Cada generación tiene derecho a sus propias formas y medios de expresión, del mismo modo que cada nación, cada región y cada ciudad, a su propia cultura. La satisfacción de ambos derechos no es incompatible, sino más bien complementaria. Sin embargo, en muchas ocasiones el peso (económico y cultural) de las tradiciones y de los intereses localistas es tal que aplasta a los nuevos creadores. Si la cultura destruye a la creación, ella misma acabará extinguiéndose. Por ello, la reivindicación de un espacio de formación, investigación, exhibición e intercambio por parte de un grupo de creadores/as coetáneos/as es algo saludable y defendible.

En los últimos años hemos asistido a un descrédito de la creación contemporánea, consecuencia en gran parte de desviaciones no siempre bienintencionadas del denominado pensamiento potmoderno. Es cierto que el postmodernismo corrigió algunos excesos no deseables del vanguardismo, pero también es cierto que ha sido utilizado para intentar aniquilar algunos de los principios que ninguna cultura puede permitirse perder para seguir estando viva. La postmodernidad enseñó a los creadores el valor de la tolerancia, y que no es necesario romper una y otra vez de forma radical con el pasado inmediato para construir el futuro. Sin embargo, la tolerancia no puede ser confundida con la indiferencia, ni con la quietud ni la mansedumbre.

La nueva danza no se presenta como una ruptura con la danza postmoderna, sino como una continuación de ella. No siempre es cierta la sentencia brechtiana según la cual el respeto al maestro comienza por la traición. Más bien, el respeto al maestro comienza por la defensa de lo valioso que en su obra podemos reconocer para nuestro tiempo y por el rechazo de todo aquello que el propio maestro o sus malos discípulos produjeron a partir de lo primero. Por ello, la nueva danza asume la herencia de los/as creadore/as de la danza postmoderna de los sesenta a los ochenta, y combate el nuevo academicismo de la postmodernidad y la conversión de la danza en un fenómeno decorativo.

Vivimos en un momento histórico en que la función del arte está sufriendo un cuestionamiento paralelo quizá al que se produjo en los albores de la época burguesa. La ruptura del orden mundial que ha dominado la segunda mitad de nuestro siglo ha acelerado el proceso. Algunos artistas aceptan nuevas funciones para el arte: pedagógicas, expresivas, políticas… En tanto otros apuestan por una vuelta al ‘servilismo’ prerromántico y asocian inevitablemente la creación artística al entretenimiento, la decoración, la propaganda, el diseño o el espectáculo. No podemos adivinar en este momento cuál será la dirección que se imponga y cuál la función del arte en la segunda mitad de nuestro siglo. Pero, si hacemos nuestro lo que hemos definido como aportación positiva de la postmodernidad, es decir, la tolerancia, deberemos aceptar que a las funciones arriba citadas hay que añadir las que la modernidad propuso: la investigación formal, la creación de nuevos lenguajes, la ampliación de la experiencia.

Distanciándose de las opciones decorativas de la mayoría de las compañías medias y grandes que presentan sus producciones como ‘danza contemporánea’, en las que cuenta sobre todo el virtuosismo, el dominio de los medios escénicos y la calidad de las propuestas individuales (de coreógrafo/a, músico/a y escenógrafo/a), y que son el equivalente contemporáneo del ballet clásico, los/as creadores/as de la nueva danza se proponen no romper con ninguna tradición anterior, sino continuar esa otra tradición que tuvo fecha de inicio en los primeros sesenta y que asumió de forma crítica las aportaciones de Loïe Fuller, Isadora Duncan, Ruth St. Denis y Ted Shawn, Martha Graham y Louis Horst, Charles Weidman, Mary Wygman, Alwin Nikolais y Merce Cunningham.

La nueva danza no inventa casi nada, renueva las ideas y los recursos con que han enriquecido la creación coreográfica las sucesivas generaciones de creadore/as de nuestro siglo. Citaré algunas de las principales, que reconozco en el trabajo de quienes firman el proyecto: la utilización del movimiento no codificado (Fuller, Duncan, Graham, Cunningham) y del movimiento cotidiano (Trisha Brown, Yvonne Rainer, Pina Bausch), la consideración de la palabra y el gesto como material coreográfico (Wigman, Brown, Bausch), la exploración de las posibilidades de movimiento del propio cuerpo (Rainer, Steve Paxton, Deborah Hay), el uso de la improvisación como medio de construcción del espectáculo (Brown, Carole Schneeman, Wigman, Bausch), el recurso a la repetición como medio para facilitar la comprensión del nuevo lenguaje (Rainer, Brown, Lucinda Childs), la colaboración estrecha con artistas de otras disciplinas (Cunningham, Childs, Simone Forti, Lloyd Newson), la colaboración de bailarines con intérpretes sin formación específica o con formación en otras disciplinas artísticas y la sustitución del mero ejecutante por el intérprete/bailarín activo/creador (Brown, Paxton, Rainer, Anne Carlson), la transdisciplinariedad o supresión de las barreras entre los géneros: danza-performance, danza-vídeo, danza-instalación, danza-poesía… (Rainer, Meredith Monk, Douglas Dunn, Newson), la utilización de técnicas compositivas tomadas de las vanguardias pictórica y literaria: el azar, el juego, el collage (Cunningham, Forti, Monk), la utilización de la danza como medio de autoconocimiento (Wigman, Halprim, Hay, Carlson), la introducción de elementos expresivos, autobiográficos o diferenciales (Rainer, Schneeman, Newson), la posibilidad de presentar los trabajos en espacios no convencionales (Cunningham, Childs, Monk), el diálogo directo con el público (Forti, Schneeman, Bausch), la relajación de la autoría y la atención al proceso y la concepción de los trabajos como obras en proceso (Paxton, Rainer, Brown), etc.

Lo importante no es la utilización de los recursos, las formas y las ideas, sino la capacidad para adaptar ideas, formas y recursos a las necesidades expresivas de nuestra época, la habilidad para continuar esos procedimientos formulados en gran parte por la danza postmoderna sin que pierdan su eficacia como medios de investigación y de comunicación. Una comunicación auténtica con el público contemporáneo sólo es posible desde el compromiso más riguroso con la experiencia de la contemporaneidad.

La nueva danza no pretende por tanto romper con la tradición de nuestro siglo, quiere mantenerla viva. La nueva danza no pretende volverse sobre sí misma y concentrarse en un trabajo de investigación o auto-expresión, quiere hace productiva la reflexión, quiere comunicar, quiere divertir. La nueva danza no pretende crear nuevos dogmas, sino propiciar el diálogo con otras danzas, con otras naciones, con otras culturas, con otras disciplinas artísticas, con otros colectivos sociales. La nueva danza no reclama un lugar exclusivo ni excluyente, pide convivir con otras tendencias de la danza contemporánea, que se responda con tolerancia a su tolerancia, y ocupar un espacio abierto que le permita ser productiva para la sociedad contemporánea.

 

Cuenca, mayo de 1997

Blanca Calvo y José Antonio Sánchez