Uno de los momentos que recuerdo, que me parece más interesante, es cuando hicimos la pieza del oso: Trescientas personas y un oso, en el festival Mapa, y que es parte del proyecto Something happening/snapshots. La organización del festival nos había propuesto a todos los artistas invitados que hiciéramos algo en el bosque por la noche, para un público de entre 200 y 300 personas. Pontós, donde se hacía el festival, tiene un bosquecillo cerca; a cada artista le asignaban un espacio en, o alrededor, del bosque. El espacio que nos habían dado a nosotros era un claro del bosque. Nos habían propuesto hacer una pieza que trabajara con las condiciones del espacio que nos habían asignado en el bosque, que no necesitara nada más.

Pensando en qué hacer en ese lugar, tratando de identificar lo que era particular de ese espacio y contexto, nos dimos cuenta de que rara vez vamos al bosque por la noche, y que lo que nunca habíamos hecho antes era estar con trescientas personas por la noche en el bosque -además personas que no conocíamos de nada-; y que en realidad, para nosotros, ese era el evento, el estar trescientas personas juntas, por la noche, a oscuras, en el bosque. Eso era lo que me parecía particular, incluso extraordinario, de aquel contexto. En ese momento algo hizo click en mi cabeza.

Entonces, nos pusimos a pensar en qué estrategia podíamos desarrollar para hacer visible que el evento, que lo que estaba sucediendo era la gente allí reunida, que no era lo que nosotros hiciéramos, sino el hecho de estar juntos. Y decidimos hacer esta pieza, que venía inspirada en lo que habíamos hecho en Roma meses antes. Por un lado, estábamos dando vueltas a esa idea: el evento somos nosotros, y por otro lado, a la necesidad que tienen los humanos por dejar restos, muestras, de lo que han hecho, de dónde han estado, de crear recuerdos materiales.

Pensando que era un bosque, pensando además en los animales que habían vivido en el bosque y que ya se habían extinguido en la zona, le pedimos a una señora del pueblo que nos hiciera un traje de oso.

La acción consistía en que la gente iba a entrar en el claro del bosque por una parte muy estrecha, con la idea de que el espacio se llenase poco a poco, y recibirlos a la entrada; normalmente, en nuestras propuestas, suelo establecer contacto con la gente cuando llega. En esta ocasión pasaba mucho tiempo entre la primera persona que entraba al claro del bosque y la última. Daba tiempo a que el grupo, que era grande, se asentara en el espacio. Según iban entrando en el claro del bosque, yo le daba las buenas noches, les decía que tuviesen cuidado, que no se acercaran a las zonas oscuras, que se pusieran cómodos donde quisieran… Cuando ya estaba todo el mundo listo, con un megáfono les decía:

Hola, buenas noches, bienvenidos a Algo está pasando -así se llamaba la pieza-. Lo que está pasando esta noche es trescientas personas y un oso. Para mí esta es la primera vez que estoy en un bosque, a oscuras, con trescientas personas que no conozco de nada. Tal vez este momento sea lo único que todos nosotros tengamos en común. Por eso nos gustaría crear un recuerdo de este momento. Ahora va a ver dos personas que van a atravesar la multitud caminando, una va vestida de oso y la otra tiene una cámara de fotos. Si alguien quiere hacerse una foto con el oso, para recordar este momento, solo tiene que buscarnos en la oscuridad y decirlo. Luego esas fotos las imprimiremos como postales y las podréis recoger al final del recorrido.

Esta pieza está pensada de tal forma que haga lo que haga la gente el evento sucede igualmente. Tanto si ignoran al oso como si no -que fue lo que en realidad pasó, sobre todo en el primer grupo, en el que había muchos niños y gente del pueblo, y todo el mundo se puso como loco por hacerse fotos con el oso-, el hecho de estar allí todos juntos va a pasar igual.

El oso atraía a alguna gente, pero había otras personas que no se enteraban de lo que estaba pasando, o que no les interesaba, o que sabían que algo estaba pasando por ahí pero no sabían qué. La única luz que había era la de la luna y la luz momentánea del flash de la cámara y, claro, después de los flashes venía la oscuridad total.

Para mí lo interesante era eso, el acontecimiento no era el oso en sí mismo, sino la propia gente que estaba ahí, cómo se comportaban, lo que decidían hacer o no. Cuando revelamos las fotos vimos lo que en el momento no podíamos ver, lo que había detrás de las personas que se fotografiaban con el oso, y que revelaba la variedad, la complejidad, del evento. Había dos dinámicas que convivían, el background tranquilo de la gente ahí en el bosque, por un lado, y al mismo tiempo las irrupciones de los flashes y las actitudes que eso provocaba en la gente. Eso me interesaba, aunque yo, como oso, solo podía estar en este segundo lugar.

El encuentro, lo que pasó ahí, no depende del reconocimiento, o no, de la pieza, ni siquiera de si está, o no, pasando algo. Y por supuesto no depende de si es o no es reconocido como una propuesta artística. Hay muchas maneras de conectarse, o desconectarse, o de involucrarse en algo, y no todas las maneras tienen que ser por el mismo camino. Como dice Adrian Piper en Respuesta a Rosemary Mayer (cómo puedo llamarlo arte cuando no hay nadie que pueda verlo), la existencia del arte no tiene que ver con que lo que hago sea visto, y yo añadiría ‘reconocido’, ‘identificado’:

Mi obra existe en relación con el resto del mundo, donde hay algunas situaciones que son públicas, otras privadas y otras ni lo uno ni lo otro… (Piper, 1972)

O en si se reconoce como arte, o no:

Hacerla accesible al establishment artístico escribiendo, hablando sobre ella, etc., le otorga validez y sentido, dándome por tanto una especie de consentimiento tácito para mi identidad como artista; pero no afecta de ninguna manera a la existencia de la obra. (Piper, 1972)

Y yo añadiría, que tampoco afecta su calidad, o posible valor.

En este tipo de propuestas yo sé mucho menos lo que va a pasar. En trabajos anteriores yo sabía cuál era el principio y cuál era el final, pueden venir cien o uno, pero yo sé lo que hay. Pero en estos trabajos lo que le da forma al evento, a lo que sucede, es lo que la gente decide hacer y cómo deciden o no sostener el momento. Estamos todos en las manos de todos en el fondo. Tienes ciertas herramientas para tratar de accionar, pero la pieza no depende de cómo la gente responde a lo que proponemos porque es la respuesta misma lo que constituye la pieza, es hacer evidente las decisiones y las negociaciones que se dan en el momento, sean las que sean, tanto si es la respuesta que nos gustaría como si es otra que nunca imaginamos.

Para mí esta fue la primera vez en la que me lancé a hacer una pieza así, una pieza que fuera directamente la gente que estaba ahí. Hasta entonces siempre consideré que el trabajo solo pasa, se pone de manifiesto, en el encuentro con el público, y que es esa gente la que determina la pieza con nosotros. En este caso fue llevar esto al extremo, todavía, yo, sin entender ciertos mecanismos. Aunque de alguna manera estas ideas y reflexiones siempre habían estado en mi trabajo, porque siempre me ha interesado mucho lo de dejar el espacio abierto y la cuestión de estar juntos, la pieza del oso fue para mí un cambio grande, un cambio de paradigma, en el que se estaba re-definiendo lo que para mí era el trabajo, la obra, las propuestas que queríamos hacer. Mike sí había hecho antes cosas parecidas pero yo, todavía en aquel momento, no lo tenía muy claro.

Rosa Casado. Extraído de «Y si el acontecimiento somos nosotros» en CORNAGO, Óscar (Coord.), Manual de emergencia para prácticas escénicas. Comunidad y economías de la precariedad, Madrid, Continta me tienes, 2014, pp. 25-43.

Textos Críticos:

» La reinvención del público y la idea de ocupación: 300 personas y un oso, de Mike Brookes y Rosa Casado (Cornago, Óscar)

Obras

Tan solo un trozo de historia que se repite