En 1996 Gurrola retomó el texto Bajo el bosque blanco, de Dylan Thomas y lo reinventó. Igual que treinta años atrás, se apropió de la escena dirigiendo, actuando y diseñando un escenario en forma de pasarela que se desplegaba en distintas direcciones, de tal suerte que el público se ubicaba en el centro de un torbellino de imágenes y palabras formado por los sueños etílicos del director y sus colaboradores.
Acerca de este montaje, Gurrola comentó: «Parte de la obra es una resonancia exacta de la voz en la poesía galesa de Dylan Thomas, hasta que en determinado momento varía el término, varían los cambios y empezamos a meter una contra-obra que va a ofrecernos sus peligros, sus carreteras, sus propios caminos, en un sobreentendimiento de códigos entre los actores; unos códigos infinitamente seguros en tanto que es por convicción de que el momento es plausible, cada movimiento debe estar equilibrado con el otro, con un respeto absoluto al segundo. (…)
En este caso yo ordeno el instante en una especie de trampolín de malabar cirquero, con tres sillas en el cielo diciendo lo que fuera, lo que va o lo que viene, con las consideraciones anteriores.» (Jorge Kuri, «Arquitecto del viento», UnoMásuno, Suplemento del sábado, 27 de julio, 1996).