Doce espectadores es el limitadísimo cupo que admite este espectáculo. Cecilia Coleff e Iván Esquerré son los actores que interpretan a los personajes principales, secundados por actores de roles secundarios (un taxista, un médico, entre otros). Actores y público se encuentran en el Centro Cultural Alta Córdoba y juntos comienzan un itinerario que se extiende por dos horas y que obliga a los espectadores a seguirlos, con rumbo incierto, por las calles de la ciudad. El público debe sintonizar la radio (elemento obligatorio para la función) en la frecuencia que se le indica y caminar tras Félix y María.

La pareja transita en tiempo real por lugares cotidianos: una esquina, una peña, un hotel, un hospital y el público escucha los diálogos a través del sistema de audio de frecuencia modulada. El punto de partida del recorrido por distintas locaciones es un locutorio —frente al Centro Cultural—, al que entra Félix, mientras los espectadores observan su conducta. Ingresa a una cabina y habla por teléfono. Los doce «intrusos» escuchan absolutamente todo lo que los actores conversan y, primero tímidamente, luego con mayor confianza, van involucrándose en la historia. Félix ve a María y cruza a su encuentro. La pareja decide movilizarse en taxi y hay que seguirlos. Entonces el desconcertado público sube a taxis cómplices del espectáculo y se embarca en la aventura que lo llevará, incluso, hasta la habitación de un hotel alojamiento.

Hay una historia que se cuenta: los encuentros y desencuentros de una pareja de jóvenes. Hay actores espontáneos que se suman involuntariamente a la propuesta cuando, por ejemplo, Félix le pregunta a un transeúnte la hora. Entra en juego también lo accidental: en una de las funciones, la policía intervino llamada por vecinos que notaron sonidos muy fuertes. También hay un desenlace para ese relato. Pero la historia es sencilla, porque los procedimientos para contarla concentran la mayor riqueza de esta propuesta.

«Es una producción compleja para llevar a cabo. Hay que establecer contactos con cada locación, organizar los traslados de la gente. Es costosa», explica Catani. «La gente sigue una historia ficcional, pero además recibe los estímulos de la realidad en cada lugar. Se da una zona confusa o borrosa que es la que más me interesa; pensar qué de lo que sucede es realidad o ficción: es difícil de determinar. Porque hay hechos de la realidad que intervienen en la obra, por una pregunta o un hecho azaroso. O cuando el mismo público es mirado como actor por los que está desprevenidamente afuera», agrega.

¿Por qué la necesidad de poner en conflicto ficción y realidad?

Me interesaba que el espectáculo sucediera en un tiempo real y con desplazamientos reales. Además, a la realidad se la puede percibir a partir de la existencia de un lenguaje. Y lo que no existe en lo real es precisamente un lenguaje. Todo sucede y es, pero sin algo que lo organice. Al recortar una porción de la realidad con un organizador, lo real empieza a poder ser percibido y uno empieza a ponerle un sentido. Pero no soy militante del trabajo realista. Tomo esto como parte de una experiencia para ver cómo se puede generar lenguaje en la realidad.

¿Quién no puso la oreja alguna vez para escuchar una conversación ajena? En Félix. María. De 2 a 4, el público es invitado a explorar la ciudad y meterse sin culpas en una historia pequeña. En el recorrido, viaja en taxi y en colectivo, es convidado con una taza de café y hasta con comida regional. Y cuando la función termina, no sabe si su parte fue la de un espectador o la de un actor. María Ana Rago (Clarín, 15.10.2003)

Félix. María. De 2 a 4, de Beatriz Catani, se realizó el sábado 3 y domingo 4 de este mes. Esta obra le permitió a la directora continuar su experimentación sobre cómo insertar la realidad —¿»teatro-verdad»?— en el campo de una historia de ficción. Bajo este mismo concepto Catani había trabajado con Mariano Pensotti en Los 8 de julio, que presentó el año pasado, en el ciclo Biodrama que se realiza en el teatro Sarmiento.

Inspirada en Cléo de 5 a 7 (Francia, Agnés Varda, 1962), en la que su joven protagonista espera el resultado de un examen médico, cree estar al borde la muerte y se encuentra con un hombre común, que está enamorado de ella, Catani consigue entrecruzar las fronteras del cine, el teatro y el documental.

Su Félix. María. De 2 a 4 es un divertido y por momentos conmovedor relato de una pareja, que vive un desencanto amoroso, pero se sienten atraídos uno por el otro, aunque ella sabe que está al borde de la muerte. Un sensible estudio sobre la intimidad de dos personajes, su entorno y el modo en que la identidad del lugar —la ciudad de La Plata— al que pertenecen influye en su pequeña y cotidiana vida de seres anónimos, impregna esta interesante propuesta de la directora de Ojos de ciervo rumanos.

Para participar de su singular propuesta, Catani citó a los espectadores —no más de doce o quince personas— en la esquina de las calles 2 y 69 de La Plata. El público debía llevar una radio o un walkman y auriculares y sintonizar el aparato en el 87.5 del dial; y como si fuera una especie de radioteatro le permitiría después escuchar los diálogos amorosos, discusiones y confesiones de los protagonistas de la pieza.

Al comenzar esta road movie teatral, el público ve y escucha —mediante los auriculares— a uno de los actores que habla en un teléfono público con unos amigos. Instantes después el mismo personaje, Félix, cruza una calle y se encuentra con María, él le dice que quiere mostrarle una oficina. Ella duda y se queda pensativa, como si intentara querer decirle algo que no se anima.

Félix y María toman un taxi y los espectadores hacen lo mismo. Actores y público recorren las calles de La Plata. La mujer intenta tirarse abajo del auto, la pareja discute y luego deciden ir a tomar algo a un bar. Allí son invitados a una peña folclórica por una chica que reparte volantes. Poco después y siempre seguidos por los espectadores los protagonistas cruzan una plaza, se seducen, se besan, ante la mirada de los desprevenidos conductores de los vehículos que bordean el espacio verde. Luego la pareja decide consumar su amor en un «albergue transitorio» y en ese edificio de luces tenues, los espectadores también son invitados de a dos a encerrarse en algunas de las habitaciones, desde las que continuarán escuchando a la pareja de actores, que dialogan en otro cuarto.

Poco después un viaje en colectivo hacia el Policlínico de La Plata, en el que un médico le indicará a la protagonista el tratamiento para su enfermedad, será el «anuncio» de los minutos finales de esta singular performance. El the end vendrá con la chica parada en la platea vacía de un cineclub en el que ve las escenas finales de Cléo de 5 a 7 de Agnés Varda. Una narración ágil, dinámica, que se deshilvana en “tiempo real” y un acercamiento a los aspectos sociológicos de los personajes y su entorno, conforman este interesante cruce de disciplinas propuesto por Beatriz Catani. Valiosas fueron las interpretaciones de Blas Arrese Igor y Cecilia Coleff. El actor consigue la ductilidad, inescrupulosidad y hasta ese tono de desencanto que su papel requería. Mientras que Coleff convierte a su María, en una heroína misteriosa, existencial y romántica.

Juan Carlos Fontana (La Prensa, 16.05.2003)