LA PUTA.- Me hice puta para no dormir sola. Mi angustia le cuesta muy cara a los hombres. Pagan porque saben que les amo con locura y que estaría dispuesta a morir por cada uno de ellos. Saben que siempre estoy a punto de matarme. Llaman al día siguiente para asegurarse de que lo he hecho, pero al escuchar mi voz pagan otra noche más por la moribunda. Les digo: te quiero. Te quiero. Y de nuevo se hunden furiosamente en la agonía y en la obsesión.
Después yo duermo, como si me llenaran poco a poco de agua templada. Ellos se quedan por si me entran ganas de morirme y me muero. Desde que me hice puta puedo soñar que tengo una mancha amarilla y caliente en la nuca: es el sol, es un sueño precioso. Antes no soñaba. Desde que me hice puta me gusta el invierno porque las noches son más largas y así reviento de amor durante más horas y me calientan la nuca más soles. Me regalan cuchillos, tijeras, espadas, cordones de seda, vidrios rotos, serpientes. La ofrenda ya
me llega a las rodillas. Es imposible entrar en mi alcoba sin herirse con algún filo o algún veneno. Aún así no dejan de entrar. Y yo me enamoro. Creo que soy rica. Si lo hiciera gratis a nadie le importaría
mi pasión ni mi vida. Y dormiría muy sola. Hasta que me hice puta con la rapidez del que corre al retrete aguantando los orines. No soy bella. Desde que me hice puta y pagan por mirarme mientras sufro, me he convertido en la mujer más bella del mundo.
(Texto extraído de LIDDELL, Angélica (1994) «Dolorosa», AVAE)