Ofelia, chica porno, habla desde una cabina dedicada al peep-show. Horacio, lisiado, tullido, envarado a causa de un aparato ortopédico, habla desde el almacén donde vive y donde tortura a muñecas de trapo. Le habla a esas muñecas de trapo y sufre.
OFELIA: Las mujeres desnudas somos como los muertos. Nadie puede dejar de mirarnos. ¿Qué tendrán nuestros pezones y el pico peludo de nuestro vientre? Qué cosa fatídica. Irremediable. Qué pestilencia. Y qué tendrán los ojos que miran y miran y miran. Y si no estoy muerta no me queda más remedio que estar desnuda. Estoy desnuda porque no estoy muerta. Aquel día a punto de matarme y sin bragas. Sin bragas. Allí empecé a trabajar. Todas las cabecitas mirándome. Igual que ahora. Cabecitas. Otra moneda, otra, otra, otra, mírame, mastúrbate, echa monedas hasta que me desnude del todo y te ensucies la mano, mírame, mastúrbate, mírame desnuda para que pierda la vergüenza cuando entre en la sala de autopsias.
HORACIO: Y yo matando gatos por tu culpa. El hombre del saco. Crustáceo funerario. Cangrejo de luto. El que ahoga animalitos en la piscina de tu rascacielos. Desde aquel día no he encontrado un trabajo más digno. Matarife por compasión. ¿Te has bañado en esa piscina? ¿Has disfrutado del agua clara? Tú, la que ahora te ríes sin parar en ese burdel de juguete, tú, la que antes sólo quería morir. !Morir! ¿Recuerdas? ¿Te has tragado alguna vez un pelo de gato mientras nadabas? ¿Se te ha prendido alguna uña rota en el bikini? No te puedes imaginar como se mueve el saco antes de sumergirlo en el agua. Y no te puedes imaginar lo quieto que está cuando lo levanto. Y sobre todo, no te puedes imaginar la cantidad de lágrimas que derramo por esos pobres animales. Así que hace un año te arrojaste por la ventana, con ganas de morirte, y ahora te bañas en la piscina, te sobas las tetas en un carrusel, y te ríes a carcajadas hasta enseñar las encías y una dentadura brutal. Y yo desde aquel jodido día tengo que llorar, y tengo que matar los gatos que molestan a tus vecinos, que te molestan a ti, quinientas por gato, y a veces los cazo en otras piscinas pero los ahogo en la tuya, y me pagan también por los gatos que no te molestan. Y al final consigo comer, comer. Pero sólo comeré en paz cuando sepa.¿Por qué te arrojaste por la ventana? ¿Por qué deseabas la muerte? ¿Por qué?
(Extraído del texto LIDDELL, Angélica (2000) «La falsa suicida», AVAE)