Solemos identificar el espectáculo con un acontecimiento “fabricado”, precocinado o preparado para un espectador en letargo, deseoso de recibir estímulos cuyo fin último es la narcosis. Aparecen así unas palabras asociadas normalmente con lo espectacular, tales como seducción, subyugación, rapto e incluso sumisión.
Estas palabras inscriben al espectador en la pasividad, a la vez que implican la existencia de un agente activo que ejerce la seducción, que subyuga, que domina. Y ninguna obra de arte manifiesta su contenido ideológico tanto como la obra de arte espectacular. Sin embargo, podríamos reconsiderar el significado del espectáculo arquitectónico.
En origen, el término latino spectacula designaba el lugar del espectador, su espacio. Y cabría la posibilidad de ver en el espectáculo el mejor instrumento para la autorepresentación. Es decir, considerarlo como el lugar arquitectónico disponible para la escritura de la autobiografía del espectador.
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