«Hacedlo tan grande que desde el exilio podamos decir, anda, mira, un zeppelín!, y nos quedemos como niños bobos fascinados viendo cómo se pierde en el horizonte de acuarela de mar»

Blanca del Moral

«Ahora quiero ir más allá del arte,  más allá de la sensibilidad,  más allá de la vida. Quiero ir al vacío. Mi vida será como mi sinfonía de 1949, un tono constante, libre de principio y fin, limitada y eterna al mismo tiempo porque no tiene principio ni fin. Quiero morir y entonces dirán de mí: vivió y, por lo tanto sigue vivo»
Yves Klein, Diarios

En un espacio cerrado sobre un suelo metálico y asientos de color rojo corridos por el fondo y laterales bajo la luz de unos focos suspendidos (que recibió el Premio María Casares al Mejor Espacio Escénico 1997) tienen lugar movimiento ritualizados y convulsos, repeticiones, caídas, vueltas a empezar; no hay salida, pero late el deseo de ir más allá, de volar, de alcanzar metas imposibles. Después de cada intervención los actores descansan en los asientos, y se convierten en espectadores de los otros, mientras escuchan sus palabras. Parlamentos narrativos extraídos de los Diarios, de Yves Klein, de Marguerite Duras, Los ojos azules pelo negro, o Javier Martínez Alejandre, son dichos de manera no naturalista, siguiendo la idea de Duras: «No habría que subrayar ninguna emoción determinada en tal o cual paisaje de la lectura. Ningún gesto. Simplemente, la emoción ante el hecho de desvelar la palabra», mientras que de Klein proviene la idea de un hombre que contrata a una mujer para que le escuche sus palabras.
El programa de mano, diseñado por Ninfa y Ribeiro, recibió el Premio Nacional de Diseño Conqueror 1997.

Críticas:
– Eduardo Pérez-Rasilla, «Zeppelin. El difícil camino de la vanguardia», Reseña de literatura, arte y espectáculos 274 (1996), p. 22.