Texto del programa:
El apóstol guerrero empuña su espada y, bajo los cascos del caballo que monta, un adversario de piel oscura se agita en un ademán de resistencia. Los fieles, que se parecen al vencido, le rinden homenaje al vencedor. Esa paradoja no los inquieta, porque asistir a la procesión no significa un voto a favor de la Conquista (por lo demás, conviene recordar que los conflictos de los Andes no comienzan ni terminan con la invasión europea del siglo XVI).
En los pueblos, las procesiones y las fiestas marcan el ritmo de la memoria colectiva: actos que recuerdan, recuerdos que son actos. Por eso, cada tradición abandonada es una victoria del olvido.
La festividad del Patrón Santiago, antigua y a la vez actual, nos proporciono la imagen a través de la cual iniciamos -en la Sala y fuera de ella- nuestra pesquisa.
En el proceso, descubrimos que la fuerza secular de los símbolos no radica en que conservan un significado único, inmutable; por el contrario, su poder consiste en darle forma a las intuiciones, preocupaciones y deseos de personas radicalmente distintas que pertenecen a épocas drásticamente diversas.
Para los actores de Yuyachkani, el desafío principal fue el de encarnar modos diferentes de entender la relación con los iconos complementariamente, la contienda entre dos imágenes rituales, la del Santo y el Infiel, sirvió para alimentar nuestro trabajo, pues nos permitió incorporar la larga duración y el imaginario colectivo a nuestro trabajo.
Tiempo de la historia, tiempo del mito: en la frontera de los dos está el tiempo de la escena. De ahí que el montaje no pretenda documentar, lineal y gráficamente, la vida diaria de un pueblo destruido por la violencia; de ahí también que las presencias de Santiago y el Moro cobren vida y tomen la palabra.
En la obra, los personajes -humanos o sobrenaturales- están del otro lado de la vigilia y la normalidad cotidiana, en una condición que cubre desde el trance místico a la confesión desgarrada. El sitio mágico y sagrado en el cual actúan -el de la iglesia- propicia el descubrimiento de los fueros internos y la revelación de las verdades ocultas. Es preciso añadir que ni el descubrimiento ni la revelación ocurren sin que medien el sacrificio y la prueba. Eso vale tanto para los seres de la ficción como para quienes estamos involucrados en la creación de la obra.
La indagación en la oscuridad, ¿puede no ser enigmática y tortuosa? La búsqueda de las salidas, ¿no es laberíntica y compleja? Al alcanzar la forma de nuestro espectáculo y construir sus personajes, hemos querido ser fieles a la naturaleza misma del proceso en el cual nos internamos. No quiere decir lo anterior que esta traveséa carezca de un itinerario. La clave de la estructura dramática se halla en las dos acepciones de la palabra ‘duelo’. Una designa el reconocimiento de la ausencia amada y el esfuerzo de incorporarla a nuestras vidas; la otra, la contienda entre dos seres contrarios.
El Guardián, la Madre y el Mayordomo viven, cada cual a su manera, la necesidad de elaborar las pérdidas que íntimamente los laceran; Santiago y el Moro, por su parte, reviven una pugna aún no terminada, pero que no es ya idéntica a lo que fue en sus inicios. En ambos casos, la muerte ronda las acciones, pero no las agota ni las contiene.
Para Yuyachkani, el énfasis se coloca en la afirmación de la memoria y en la persistencia de la vida, aín en aquellas situaciones límite que a primera vista parecen negar la primera y abolir la segunda. Esa es nuestra visión y nuestra apuesta.
Peter Elmore