Un hombre ha partido y no se sabe nada de él. Amarillo, Texas es el destino al que nunca arribó. Una mujer en la distancia reconstruye su cuerpo, su identidad, su probable itinerario y un discurso imaginado del ausente… Ese hombre y esa mujer tienen múltiples rostros, cientos de miles de identidades que conforman la imagen de un pueblo en éxodo continuo que se vacía lentamente.

Un muro inmenso cierra el horizonte, un muro que es calificado como “el muro de la vergüenza” por los mexicanos. Esta pared monolítica ilustra la ambigúedad de las relaciones fronterizas entre México y Estados Unidos. Los aspirantes a cruzarlo son siempre numerosos; los coyotes cada vez más ávidos y los controles policíacos de la frontera americana cada vez más violentos. Jorge Arturo Vargas posa una mirada muy exacta sobre la condición de los migrantes. A través de una forma teatral nueva y a veces espectacular, coloca en la escena los intentos cotidianos de los indocumentados mexicanos en busca de el Dorado: un hombre que ha partido y no se sabe nada de él; su destino: Texas; una mujer que en la réplica de ella misma, busca reconstruirse y, buscando una identidad, un cuerpo, un itinerario, entabla un diálogo imaginario con el ausente. A lo largo de la pieza, las personas se desdoblan, se multiplican en rostros, en cientos de millares de identidades que se parecen, que forman la imagen de un pequeño pueblo en eterno exilio que se vacía inexorablemente. Amarillo es un espectáculo de teatro físico, comprometido, en el cual los actores realizan una interpretación digna de un ballet.