Esta obra nace del deseo de Ana Vallés por trabajar con otras personalidades escénicas, como Juan Loriente y Carlos Sarrió, ajenas en principio al teatro-danza que había venido realizando Matarile y diversas también entre ellas. Vestidos de blanco, con chaqueta o abrigo, pantalones, sombrero y camiseta, y con las corbatas caídas, los personajes quedan a mitad de camino entre vagabundos y artistas circenses. El espacio escénico avanza en este doble sentido, por un lado, elementos naturales, como el árbol seco o los ramilletes de pajas en torno al escenario, y por otro lado taburetes, iluminación y espacio vacío para un pulso actoral, un cuerpo a cuerpo, levantado sobre códigos circenses y un amplio despliegue gestual, entre dos personalidades encontradas. Entre notas de humor y un fondo melancólico que alude a la muerte, se destaca la condición teatral y azarosa de la propia vida, construir la propia realidad escénica sobre el principio de la incertidumbre y la intensidad de cada momento.
La mayor parte de los textos, aparte de algún fragmento de La vida es sueño o El Quijote, eran originales de Javier Martínez Alejandre, que también participó en los ensayos.
Críticas:
– José Henríquez, «Escenarios diferentes», Guía del Ocio (25.09-1.10.1998), p. 104.
Ub. Salas Alternativas, 4 (septiembre 1998).