Cuenta Angélica Liddell que el 2 de octubre de 2008, día de su cumpleaños, se sintió asustada, furiosa y triste: “Estaba jodida por el paso del tiempo, y ya era plenamente consciente de que había perdido todo lo que amaba o había amado”. Ese mismo día, en busca de algún tipo de contradicción, se apuntó a un gimnasio, uno de esos lugares de los que siempre había echado pestes. Y allí, precisamente, nació su último espectáculo. “La casa de la fuerza es la casa de la soledad”-explica Liddell- “ese lugar donde se compensa el agotamiento espiritual con el agotamiento físico. Es el sitio donde no somos amados y hacemos ejercicios de no-sentimientos para compensar el exceso de sentimientos. Es el sitio de la humillación y de la frustración”. Autora, directora teatral y actriz, Angélica Liddell muestra una personalísima trayectoria escénica, jalonada de piezas inclasificables como Once upon a time in West Asphixia (2002), El año de Ricardo (2005) o Perro muerto en tintorería: los fuertes (2007), entre otras. Acuñadora de un lenguaje teatral cimentado en dialécticas imposibles, sus producciones oscilan entre el expresionismo desgarrador, la crítica social, la pureza, la escatología y la búsqueda del significado a través del dolor y la subversión. La casa de la fuerza nos habla, según su autora, sobre cómo “el amor fracasa, la inteligencia fracasa, y nos destrozamos los unos a los otros, por cobardía, y humillamos y somos humillados hasta el final”.