¿Cuándo la palabra es ruido?
Justo en el momento en que el lenguaje ya no alcanza a decir las formas de violencia de la historia. “Salón Juárez” de Teatro Ojo es una Instalación escénica (una performance en jornada laboral) que se construye por la superposición en varios planos sonoros de voces que nombran los nombres de los desaparecidos en México a partir de 1968 hasta nuestros días.
Construida sobre un foro vacío en el que hay más de un millar de sillas y sobre el rastro de un presídium de algún acto oficial, este espacio es atravesado por varias capas de sonido que van enunciando el nombre de alguna persona (estudiante, obrero, campesino, mujer) que se ha reportado desaparecida o muerta en los últimos cincuenta años en México.
Ahí donde en los primeros planos de percepción sonora, la voz aparece como atada a un cuerpo y significando un nombre, en la medida en que la densidad de voces se convierte en ruido a lo largo y ancho de la sala –acorde a la cantidad de desaparecidos imposibles de ser contados–, lo que se produce es una pura pulsión acusmática. Una voz (que son muchas) que no podemos localizar, una voz que no podemos vestir con algún cuerpo, una voz sin cuerpo: una voz que en tanto son muchas son ruido. Ahí donde no hay acción ni trama, sino voces convertidas en murmullos estruendosos, el teatro no existe sino a modo de una acción vaciándose de su presencia. “Salón Juárez” tan sólo puede ser una instalación escénica en virtud de que aquello que representa es pura ausencia. A fuerza de no poder actuar, la voz hace del escenario un puro espacio volcado en fosas sin cuerpos o en cuerpos sin nombre.
Esta es la cuarta entrega del proyecto artístico “Irrupción y memoria” con el cuál la Universidad Iberoamericana participa en la conmemoración de los cincuenta años del movimiento del sesenta y ocho.
José Luis Barrios