En el centro cultural de una comunidad del futuro se prepara una fiesta sorpresa. Mientras el homenajeado no llega, visionan imágenes de un viaje a pié por las autopistas, hablan de las esculturas en las áreas de servicio y de una necesidad casi fisiológica de belleza. También lavan la ropa y algún que otro concepto enturbiado por el mal uso y al son de una musiquilla pegadiza hacen curiosos ejercicios aeróbicos sin moverse del sitio. Lo de siempre. Nada especial.
Finalmente llega Jordi. Lleva su aumentador cerebral que le ayuda a pensar pero que no le deja ver ni escuchar bien. Confundido, arremete, fregona en mano, contra un grupo escondido bajo un plástico y juntos realizan una coreografía quijotesca en la oscuridad. Las luces se encienden y salen del plástico gritando – ¡Sorpresa! Pero al sorprendido no le gusta, es su último día y él quiere hacer como siempre. Así que deciden aplazar la celebración y alejarse de tanta abstracción e intelectualismo construyendo algo físico y material, que por una vez, no hable de ellos. Resulta difícil que sus construcciones no signifiquen, así que optan por escuchar lo que el bambú tiene que decirles, que como siempre, resulta reconfortantemente abstracto.
De una tienda de campaña emerge un desconocido, que hasta el momento dormía a pierna suelta. Les habla de una comunidad escandinava donde han conseguido erradicar la violencia durmiendo 17 horas al día. Realidad y subconsciente conviven allí sin traumas y los sonámbulos, pasean su inconsciencia por las calles como una antorcha, guiando a los demás, con sus movimientos y acciones. Esto sí que es nuevo.
Pero no a todos les gusta la idea. Nicole, reacciona colérica. Hay que estar alerta. No soporta que le digan que no hay motivos para enfadarse. Precisamente por eso se enfada y rompe cosas, grita y saca toda la violencia que en Nueva Marinaleda no han sabido dónde meter.
Tras la tormenta, feliz y satisfecha propone abrir el debate: Seguimos invirtiendo en fitotecnología? Se sientan y lo hablan tranquilamente: ¿Y si el ficus de mi salón no quiere que yo sepa lo que él piensa de mí? ¿Y si no piensa absolutamente nada de mí? ¿Y si no les interesamos en absoluto? ¿Y si las otras plantas tienen solución a esas enfermedades que todavía nos amenazan? ¿Quien se detendrá ante esa posibilidad? ¿Podré comerme una acelga con la que he mantenido una buena conversación? ¿Afectará todo esto a nuestro equilibrio alimenticio? ¿Y las consecuencias psicológicas?…pero no consiguen ponerse de acuerdo.
Afortunadamente Ramón, esta vez disfrazado de piedra, sale al paso con una Idea fresca y revolucionaria: acabar con el voto, último vestigio de la ya olvidada democracia representativa y entrar en la era del Consenso Telepático. Por una vez parece ir en serio. No se lo ha inventado. En otra comunidad ya lo están probando. Se intercambian sus anhelos y deseos a través del contagio del bostezo. Sin hablar. Bostezando, se ponen de acuerdo. A pesar de lo sensato de la propuesta, a Jordi le parece molesto. La muerte del lenguaje por el bostezo. Muy abstracto. Como el amor, dice, la gran abstracción. Él prefiere la ternura. La ternura es como un empujón hacia la autonomía, como cuando acaricias a alguien que está dormido. La ternura está o no está, y si no está ¿para qué el amor? Tanta elocuencia le deja seco y bebe sediento vino con un porrón.
Pero ya es hora de volver a moverse, y Barbara propone: ¿nos hacemos unas diagonales? De nuevo una música pegadiza. Todo el mundo, en pareja, cruza el espacio en diagonal, baila en círculo y gira en espiral. La comunidad se suelta, salta, se excita. Mientras tanto algunos preparan el puente para el ritual. Unos espontáneos cantan a voces para la ocasión. Jordi se prepara para cruzar, pero antes, a pesar de que nadie le ha exigido explicaciones, él quiere compartir sus razones: este alto estado de consciencia le tiene agotado. Ya no puede más.
Ramón, sin saberlo le ha dado la clave: lo que él quiere ahora es devenir mineral, sencillamente eso. Pasar al estado mineral. La fiesta puede comenzar…
Una propuesta utópica
Hoy parece más fácil imaginar el fin del mundo, que una alternativa al capitalismo. Nosotros imaginamos un futuro posible sin catástrofe. En este futuro la gente, se organiza en pequeñas comunidades auto gestionadas de librepensadores y autodidactas que disfrutan compartiendo sus ideas sin buscar ni seguidores ni adeptos. Lo que les une es la curiosidad y una irrefrenable sed de ser a la que sacrifican toda obsesión por tener. En este futuro que imaginamos ni la tecnología ni el beneficio van por delante.
El conocimiento es un lugar de encuentro. La ciencia y el arte ya no son propios de las elites y se han convertido en una práctica lúdica y cotidiana. Ya no hay un poder externo al que combatir, allí se sabe que el peligro está en ellos mismos si ceden a la dejadez y a la indiferencia, por esto se mantienen conscientes y alerta. Evidentemente no se trata de un mundo feliz, sino de una sociedad de individuos en marcha. Pero el espectáculo no cuenta la utopía, simplemente te invita vivirla.
Un público que no lo es (cambiando el rol del espectador)
Nueva Marinaleda desmenuza, no sin humor, la relación comunidad-individuo y pasando por encima de los prejuicios propone una tensión constante entre estos dos elementos atomizadores. Esta tensión se traslada también al público que constantemente puede colocarse dentro y fuera del grupo, participando de la acción u observándola como espectador. El público nunca es forzado a participar. La elección es suya y en esa libertad, que es plenamente personal, radica la fuerza de la propuesta. En Nueva Marinaleda , de hecho, no hay un “publico”. Desde el momento en que entran en el espacio todos son Nueva Marinaleda. Los intérpretes, que tampoco están muy definidos, se dirigen a ellos por sus nombres y les hablan con una familiaridad acostumbrada. Personalizando la relación de esta forma se difumina al ente “público” dando espacio a una sensación nueva de grupo, que cada uno vive de forma individual.
Un nuevo Typcial Spanish (realidad socio-política)
La ficción de un futuro utópico nos permite hablar con más libertad y de forma más imaginativa de la realidad actual, dejando atrás las evidencias y las inercias de la costumbre. En Nueva Marinaleda todo es posible, incluso hacer hablar a las piedras. Uno se atreve más y el juego invita a imaginar. De hecho la utopía esta, precisamente, en tener el espacio para poder imaginar un futuro posible. Y ese espacio, es lo que compartimos con el espectador. En España, el movimiento del 15M, conocido internacionalmente como la Spanish revolution, ha abierto ese espacio y ha constituido el golpe más efectivo a la Cultura de la Transición ( CT), que bajo el lema de la “cohesión” y el “consenso” ha borrado del mapa el dialogo de los desacuerdos y ha llevado a la sociedad española a lo que Maurice Blanchot llamaba una “muerte política”. Nueva Marinaleda, nace del espíritu local de esos nuevos movimientos sociales, y extiende el debate a temas mucho más universales sin perder de vista una necesidad de cambio mundialmente generalizada.