Partiendo de «Días Felices» de Beckett, como texto referencial, nos lanzamos a la composición de esta pieza en solitario. Crazy Daisy. En «Días Felices» los recuerdos: Winnie rodeada por sus objetos más queridos y presa del tiempo y el espacio, habla en un imposible diálogo con Willie, un ser humano como un animal próximo, tendido a su lado. Crazy Daisy intenta crear para el recuerdo un «imposible día feliz», un único momento feliz en el que posa para ser pintada. Daisy crea un monólogo, más para ser pintado que escrito, en el que ella, también rodeada por sus objetos más queridos, conversa con el animal que siempre la acompaña, que tal vez lleva dentro de ella misma y la representa: una vaca.
De resultas, un retrato de mujer con vaca y en su fondo, difuminado, un imposible día feliz. Un autorretrato falsificado, en el que una mujer se expone a ser rota en pequeños pedazos que digan de su pobre significación.
Crazy Daisy no es una confesión, es una interpretación, no hay autobiografía pero si momentos de vida. Un trabajo conceptual que busca pequeñas síntesis a través de situaciones cotidianas expuestas con el carácter irreal del que las reviste el espacio escénico.
Crazy Daisy es una imagen, un retrato. El intento de ser «eso» e interpretarlo, una exhibición impúdica en ocasiones de «eso» que es cualquier cosa hecha, dicha, sentida, deseada por Daisy, un personaje de comic, comedia americana, una vecina a través de la ventana, una secretaria, una actriz, una campesina, una imagen entrevista en el espacio vacío.
Crazy Daisy es un trabajo técnico en el que como en cualquier trabajo escénico en solitario y más aún en el monólogo, el actor se enfrenta con la interpretación de una melodía y muestra las posibilidades de su registro actoral a la vez que es un trabajo poético, que instala en el corazón de esa técnica un sueño, un deseo: «un cuento narrado por un loco y que nada significa».
Sara Molina.