Género: Arte acción / Dispositivo transdisciplinar
Creadora: Paula Valero Comín
Título de la obra: Homenajes desobedientes: Las rastreadoras
Año: 2019
Lugar: Ciudad de México. Exteriores del Palacio de Bellas Artes
Sucede que para la acción artística así como para la acción política, se requiere de ejercicios de conspiración, es decir de respiraciones conjuntas para que un nuevo flujo de posibilidades se produzca: abra grietas y siembre ideas que, a su vez, fecunden nuevos territorios físicos y/o subjetivos. El año pasado, en Ciudad de México asistí a la configuración y muestra de una de las versiones de los Homenajes Desobedientes, una especie de dispositivo mutante concebido por la artista valenciana afincada en París, Paula Valero, generado desde fundamentos de la instalación performática, algunos resortes del pensamiento coreográfico, ejercicios cartográficos, la indagación en la dimensión vocálica, la reflexión desde y sobre el espacio público, la dramaturgia colectiva y la interrogación sobre la comunidad y la puesta en común, por mencionar algunos componentes que pude detectar en él. Lo ha creado como una manera de rendir tributo a una persona o grupo/colectivo que por su insurgencia ha puesto a temblar ciertas tiranías que oprimen la existencia, desde su interrogación estructural.
No se trata de una práctica activista per se, pero los distintos recursos que usa permiten la concepción de unas narrativas temporales que militan en pro de la vida, lo que genera que también pueda ser leída desde la clave del activismo. A su vez, a partir de lo que se produce desde esa clave se le devuelve al Arte (lo pongo con mayúscula para referirme a la institución artística) una serie de preguntas sobre su lugar, o más bien sobre otras maneras de hacerse presente, renunciando a la representatividad dominante que le ha sido otorgada. Si bien la fuerza técnico-formal del dispositivo así como la conceptual son agudas, está diseñado de tal manera que se aleja del regodeo en ello para ponerlas al servicio de la creación de “reconexiones que implican una reconsideración del estado de las relaciones entre los habitantes, así como una mirada incluyente respecto a zonas veladas de la memoria colectiva”, tomando las palabras de Ileana Diéguez (2009) cuando habla de la potencia de las intervenciones urbanas liminales. Asimismo, permite una borradura de la noción de autoría porque son quienes participan operando dicho dispositivo los que lo re-crean en cada ocasión e instauran su sentido. De tal forma, pese a ser diseñado por Paula, lo que ella concibe es un artefacto que posteriormente se va plagando de los saberes, procesos de investigación, dudas, deseos y fragmentos de la propia piel de quienes son convocados para erigirlo. En el momento en que se conforma la comunidad temporal que prepara cada homenaje, Paula ejerce una suerte de retraimiento y entrega sus instrumentos para que el tejido se suscite y los interrogue, los diluya, los sobrepase, genere nuevos.
Este homenaje en particular fue dedicado a Las rastreadoras, mujeres –en su mayoría- organizadas en México para buscar por sus propios medios económicos y técnicos los cuerpos de los desaparecidos por la implantación de la violencia a lo largo del territorio patrio. El marco en el que se realizó fue la residencia artística Escenarios de lo real, dirigida por Rubén Ortiz con el soporte de la Secretaría de Cultura de México y el Centro Cultural Helénico (que también reconozco como un dispositivo contra-hegemónico frente al régimen del arte y de las pedagogías gobernantes).
Paula se metió con una comunidad-tema delicados para el contexto mexicano. ¿Cómo hablar de aquello que en su performatividad primigenia parece sobrepasar cualquier posibilidad de ser vuelto a nombrar/performar? Parece que ante la obscenidad de ciertas realidades es casi imposible intentar un decir sobre las mismas. Sin embargo, la acción artística, como la (micro)política también, tienen como principio ir a rebasar esos límites para ensayar recomposiciones que despierten renovadas éticas. Al ver cómo se generaba el proceso se me iba esclareciendo que la intención no era nombrar en su completud el fenómeno social de Las rastreadoras, ni hacer de este proceso una arqueología de sus acciones, peor montarse sobre la potencia de las mujeres en cuestión para instrumentalizarla. Poco a poco fui notando que la desobediencia no solo está en aquellas a quienes se rinde homenaje, sino en el homenaje como tal, en subvertir las lógicas dominantes de la relación con los archivos y hacer un archivo vivo efímero que muestre de un pequeño pero muy delicado y sensato modo cómo las homenajeadas tocan su tiempo y su territorio y logran rehacer ambas coordenadas; y, a su vez, cómo palpan a quienes se aproximan a ellas, con lo cual se muestra su vigor en un radio de acción más amplio que la mera actividad que arman que ya, de por sí, es inconmensurablemente contundente.
El artefacto-método desarrollado por Paula se alzó entonces como elemento de acercamiento a ellas, como lente para mirarlas y para volver visibles cuestiones socavadas por las cifras oficiales; también, para tocar algo de la humanidad más honda y a veces menos perceptible, que de ellas se trasluce. Una de las tácticas de Paula consistió en hacer una indagación y recopilación de los gestos que constituyen las acciones de Las rastreadoras donde se hiciera manifiesta su condición insurrecta e indócil frente al sistema y desde la cual le han dado lecciones al mismo sistema de cómo lidiar como el horror de la muerte y generar procesos de reparación simbólica. Tales gestos, hilvanados con otros mecanismos usados por Paula provocaron en el colectivo de hacedores del Homenaje Desobediente que se devele el carácter de las rastreadoras, pero también incidió en abrir una relación particular consigo mismos en cada uno de los artistas en residencia. Así, quienes se aproximaban a las rastreadoras en su proceso documental-performático comenzaban a exponer zonas de intimidad particulares que afianzaban la fuerza de la desobediencia. Al final parece que los gestos se resisten a la reproducción porque son la huella singular de un cuerpo, pero traerlos a colación es permitirles que trabajen como embriones de vida que al tocarlos permiten el desoville una fuerza de existir siempre nueva, siempre distinta.
Poco a poco los gestos parieron un coro de consignas desobedientes que se expresaron haciendo uso del instrumento por excelencia del combate en el espacio público: el megáfono. Así también, una coreografía configurada por el acto de dejarse caer, por parte de un individuo, y ser sostenido y levantado por el cuerpo común conformado por el resto de compañeros. Además, por una banda sonora que se fue armando en vivo, conformada por coplas de resistencia y la aparición de una tela bajo la cual esta comunidad de afecto radical que re-conoce la vida desde otros territorios y a pesar del dolor imperante, la celebra y sella con ella otros modos de habitarla.
En las afueras del Palacio de Bellas Artes, lo que surgió como un encuentro con los gestos de unas mujeres que se resisten al horror de la desaparición, se volvió una fiesta de conmemoración conjunta, a la que llegaron justamente algunas de estas mujeres rastreadoras y en donde ellas mismas pudieron abrir el fuego de su propia alegría, a veces aminorada por la tarea que llevan sin cesar. La pertinencia de esta acción se da en su rebote en múltiples direcciones. Mientras se saca a la luz la potencia de a quien/quienes se les rinde homenaje, se logra a partir de ello activar una modalidad de contagio para el presente, para el lugar en el que se inscribe y para toda la gente que se implica como hacedora y espectadora-accionadora. El dispositivo pacta con la desobediencia que, a su vez, pacta con la vida.
Textos citados
-Diéguez, Ileana. Teatralidades invisibles, intervenciones liminales, ¿políticas de lo incorrecto? 2009. Recuperado del Archivo Artea de Artes Vivas. https://archivoartea.uclm.es/textos/teatralidades-invisibles-intervenciones-liminales-politicas-de-lo-incorrecto/