Una sucesión de números interpretados por tres actrices que permanecían todo el tiempo en escena y desplegaban, con mínimos recursos, una exhibición de modos escénicos desde posiciones combativamente feministas.
«Ellas soy yo y yo soy ellas. / Cuando ellas hablan yo me escucho. / Si yo hablo, son sus voces lo que oyen. / Golpes idénticos de corazón / en tres cuerpos idénticos dispares, / Tres voces, separadas, / confundidas en diversos pensamientos. / Soy diferente pero no distinta. / ¿Quienes somos? / Mujeres con algo en común.» (Edurne Rodríguez, 1996: 7)
Radicalizando la propuesta de Legaleón, las actrices no interpretaban personajes, ellas mismas aparecían en escena disfrazadas de mujeres y ejecutaban acciones o pronunciaban palabras; las podía diferenciar «su apariencia física, la calidad de su voz y de sus gestos, la fuerza de sus presencias», pero cualquiera de ellas podía acceder a cualquier frase del texto en cuanto «transmisoras de una multiplicidad de sentimientos que han podido vivir o no vivir personalmente».
La estructura del café-teatro permitía a Edurne Rodríguez evitar la fijación espectacular, jugar con lo visual sin por ello caer en lo esteticista y alcanzar un máximo de efectividad en la comunicación de un discurso que llegaba de un modo muy directo al público. La escenografía era muy sencilla: constaba de un ciclorama, sucesivamente iluminado con diferentes colores, un triángulo sobre el suelo que delimitaba el espacio de acción, un frigorífico en uno de los laterales y un elemental guardarropa al fondo. Entre los numeros, cuyos títulos se proyectaban sobre el ciclorama, figuraba un prólogo cantado y acompañado de una danza de reminiscencias tahitianas, una parodia de un desfile de modas (que incluye una coreografía con cadáveres de pollos), la degustación de un plátano («Un hombre»), una secuencia sobre el deseo simbolizado por la manzana («Eva»), una reflexión sobre el sexo («me da miedo la muerte, me da miedo morir con el sexo seco»), una lectura coral («Historia de una traición»), relatos de seducciones mientras se pelan naranjas («Tu media naranja»), coreografías gestuales («Si me amas», «Es necesario»), un cuadro flamenco en que el baile es sustituido por la palabra («La frase fatal»), la simulación de un parto («Madres), acciones silenciosas («Silencio», «Pensar hace daño», «Sueños») y un final reflexivo y dramático en el que, hablando directamente al público, las tres intérpretes trataban de comunicar sus experiencias sobre la muerte, el silencio y la fugacidad de la emoción.

Jose A. Sánchez, Universidad de Castilla-La Mancha