáculo de calle, en el que intervienen hasta 21 intérpretes, Matarile termina de definir con claridad la dirección por la que había de avanzar su trabajo posterior. A las actrices-bailarinas de The Queen is dead se le suman actores de muy distinta procedencia; algunos que ya habían colaborado antes con Vallés, como Juan Loriente, y otros nuevos, que habían de convertirse en algunas de las caras más conocidas de Matarile a partir de ahora, como Roberto Leal. Igualmente se acentúa la colaboración ya iniciada en dos anteriores coproducciones con Carmen Werner y su grupo Provisional Danza de Madrid, a lo que se suman bailarines tradicionales. Asimismo, se comienza con el trabajo conjunto y la mezcla de actores y bailarines con los músicos, cuya interpretación queda convertida en sí misma en una actuación escénica más. Flauta, trompeta, tuba y oboe, se juntan a la percusión, para crear un animado ambiente de fanfarria, como de verbena de pueblo, que se alterna con la profunda melancolía de otros momentos dominados por la lentitud profunda y triste de un solo de viento. El espectáculo fue encargado por el Auditorio de Galicia para celebrar la inauguración del II Festival Milenium con motivo de Santiago de Compostela Capital Cultural Europea 2000, lo que le permitió dar un paso más en esa empresa cultural de llevar la danza a la calle, que ya habían comenzado a desarrollar a través del festival En Pé de Pedra.
Bajo el cielo de una noche de verano, sobre la sobria escalinata de la Plaza Quintana de Santiago de Compostela, evolucionan actores, bailarines y músicos, cada uno haciendo lo suyo. Acciones muy diversas dan lugar a un paisaje unitario y fragmentario al mismo tiempo; un paisaje de figuras blancas que conversan, bailan, tocan un instrumento, en un constante movimiento de dispersión y organización, de concentración y caos. Como si de una sinfonía o de un paisaje natural se tratase, la escena va adquiriendo diferentes registros y tonalidades poéticas, brillando bajo la luz del sol o sumergiéndose en las brumas del anochecer, todo bajo una única nota común, el material humano que proponen las personas que están ahí, presentes, con sus vidas, obsesiones y miedos.