LA PUTA.- Me hice puta para no dormir sola. Mi angustia le cuesta

muy cara a los hombres. Pagan porque saben que les amo con locura

y que estaría dispuesta a morir por cada uno de ellos. Saben que

siempre estoy a punto de matarme. Llaman al día siguiente para

asegurarse de que lo he hecho, pero al escuchar mi voz pagan otra

noche más por la moribunda. Les digo: te quiero. Te quiero. Y de

nuevo se hunden furiosamente en la agonía y en la obsesión.

Después yo duermo, como si me llenaran poco a poco de agua

templada. Ellos se quedan por si me entran ganas de morirme y me

muero. Desde que me hice puta puedo soñar que tengo una mancha

amarilla y caliente en la nuca: es el sol, es un sueño precioso. Antes

no soñaba. Desde que me hice puta me gusta el invierno porque las

noches son más largas y así reviento de amor durante más horas y

me calientan la nuca más soles. Me regalan cuchillos, tijeras,

espadas, cordones de seda, vidrios rotos, serpientes. La ofrenda ya

me llega a las rodillas. Es imposible entrar en mi alcoba sin herirse

con algún filo o algún veneno. Aún así no dejan de entrar. Y yo me

enamoro. Creo que soy rica. Si lo hiciera gratis a nadie le importaría

mi pasión ni mi vida. Y dormiría muy sola. Hasta que me hice puta

con la rapidez del que corre al retrete aguantando los orines. No soy

bella. Desde que me hice puta y pagan por mirarme mientras sufro,

me he convertido en la mujer más bella del mundo. No es que el

dolor me embellezca. El que más paga es el que me recibe más

deslumbrante. Así consigo sobrevivir sin espíritu, sin impacientarme

por obtener la salvación. Yo soy la salvación. Les digo: te quiero. Te

quiero. Y ellos se masturban igual que en un ataque, avivando el

ascua que calienta la espuma del torrente. Comienza el hervor y una

dentellada en el vientre les arquea. Se rompen la espalda para

inyectar en el aire chorros infinitos, que se rizan, que inundan hasta

tener que nadar en tanta abundancia, tanta como el derroche de su

fortuna. Mi dolor es el más caro que existe. Mi amargura la más

valiosa. Mi desgarro un lujo.

EL HOMBRE.- (Temblando de urgencia, arrojando su dinero hacia el

aire de la puta.) El mundo se acaba. Me hubiera gustado vivir cuando

aún se podía elegir entre Dios y el Mono. El destino no me sirve. Sólo

tú. El mundo se acaba. El mundo que no es otra cosa que mi cuerpo

enfermo. Los holocaustos mis vómitos. Las catástrofes mis venas

rotas. Me pudro como el agua estancada llena de bichos muertos. El

mundo se acaba y yo deseo violarte. Penetrarte como una bestia

hasta hacerlo con una pelota de sangre. Pagaré lo que me pidas.

LA PUTA.- Te quiero.

EL HOMBRE.- Sigue. Puedo arruinarme.

LA PUTA.- Te quiero y te querré siempre.

EL HOMBRE.- (La acaricia, la besa, la respira, la lame, la muerde.)

No soy digno, no soy digno.

LA PUTA.- Si amara a los que aman qué mérito tendría.

(Se escucha un portazo.)

LA PUTA.- (Hacia el portazo.) Adiós.

EL HOMBRE.- ¿A quién?

LA PUTA.- Yo puedo morir de amor por todos los hombres.

EL HOMBRE.- Sólo por mí.

LA PUTA.- Jamás amaré a otro.

EL HOMBRE.- Jura.

LA PUTA.- Lo juro. Juro que jamás amaré a otro.

EL HOMBRE.- Repite.

LA PUTA.- Juro que jamás amaré a otro.

EL HOMBRE.- Más.

LA PUTA.- Te lo juro.

EL HOMBRE.- ¿Por quién juras?

LA PUTA.- Por tu frente , por tus ojos, por tu boca, por tu aliento.

EL HOMBRE.- ¿Después morirás?

LA PUTA.- Sí.

EL HOMBRE.- Morirás.

LA PUTA.- Sí, mi amor.

EL HOMBRE.- Una prueba.

LA PUTA.- ¿No eres capaz de interpretar las señales de los tiempos?

EL HOMBRE.- ¡He arrastrado hasta aquí mi sangre enferma! ¡He

pagado!

LA PUTA.- Y a pesar de todo te quiero.

EL HOMBRE.- (Se mete bajo la falda de la puta y le da placer.)

LA PUTA.- Si te vas me llenaré de balcones para esperarte. Y en cada

uno prenderé una guirnalda de flores que recibirá tu regreso con su

perfume. Aunque tiemble la tierra no entraré en casa. Aunque llueva

y nieve no cubriré mi cuerpo desnudo. Igual que la proa de un barco

contra la tempestad será el deseo de reencontrarte. Asomaré mi

soledad a los balcones y lloraré hasta que te vea aparecer a lo lejos.

Si me abandonas moriré. (Llora.)

EL HOMBRE.- (Abandona la corola de la falda. Enciende un pitillo.)

LA PUTA.- (Se tira al suelo.)

(Llora.)

(Sólo se escucha su llanto.)

(Llora, llora, llora, llora.)

EL HOMBRE.- Déjala. Que llore. Que se muera. Deja que se muera de

amor. Ella sola. Que llore. Llora, llora por mi culpa. Mi epidemia se

merece unas cuantas lágrimas. El mundo te lo agradecerá. El mundo

que no es otra cosa que mi billetera y mi hígado. Eso es, así, muy

bien. Muérete. Poco a poco. No soy egoísta. Soy un hombre. El

maldito descubrimiento nos convirtió para siempre en hombres. Yo

me hubiera quedado con Dios y hubiera empalado a los herejes.

Idiotas. Llora, llora, no dejes de llorar. Ya sé que estoy loco. Me gusta

estar loco. Suelo estar loco un par de veces a la semana.

Preferentemente los viernes y los sábados. Cuando estoy loco soy

capaz de obligarme a dormir hasta las cinco de la tarde. Al despertar

me golpeo la cabeza con los puños o contra los barrotes de la cama.

Mientras lo hago no puedo pensar. No puedo sentir. Ni siquiera me

doy cuenta de si no puedo pensar o no puedo sentir. Sencillamente

no pienso, no siento. Me concentro tan sólo en la percepción del

dolor. Del ruido del dolor. Del ruido de mi mano contra el dolor. Del

ruido de la madera de mi cama contra el dolor. Es fascinante ese

intervalo de ausencia total de sensibilidad. Como una habitación

esférica de dos metros de diámetro completamente blanca. Es la

ausencia de esquinas, de suelo, de techo, de puertas, de ventanas,

de colores, de formas, de perspectiva, de horizonte. Es el reposo. Si

me detengo no es más que por aburrimiento, no porque no pueda

soportarlo. Me aburro muy pronto de todo lo que hago. Después me

aíslo en esa especie de horrible calambre eléctrico que se produce al

arrancarse los cabellos. Estiro hasta notar como se humedecen mis

ojos, y en el preciso instante en que empieza a resbalar una lágrima

por mi mejilla, estiro brutalmente en un último y definitivo impulso. Y

mi mano queda llena de pelo. Cuando la abro parece que llevo un

animalito estrangulado. Lo más importante de este ejercicio corporal

son las lágrimas. Lágrimas vacías de contenido. Lágrimas

fisiológicamente puras o puramente fisiológicas. No como las tuyas.

Tú sigue. Sigue llorando. El mío es un buen método para controlar la

producción de llanto a mi antojo prescindiendo de la pena, la

angustia, la rabia, el odio, el amor y el miedo. En resumen,

prescindiendo del fin del mundo. Y de ese alma maldita que no existe

y que me han obligado a cargar. Me exigen un alma por libro. Qué

más quisiera yo que ese volátil divino no fuera un invento. Me

encadenaron a la fuerza. Ahora que no se quejen de mis obras. Los

días que estoy loco no como ni meo apenas. Si me entran ganas lo

soluciono con la mayor rapidez posible para volver a internarme en

mi templo y entregarme por entero al disfrute de mi patología. ¿Hay

algo más divertido que un cerebro infectado? Puedo destruir a la

humanidad con un solo golpe de tinta o de tecla. ¡Soy un creador!

¡Creatio ex nihilo! ¿Entendéis ahora mi vocación, cerdos? ¿Entendéis

mi desgracia? El mundo se acaba pero yo no he elegido la palabra

correcta. Elijo, entre una frase y otra, un nombre, un principio, un

final, mi oficio consiste en elegir palabras y a pesar de las horas y de

los años siempre me quedo con la peor, la más defectuosa, y saber

que esa puede ser la última palabra, la palabra con la que me

entierren, la que recen todos al pie de la tumba. Soy un mendigo de

mí mismo. Sólo puedo buscar en la basura. ¿No hueles el hedor de

los desperdicios? Qué extraño. Tengo los bolsillos rebosando. Nunca

tiro nada. De qué iba a rellenar sino esos días blancos como el

mármol de la morgue. Soy el único barro que me atrevo a usar, más

que barro cieno. Soy un cobarde. No pienses que escogí el camino

más fácil. Es que no sé hacerlo mejor. Estoy condenado a repetir

siempre la misma historia. Imposible hacer hablar a un borracho si no

es con las palabras que le he escrito a mi amante en una carta. Soy

un estafador que garabatea sus tripas intentando disimular su falta

absoluta de talento. El héroe de una hazaña patética. Y a veces

disfruto porque no tengo otra cosa que hacer. Cada vez que publico

un libro cojo las tijeras y recorto unas cuantas paginas para ver si

brota sangre o algo así. Después lo tiro al cubo de la basura y lo

miro, allí, rodeado de latas vacías, cáscaras, compresas… Al menos

me dieron la oportunidad de soñar que hacía algo bello. Hoy en día lo

único que cuenta es el punto de vista de los sueños. Ojalá pudiera

destruir mis libros. Se empeñan en conservar las cosas de los

muertos y las llaman almas. Necesitan de un simulacro de eternidad.

Y las conservan cada vez más y mejor, porque el fin del mundo cada

vez está más cerca, porque mi cuerpo se parece cada vez más a un

pantano apestoso, cada vez más, cada vez más. El alma no existe.

Sólo cuerpos que se pudren. Si quemara mis libros en una plaza

pública y me ahorcara junto a la hoguera, ¿se darían por fin cuenta?

Que para el moribundo lo único que existe es la fabricación del

cadáver. Morir es absurdo si luego no vuelves a estar vivo. Los

viernes y los sábados son los días más divertidos de la semana. Me

ingresarán un viernes o un sábado. Hermanos míos, cuánto anhelo

encontrarme ya a vuestro lado. Cuanto deseo que me contagiéis cada

una de vuestras benditas infecciones. Os envidio. Ambiciono todas las

locuras. Vosotros me ayudaréis a desterrar esta lucidez intermitente

que aún padezco. Jamás regresaré a mi casa, a mi mujer, a mis

hijos. ¿Qué casa? ¿Mujer? ¿Hijos? Me ataré a la tubería del retrete de

mi celda. El mío es el mundo de los locos. ¿Te has dormido? ¿O te

has muerto? Quizá aprovechas el sueño para morir. Para soñar

conmigo. Déjala, que sueñe, que sueñe. Yo hace semanas que no

duermo. El sueño se parece demasiado a la muerte. Esperaré. Te

aconsejo que te mueras. El mundo se acaba. Tienes que hacerlo. No

me gustaría que volvieras a abrir los ojos. Me dijeron que había una

puta que estaba dispuesta a morir de amor por mí. Es lo que más se

parece a la idea que tenía de Dios cuando era pequeño. Entonces no

había dinero en mi cartera, pero había un libro de oraciones con

tapas blancas y letras de oro. Después de matar al cachorrito recé.

Tú me perdonas, ¿verdad?. La puta me perdona porque me ama.

Tengo suficiente dinero para que se muera de amor. Muere, muere.

Mis gérmenes pueden esperar unos minutos. Mi sexo reservará su

estallido hasta el final.

LA PUTA.- (Se despierta.)

EL HOMBRE.- (Le rasga los vestidos, la golpea.)

(Le da una pistola.) Toma, guárdala.

(Se aleja, se va.)

LA PUTA.- Los hay que vienen con sus madres, sus hijas o sus

amantes. El embajador viene con su esposa. Nunca entran en mi

dormitorio. Se quedan al otro lado de la puerta. Yo me aprieto para

escuchar mejor los ruidos y sufrir más. El embajador quiere

recordarme que he de padecer la disciplina que lo inalcanzable

impone a la enamorada: morir deprisa. Comienza a hablarle de amor

a su mujer. Sabe que no hace falta elevar la voz para que me entren

ganas de matarme. Un susurro ya me taladra los oídos. El embajador

no tarda en abrirle las piernas a esa… El embajador sabe que odio a

su esposa. Una mujer enamorada tiene derecho a que le duela la otra

mujer como una gangrena. Tiene derecho a insultar y a escupir. Una

mujer enamorada tiene derecho a crucificarse y a condenar a los

malditos. El embajador y su esposa fornican igual que perros. Sus

primeros gemidos los recibo con un espasmo. Mi cara empieza a

desordenarse Ya que no puedo clavar un cuchillo en su corazón lo

clavo en propia cordura. Hacen mucho ruido. Aunque procuran

disimularlo lo escucho todo. Pero le escucho como si estuviera debajo

del agua, a dos mil metros de profundidad, medio aplastada,

ahogándome, con el cráneo a punto de saltar en pedazos. Al

embajador se le multiplica la potencia intuyendo mi desastre. Me

meto las sábanas en la boca hasta desencajar la mandíbula. No tiene

que advertir mis aullidos. Debo enardecerle con mi silencio, que él

pronosticará silencio de cadáver. Si llegara a oírme pagaría menos. Y

continúo sacudida por violentas convulsiones, tiritando, hasta que

finalmente mi cuerpo se abre y se derrama en heces y orines. Al

concluir su actuación el embajador entra en mi alcoba y comprueba la

masacre. Se acerca por ver si todavía me queda algún temblor en el

pecho. Los dos nos damos cuenta de lo difícil que es morir, aunque

sea de amor.

EL HOMBRE.- ¿Quién ha estado aquí?

LA PUTA.- El embajador.

EL HOMBRE.- (La cubre de dinero.)

LA PUTA.- Te quiero.

EL HOMBRE.- (Pasea.)

(Le quita un cabello caído sobre el hombro.)

¿Qué es lo que más te enamora?

LA PUTA.- Que me alimenten como a una niña.

EL HOMBRE.- (La alimenta.)

LA PUTA.- (Se quema con el primer bocado.)

EL HOMBRE.- (Rápidamente sopla el alimento. Lo prueba.) Ahora.

LA PUTA.- Mi amor.

EL HOMBRE.- ¿Te gusta?

LA PUTA.- Mucho.

EL HOMBRE.- Bebe. No, deja las manos. Yo te lo doy. Así, despacito.

LA PUTA.- Mi amor.

EL HOMBRE.- ¿Quieres beber más?

LA PUTA.- (Asiente con la cabeza.)

EL HOMBRE.- Eso es. Muy bien.

LA PUTA.- Mi amor, mi amor…

EL HOMBRE.- ¿Te mueres?

LA PUTA.- Sí.

EL HOMBRE.- (Le limpia los labios.)

LA PUTA.- Mi amor… (Come con avaricia. Se atraganta.)

EL HOMBRE.- Despacio, despacio…

LA PUTA.- Quiero que lo sepas. Yo le pedía que me arrastrara del pelo

por la habitación, que me retorciera los brazos, no porque el castigo

me diera placer sino porque lo necesitaba. El no quería. Entonces yo

le hacía daño a él. El se enfadaba y me ataba y me amordazaba sin

intención de satisfacerme, sólo para que le dejara en paz. También le

pedía que me sodomizara. Aquello sí que le gustaba porque se corría.

A mí también me gustaba porque me hacía daño, porque le sentía

más, porque escuchaba el ruido de su semen trotándome por las

venas, por el orgasmo frustrado, por la diarrea del día siguiente.

Recuerdo un par de sueños que seguramente soñé despierta: él me

expulsaba, me encerraba en una habitación sin luz o me arrojaba a la

calle en plena noche de invierno, desnuda. Yo sólo podía llorar. Y él

se burlaba. No en los sueños, no. Se burlaba y decía: eres

encantadora.

EL HOMBRE.- Eres encantadora.

LA PUTA.- Moriré.

EL HOMBRE.- Aprovecharé este límite de tu desdicha para

arruinarme. Te violaré con la misma desesperación con la que

salvaría mi vida si colgara de un rascacielos sujetándome con las

uñas. (Le enseña las uñas.) ¿Las ves?

LA PUTA.- Y yo enloqueceré de amor cuando me escueza la sangre al

mezclarse con tu semen colérico.

EL HOMBRE.- Tan brutal será el asalto que hasta mi sexo aparecerá

untado de sangre. ¡Te he hecho sangre! Confío en una herida que te

vacíe. Admiraré tu vida convertida en charco rojo, alfombrando el

cadáver por mi culpa.

LA PUTA.- Tengo que estrangularme los pezones para resistir la

pasión. La locura me enreda el cerebro como si los cabellos me

crecieran hacia dentro.

EL HOMBRE.- Me marcharé dejando un olor a fiesta vomitada y a pan

mojado.

LA PUTA.- Moriré.

(Entra un individuo con la naturalidad del que entra en su

propia casa. Ve al hombre abrazado a la puta. El hombre y el recién

llegado se miran solidificando el aire. La puta no mira. El tiempo

discurre entre las miradas. Por fin, el otro, coge una manzana y se

marcha sin prisas.)

EL HOMBRE.-(Disfraza de muerta a la puta. Le cruza las manos sobre

el pecho. La cubre de flores. La pistola hace las veces de crucifijo.) Ya

estás muerta.

(Silencio.)

Podría haber llegado a quererte pero tenía que

salvarme. Hasta hubiera sido capaz de morir por ti si no hubiera

pagado tanto.

(Silencio.)

Ya estás muerta. Y el mundo otra vez en orden.

Completo. Feliz. El mundo que no es otra cosa que mis sueños.

(Silencio.)

Por las noches se sentaba sobre mi pecho. Era

una criatura infernal. Imagínate el terror atascado en la garganta.

Estaba solo con ese monstruo que me hundía los huesos y me

obligaba a tragar puñados de agujas. Las sentía correr por todo el

cuerpo, atravesándolo, haciendo el mismo ruido que si rayaran

cristal, hasta aparecer en los brazos, en las piernas, en el vientre…

Brotaban cientos de agujas como si mi cuerpo fuera un criadero de

miedo.

(Silencio.)

(Le acaricia una mano y la aprieta extrañado por

su frialdad.) ¿Estás muerta?

(Silencio.)

Sí, claro. Yo te he disfrazado de muerta. Muerta

de amor.

(Silencio.)

Mis hijos están en la bañera. Ella en el suelo del

salón. Todos muertos.

(Silencio.)

Disparé. Sí, disparé. No es más difícil que lavarse

los dientes. No hay violencia. La violencia es un parásito de la razón,

y yo abandoné la razón cuando mis vísceras empezaron a deshacerse

como la arena, cuando me convertí en cuerpo, cuando me quedé solo

con el pánico enquistado en la espalda, cuando los médicos me

deshauciaron sin mirarme a los ojos. Incurable. Incurable.

(Silencio.)

Los niños no gritaron. Apenas un gemido, un

gorgoteo.

(Silencio.)

Después de los disparos una especie de sordera,

como si me hubieran encapsulado los oídos. Pero la culpa no

funcionó. No colgué la soga. A pesar de la sangre. Sólo el miedo a

morir. Sólo mi cáncer.

(Silencio.)

Si álguien me pregunta por qué…

(Silencio.)

Por el cielo. Malos tiempos para explicar. Por el

cielo, todo por el cielo. Ya te lo he dicho, el mundo se acaba y lo

único que cuenta es el punto de vista de los sueños. (Acaricia los

cabellos y la frente de la puta. Está helada. Coge sus manos. La puta

ha muerto. El hombre se estremece.) Tan fría.

(Silencio.)

Tan pronto.

(Silencio.)

Y sin un beso.

(Silencio.)

No merecía tanto amor, ¿o sí?

(Silencio.)

¿Y ahora? (Deambula aturdido.) ¿Y ahora? (Se

desnuda reuniendo la ropa y otros objetos en un montón. Vomita un

amago de llanto. Saca unos billetes de algún bolsillo y con un

mechero les prende fuego para incendiar todo lo demás. Mientras la

pequeña hoguera crece se echa junto a la puta y la abraza como si se

hubiera convertido en un niño.)

LA PUTA.- (Inmóvil mientras habla) ¿Por qué te abrazas a los

muertos?

EL HOMBRE.- (Inmóvil mientras habla.) Para estar más cerca de los

ángeles.

LA PUTA.- Tu dinero me convirtió en ángel. Ahora podré amarte

eternamente.

EL HOMBRE.- Y eternamente seré cuerpo.

LA PUTA.- ¿Te duele?

EL HOMBRE.- Ya no. Los castillos dejaron de derrumbarse. La sangre

vuelve a ser clara.

LA PUTA.- ¿Cómo habría podido vivir sin ti?

EL HOMBRE.- No sigas, no tengo dinero para más amor. Lo he

quemado todo. Bastará con recordar tu cuerpo helado. Si quieres

puedes despreciarme.

LA PUTA.- Estoy muerta. Ábreme los ojos y verás aún el último

reflejo intacto.

EL HOMBRE.- Me lo merezco.

LA PUTA.- No despreciaré a mi hermano, mi hermana y mi madre.

EL HOMBRE.- ¿Puedo quedarme?

LA PUTA.- ¿Y el mundo?

EL HOMBRE.- A tus pies.

LA PUTA.- ¿Tiemblas?

EL HOMBRE.- Necesito.

LA PUTA.- ¡Vamos!

EL HOMBRE.- ¿A dónde? ¡No corras!

LA PUTA.- ¡Qué los muertos entierren a sus muertos!

EL HOMBRE.- ¡Para!

LA PUTA.- ¡Rápido!

EL HOMBRE.- ¡Espera!

LA PUTA.- ¡Vamos!

EL HOMBRE.- No puedo, no puedo.

LA PUTA.- ¡Mira!

EL HOMBRE.- ¿Qué?

LA PUTA.-!Allí, allí, allí!

EL HOMBRE.- ¡No corras, no te vayas, no me dejes!

LA PUTA.- (La carcajada de la puta, espeluznante por su brillo.)

EL HOMBRE.- (El grito del hombre, hinchado de velocidad.)

(Mucho silencio.)

EL HOMBRE.- (Se incorpora como si nada hubiera sucedido. Remueve

las cenizas de la hoguera. Cuando se da la vuelta la puta ya ha

resucitado.)

LA PUTA.- (Le mira y sonríe, resucitada.)

(Silencio.)

EL HOMBRE.- (Va hacia ella y recupera la pistola que le entregó.)

LA PUTA.- Entra un joven, casi un niño. Se ha enterado de que hay

una puta que le ama con locura y que va a morir por él. Trae una

rosa blanca y yo me clavo una espina a propósito para que no le

quepan dudas sobre mi amor. Me explica que la rosa sólo despide su

extraordinario perfume después de muerta, al amanecer, cuando

mueren los ejecutados. Ante su incredulidad decido penetrar mi sexo

con el tallo de la rosa y le digo que le quiero. Te quiero. Paga y se

marcha. Sabe que moriré por su piel de recién nacido. Saco el tallo

de la flor y con él un trozo ensangrentado de mi cuerpo. Me miro al

espejo y ya me han salido úlceras en los ojos. Los tengo inflamados,

enrojecidos, cubiertos por una gruesa lámina de caspa amarilla. Me

duelen. Demasiado bello ese niño para mirarle tan cerca. Vuelve a

entrar. Trae mucho dinero. Paga lanzándolo hacia arriba para que

llueva, para que sea bonito. Se sienta y me mira. Quiere saber si él

también es capaz de degollarse por mí. Me mira. Me pinta un corazón

partido sobre el pecho izquierdo. Se corre en mi boca. Me mira. Me

muerde el cuello. Me dibuja lágrimas azules en las mejillas. Me mira.

Me pide que llore. Todos lo piden. Pero ahora he de llorar mucho

porque es como si tuviera el sol al lado, cegándome. Le digo: juro

que te amaré siempre. Te amaré siempre. El niño espera a que cese

mi llanto y me da un beso feliz por e juramento. Me mira. Se va a un

rincón y se dibuja muerto. Dibuja igual que si tuviera seis años. Se ha

encerrado dentro de un ataúd. Se ha vestido con una túnica que

transparenta sus costillas. Se ha cruzado las manos sobre el vientre.

Su boca es una siniestra mueca de tristeza y su ceño grave. Cuando

me enseña el dibujo me derrumbo en un desmayo. Él entiende que

mi desventura es atroz. Se asoma a la ventana y cae.

EL HOMBRE.- Lo he visto.

LA PUTA.- ¿Estaba hermoso?

EL HOMBRE.- No sé. Estaba muerto.

LA PUTA.- Tenía que haberle devuelto el dinero.

EL HOMBRE.- Ya es tarde.

LA PUTA.- Su cuerpo de niño gigante, sus ojos transparentes, su

tristeza, su inmensa dulzura… ¿Sonreía?

EL HOMBRE.- No lo sé. No sé nada.

LA PUTA.- ¿Cómo se enterará ahora de que moriré por su sonrisa?

EL HOMBRE.- No.

(Silencio.)

LA PUTA.- Sí. Moriré.

EL HOMBRE.- No.

LA PUTA.- Te quiero.

EL HOMBRE.- No entrarán más hombres.

LA PUTA.- Les quiero tanto.

EL HOMBRE.- Ya es suficiente.

LA PUTA.- Tanto…

EL HOMBRE.- Serás sólo mía.

LA PUTA.- Tanto, tanto…

EL HOMBRE.- ¡Ya es suficiente!

LA PUTA.- Para mí no es suficiente. ¿Lo es para ti? Amor mío.

EL HOMBRE.- ¡No lo sé!

LA PUTA.- Si me abandonas moriré.

EL HOMBRE.- ¡Basta!

LA PUTA.- Moriré.

EL HOMBRE.- ¿Y yo? ¿Y yo?

(Silencio.)

Tengo que irme, tengo que salir, tengo que

comer…

(Silencio.)

Tú no eres la puta y yo no soy el hombre.

(Silencio.)

Moriremos como todo el mundo, aunque el mundo

sea yo y el que tengo al lado. El mundo se acaba todos los días.

LA PUTA.- Te quiero.

EL HOMBRE.- No te empeñes. La belleza cuerpo a cuerpo es

imposible. Y a veces el cuerpo es tan gigantesco, tan terrorífico en su

inmensidad.

(Silencio.)

No somos los propietarios del sufrimiento.

(Silencio.)

Me marcho.

(Silencio.)

Viviremos felices sufriendo, follando como locos,

comiendo como cerdos. Vámonos.

(Silencio.)

¿Es que no puedo tener miedo?

(Silencio.)

Vámonos. Podemos pasear por el parque, ir al

cine, a la playa.

LA PUTA.- (Se va, sale.)

EL HOMBRE.- ¡Podemos! Yo puedo. Yo me voy. Nadie va a morir por

mí porque me doy asco. ¿Me escuchas? Te regalaré flores,

pendientes, cajas de música, bombones, te invitaré a cenar, te

escribiré cartas. Vámonos. Me voy. ¿Dónde estás? Vámonos,

vámonos ya.

LA PUTA.- (Entra con una bandeja sobre la que tiembla la blancura

de sus pechos recién cortados.) Aquí tienes mi cuerpo. Aquí tienes tu

inversión. Ya has pagado y la puta morirá sin remedio. Tuyo es.

Tómalo. Tómalo como lo tomaste entonces, el día que hiciste manar y

desbordaste todos mis líquidos, cuando me convertiste en fuente y

me dejaste seca, estéril, incapaz de derramar una sola gota de nada,

eternamente viuda. Me siento tan áspera que el aire hace ruido al

soplar en mi vientre y tropezar contra el papel de lija. Podría contar

todos mis órganos porque todos me duelen por separado, porque

todos están rodeados de pequeños desiertos que se clavan

diminutamente y arañan con la violencia de una uña traicionada, pero

hasta la sangre que deberían expulsar por semejante castigo es un

coágulo. Recuerdo el olor de mis primeras humedades templadas,

brotando, resbalando, perfumando un placer torpe aún, aquel chorrito

tímido que descendía hasta la rodilla y mojaba la sábana. ¿Dónde

están las sábanas mojadas? ¿Dónde están aquellos charcos que

transformábamos en mares? El mismo que descubrió mi sexo lo

amputó. Ya no puedo considerarme mujer. Una mujer es la caricia

predictora de lluvias de su amado. ¿Lluvias? ¡Tormentas! ¡Trombas!

¡Tempestades! ¡Inundaciones! ¿Quién huye de las catástrofes? A

veces siento como se me hincha el cerebro de pensar tanto en él.

Entonces bebo y bebo hasta provocar el vómito. Vomitando me

imagino que vomito todo el suplicio. Me imagino que al despertar por

la mañana, tras esa horrible purga alcohólica, voy a ser libre, pero

compruebo que no sólo no soy libre sino que la obsesión se ha

multiplicado por mis ya novecientas noches de espantoso cautiverio,

y me siento vieja, sucia, deforme, arrugada… ¿Quién va a amar a

una criatura así? ¿Quién va a amar a este monstruo? De pronto,

como sacudida por la locura precoz, busco desesperada en qué lugar

de mi cuerpo se aloja mi antiguo amante: me froto las encías hasta

hacerlas sangrar, me baño con agua hirviendo por si resulta que le

llevo pegado a la piel, introduzco los dedos en mi sexo intentando

alcanzar el fondo del útero, me enjabono los ojos para llorar aún

más. Quizá es en mis ojos donde tengo clavados sus besos. Pero

agotada después de tanta búsqueda inútil, sólo deseo encontrar un

lugar donde dejarme morir, irme con la serenidad con que se

marchan los elefantes al cementerio. Una vez allí no comería ni

bebería. Qué es morir de amor sino de hambre y de sed. Moriría al

fin, y la última imagen, el espejismo estentóreo de la inanición y la

deshidratación, sería su sexo mutilado dentro de mi boca, casi

penetrándome la garganta, derramando su líquido tibio. Todo empezó

con una terrible misa de difuntos. Ojos vendados antes de pisar el

altar, muchas sábanas blancas. La belleza se volvió maldita y ahora

es imposible escuchar aquella misa sin el corazón destrozado. Antes

de haberla hecho sonar teníamos que habernos dado cuenta que era

música de muertos. Y aún me pides que no muera. ¡Que no muera de

amor! Moriré cuantas veces sea necesario, hasta que no quede un

solo hombre en el mundo por el que no me hayan enterrado, hasta

que no haya vendido todo el dolor, este dolor infinito. ¡Que no muera!

¿No lo ves? ¿No ves que tengo que morir?

EL HOMBRE.- (Cae de rodillas aferrándose a los pies de la puta con

un beso.)

LA VOZ DE LA PUTA.- Ahora que todos saben que puedo matarme por

amor en cualquier momento, ahora, tendrán que pagar el doble para

que no me mate.