Puede afirmarse que Perro muerto en tintorería: Los fuertes nace con vocación de pertenecer al género apocalíptico de la política-ficción insertado en un tiempo y una época futuros. Dicho género, favorece la reflexión acerca de los experimentos totalitarios e intenta vislumbrar hacia qué tipo de catástrofe se encamina el hombre. Se trata, ante todo, de interpretar las señales del presente. La fábula se construye a partir de un fragmento de El contrato de Rousseau, «la conservación del Estado es INCOMPATIBLE con la conservación del enemigo, es preciso que uno de los dos perezca, y cuando se hace perecer al culpable es menos como ciudadano que como enemigo». Se instaura, por tanto, un nuevo orden social basado en la Seguridad y en lo Incompatible. Este orden ha conseguido imponerse uniendo la justicia a la venganza, y la defensa a la barbarie. Hemos legitimado la matanza esgrimiendo la superioridad de nuestro sistema, es decir hemos aniquilado para preservar la superioridad de nuestro sistema, cosa que en sí misma contiene una paradoja atroz que cuesta miles de vidas. Los gobiernos controlan el poder judicial dando lugar a dictaduras presidenciales aberrantes, azufradas, destinadas a erradicar cualquier cosa que suponga una amenaza. En Perro muerto en tintorería: Los fuertes se ha eliminado finalmente la amenaza, es decir, se ha exterminado al enemigo, real o imaginario, en nombre de la Seguridad. En un mundo perfecto y completamente seguro el miedo se convierte en un sentimiento Incompatible con el Estado, porque el miedo significaría aceptar la falibilidad del sistema. Sin embargo, Perro muerto en tintorería: Los fuertes comienza justo con la expansión de una nueva epidemia de miedo, como si el Nosferatu de Murnau acabara de desembarcar entre los hombres. Todos tienen miedo pero no saben de qué. Estaban acostumbrados a temer a un enemigo común y ahora, una vez aniquilado el enemigo común, se temen a sí mismos, no saben cómo gestionar sus deseos. La perfección del nuevo sistema, fundamentado también en la represión moral, despierta en los cuatro protagonistas una necesidad imperiosa de error, de catástrofe, demandan crímenes, ya no pueden vivir sin horrorizarse, reclaman lo corporal con violencia y solo encuentran alivio a su angustia en el sexo, en lo absolutamente concreto. Con estos cuatro personajes se escribe un nuevo libro de Job. En el fondo son cobayas dentro de una situación controlada. Un extraño demiurgo, Combeferre, fantasma procedente de la Ilustración, sustituto de Dios en la Biblia del progreso, los utiliza para construir un cuento moral que se ve irrevocablemente abocado al fracaso. Job se rebela, contra el Inquisidor y contra el Idealista, y la única conclusión a la que se puede llegar es la siguiente: que ante la naturaleza humana se tambalea cualquier tipo de orden social. No existe orden social que solucione la mezquindad, la hipocresía, el deseo de humillar y de ser humillado, no hay orden social que solucione la búsqueda individual de la violencia, el castigo y el perdón.