EN DOS DIRECCIONES
Javier Ponce Gambirazio

La propuesta de Mirella Carbone se ubica a medio camino entre el teatro y la danza. Como bien señala, no hay arte escénico que pueda prescindir de la danza, pero la danza por sí misma, enamorada de su ombligo, está condenada a morir si no bebe de otras vertientes, como la arquitectura, la plástica, la literatura, el cine, la filosofía y por supuesto, el teatro.

El detonante de su proceso creativo puede ser una urgencia, una palabra, una melodía o una película que roce alguna de sus obsesiones: el aplastante sistema social, la mujer, la muerte, la vejez, la soledad, la violencia del poder y la crueldad de la infancia. Por eso en un bailarín busca voluntad, honestidad y desvergûenza, no destreza ni belleza. Porque para Mirella Carbone no hay cuerpo ideal ni vida ideal; hay movimiento que expresa y confronta, gesto preciso, detenimiento y grito impúdico.

Una intensa y despiadada exploración en la vida personal de sus intérpretes revela miedos, frustraciones y recuerdos que no terminan de despedirse. Con ternura y sabiduría, Carbone los va transformando en imágenes en movimiento para luego orquestar con exactitud la intención de cada metáfora, cada acción y cada secuencia. El resultado final es un collage expresionista donde se superponen situaciones simultáneas de indiscutible fuerza. El espectador elige qué mirar, donde encuadrar su atención, como en el caos cotidiano donde sólo se percibe una pequeña porción de lo que ocurre, y se convierte en coautor al elaborar su propia lectura partiendo de lo que las imágenes le sugieran.

La puesta puede prescindir aparentemente de una secuencia lineal entre cada uno de los cuadros. Sin embargo existe un texto mudo, una estructura invisible que sostiene la línea argumental. La fluidez interna es la condición de la fluidez externa, porque sin un coherente discurso interior, el movimiento retrocedería a la coreografía vacua, y en el trabajo de Mirella Carbone no hay ni un solo gesto gratuito. Incluso la quietud significa, es el silencio elocuente que permite la vorágine, el patetismo contenido que espera y trasgrede.

Ver una obra de Mirella Carbone supone hacer un viaje en dos direcciones. Primero se disfruta el morboso privilegio de fisgar en las intimidades más inconfesables, como si uno estuviera muerto y fuera capaz de entrometerse en la privacidad del otro. Pero de pronto, un detalle agrieta el muro que levantamos para protegernos y se descubre la semejanza, el propio dolor repetido y la caricia que faltó. Es el momento de aprovechar la extraordinaria oportunidad que nos ofrece Mirella Carbone para saldar viejas cuentas y curar nuestros vacíos.

Obras

» Platos Rotos (Dirección) – 2005

» Jirafa Urbana (Dirección) – 2002

» Jaula de Viento (Dirección) – 2002

» Convidada de Piedra (Dirección, Coreografía, Intérprete) – 2000

» Deshojando a Margarita (Dirección) – 2000

» Quinta Estación (Direccón, Intérprete) – 1998

» Delito de noche (Dirección, Guión) – 1996

» Caja Negra (Coreografía, Intérprete) – 1993

» Embrujo de bolero (Coreografía, Intérprete) – 1991

» Muerte vieja (Intérprete) – 1990