El espectáculo recupera algunas de las claves estilísticas reconocibles en Tres disparos, dos leones, dirigido por Sara Molina para la compañía Teatro para un Instante. El primero de los textos daba lugar a una secuencia recurrente, que se desarrollaba en torno a una especie de caseta de baño de telones aterciopelados, en cuyo interior esperaba en silencio el actor con la máscara de mono. Las palabras, pronunciadas por otros actores, y la imagen del mono daban lugar a asociaciones de movimiento, ejecutadas por los actores a lo largo del espectáculo. Este se construía a partir de la cena de nochevieja de fin de milenio y se desarrollaba en un ambiente meditativo, ligeramente salpicado por el humor.
La referencia milenarista provocaba, por contraste, una introducción en la que se utilizaba el texto del Génesis; primero recitado con entusiasmo por un actor ante un micrófono, después por toda la compañía en forcejeo, deformando el texto y cargándolo de asociaciones. La disputa por hablar de los cinco actores remitía a una especie de tertulia radiofónica, en la que los discursos más o menos ingeniosos, brillantes o cargados de razón anulan la posibilidad del diálogo. En este caso, la disputa era fingida y los actores difícilmente podían defender un discurso que sólo parcialmente les pertenecía, lo cual les obligaba a plantear una y otra vez a lo largo del espectáculo: «¿Me pregunta a mí señor? Oh, sí, señor. ¿Quiere que le conteste yo o mi personaje? Yo mismo, yo mismo le contesto».
Junto a los habituales procedimientos metateatrales, la cita y la parodia seguían funcionado como recursos para la construcción de la acción. En una de las secuencias, una de las actrices entrevista a un muerto, parodiando las estrategias morbosas de los noticieros sensacionalistas o la televisión realidad, pero también citando, más sutilmente, la película de René Clair para Relâche, de Picabia. También aquí el muerto se levantaba, salía del ataúd e incorporaba un nuevo personaje, en tanto una actriz recorría el escenario con una pala diciendo un texto extraído de un vídeo juego: «Hey, man, you’ve got two lifes left… you’ve got one life left… you’ve got no life left, you need more money». Continuando el juego asociativo, se ofrecían tumbas a los demás actores e incluso una de matrimonio a una pareja sobrevenida.
El espectáculo acababa en el Teatro Natural de Oklahoma, un teatro «que puede emplear a todos, a cada uno en su puesto», donde «todo el mundo es bienvenido» y cualquiera puede ser artista (Kafka, 1999: 439). En el espectáculo de Molina el Teatro Natural adquiría el formato de última cena y en ella coincidían los personajes que se habían ido conformando a lo largo del espectáculo: el muerto, la doncella, el austronauta, el joven y el barbudo. El cierre se hacía con un texto de María Zambrano, que había servido también como prólogo a la pieza, y que enmarcaba el espectáculo en un contexto eminentemente reflexivo.
José A. Sánchez,
Universidad de Castilla-La Mancha