En realidad no sé cómo llegué a producir un tipo de trabajo que se inscribiera en ese rubro tan misterioso que es el performance. Pienso que el principio se remonta a mi niñez, cuando forzados a escoger un taller artístico en la primaria me incliné por el teatro. Estaba en tercero, montábamos en el gran salón de actos estas piezas infantiles donde mi papel era el de una gata que acababa de parir a su camada, ensayábamos por las tardes y yo disfrutaba los ensayos como cualquier otro juego, era eso, pero llegó el día de la presentación, aquel salón que yo veía gigante estaba abarrotado con todos esos padres y madres suspirosos y emocionados de ver a sus retoños un poco más ridículos que de costumbre, yo estaba tras bambalinas todavía ignorante del suceso, esperaba tranquila entre el cortinaje a que me dieran la señal convenida para salir a foro y atravesarlo tal cual lo ensayado, en diagonal, y traer en el supuesto hocico a esos otros niños, más pequeños que yo, que me esperaban disfrazados de gatitos para empezar el juego. Llegó la señal, así en cuatro patas salí al foro y miré hacia la gente como cualquier otro día, como siempre, pero no sentí lo mismo, lo que vi me paralizó de terror y me plantó como viejo árbol incapaz de moverme, temblando frente aquél mar negro de ojos sin caras, sólo ojos entre la oscuridad sin fin. Y tuve sólo un segundo para escoger si salir corriendo a los brazos de mi madre y llorar de pánico o volverme en realidad esa gata, dejar de ser yo, y con un sólo ademán hipnótico, como Mandrake me había enseñado domingo a domingo en los monitos del Excelsior, crear el otro espacio, el alterno, el que después mi querido maestro Gurrola tan bien me enseñó a navegar, y desaparecer por la fuerza del deseo toda la realidad tangible que el mundo aquél día me ofrecía.¡Guau! Eso sí fue un trance, perdí toda la virginidad metafísica, me gustó tanto como a un yonqui el chute de su cocktail favorito, y entonces después de esto, todo fue claro, no encontré nada de ahí hasta la adolescencia que siquiera se acercara a la intensidad de aquél día, y vagué perdida como un adicto buscando la puerta invisible que me descansara de mi miserable condición humana y me elevara a los cielos de lo imaginado.
Claro, todo esto suena muy romántico, el chiste es que ya grandecita me di cuenta que en realidad mi principal motivación era el terror, sí, el terror a existir. Era lo suficientemente cobarde como para no vivir nada hasta sus últimas consecuencias, y eso me convertía en una miserable y mediocre mujer en la última parte del siglo veinte. Por suerte la puerta invisible estaba ahí, la percibí viendo a mi cuerpo como una nave que podía sumergirse en el espacio de lo posible, o sea, en la nada, y ahí entonces si podía quitarme el gruesísimo traje del terror, construido de puras imágenes ajenas, y viajar encuerada a fingir, incluso morirme, sabiendo que mi amada huesuda tendría su verdadera cita conmigo muy lejos de ahí. Entonces creí que trabajaba con la mentira, que la mentira era mi sustancia y que por su propia naturaleza sin condiciones era ilimitada, así comencé a hacer teatro, y en aquél camino, encontré gente extraordinaria que me dio herramientas que mucho después, ahora, me enseñaron que nada es mentira, que le tiempo no existe, y que todo acto realizado en el espacio es una realidad absoluta con sus propias leyes de existencia y muerte siempre mutables. Entre esas gentes mi más querido maestro, Juan José Gurrola. Por allá en los ochentas yo era una adolescente y él un terrorista que se dedicaba a quebrar, especialmente en las mujeres, el estereotipo tan amado por todos, nuestro super ego. Yo disfrutaba sus destrozos y el vicio perverso y decadente que los rodeaban, me hizo leer a Adorno y a Foucault, me despertó del pesado letargo de la televisión y de las fiestas de los pequeño-burgueses como yo, que nos sentíamos rockstars sólo por caminar en la calle, me aceitó los motores (sin albur), me cambió refacciones y me soltó al mundo, y hablo de él así porque fue mi primer y gran maestro en esto del tiempo y el espacio, pero como dice el Buzzlightyear, hasta el infinito y más allá.
Esos años fueron años de teatro, trabajé con gente maravillosa: Pablo Mandoki, David Hevia, Los Cienciaficcionados de Rafael Degar y su banda, y otros muchos que me enseñaron y con quienes compartí el tránsito de lo imposible a lo posible. Pero dentro de la maravillosa y artificiosa máquina del teatro, mi cuerpo se sintió estrecho. La palabra, primera traidora me comenzó a esclavizar, me di cuenta que el problema no era que no se pudiera decir cualquier cosa con el pretexto de lo mundano, simplemente que la forma, la imagen donde caía lo comunicado dejó de emocionarme, ya no me calentó, yo espejo inmediato de la visión circundante, del entorno, ya no me sentía del tamaño de lo visto; me sentí traidora a su vez y salí corriendo una vez más, me fui lejos del teatro, de mis maestros, de mis amigos, de mi contexto… al final siempre cazando mitos… Caí en Berlín, perfecta tierrita cultivada para la planta post-todo que yo encerraba, ni siquiera Generación X, sólo un pinche híbrido de final de siglo más mal mezclada que una cuba con éter.
Pero siempre eso del desparametrice es muy sano, te crecen ochenta brazos más por la veloz caída libre, te aparecen garras donde tenías tetas, los pies se vuelven raíces y exploran eufóricas hasta el mismísimo centro de la Tierra. Me encontré en un lugar donde no me entendían ni muu pero donde había un canal de televisión hecho por los espectadores que sólo por enterarse de un guión de video más o menos aceptable que presenté, me prestaron durante cuatro días una cámara Betacam. Encontraba televisores en la basura y todo lo que necesitaba no tenía que comprarlo, y entonces si paré en seco mi carro y sin más expectativas que el desierto alemán y myself, comencé a darle forma a éste híbrido lenguaje que ahora trabajo. Era divertido, volvió a ser un juego, pero un juego con un rigor a la alemana donde la pauta la ponía lo que tu veías alrededor. Nada complaciente, Alemania es un pueblo con una cultura que no le tiene miedo a trabajar, aprendí mucho Butoh y me concentré en el cuerpo la máquina misteriosa que he ido descubriendo que es, pude reorganizar en la distancia mucho de lo aprendido aquí en México y comencé a trabajar duro. Había circuitos muy interesantes que correspondían a mi modo de vida, un montón de espacios autónomos, abiertos a diferentes lenguajes donde el gran mercado ni siquiera asomaba sus narices, y yo por fortuna, vivía sin pagar nada, expropiando con la comunidad anarquista todo lo que necesitaba. Toda esta situación me regresó a un eterno mito que me planteé desde adolescente cuando me pregunté ¿de qué voy a vivir? Porque lo que prevalecía a mi alrededor era la teoría de que triunfar era poder vivir de lo que te gustaba hacer, pero yo lo que hacía en realidad no pertenecía claramente a ningún mercado, como el teatro por ejemplo, que a pesar de ser reliquia mantiene su lugar de consumible aunque sea con muchos esfuerzos y apoyos. Lo que yo estaba haciendo para entonces no era teatro ni era nada, aunque en los espacios más afines encontraba la palabra -performance-, y así me puse a buscar qué era esto que se llamaba tan raro, tan vago, tan general, y vi, o saqué la conclusión personal que aquello era la reflexión hecha acción, el pensamiento puro apoyado en imagen, o sea el tan mentado arte conceptual. Básicamente no tenía narrativa, mi trabajo sí; tampoco era alegórico, mi trabajo sí; pero aún con todas las diferencias se acercaba mucho más a eso que a cualquier otra disciplina establecida… y además, extraordinariamente, no era un objeto de consumo, no se repetía, no se podía encerrar ni reproducir, en fin un arte efímero tan puro y autónomo como el pulque.
De cualquier manera yo no me sentía un ser social con ambiciones de carrera, los gremios no me habían seducido especialmente, me sentía bastante desadaptada y la perspectiva que me había ofrecido el teatro me exigía algo que no quería dar, siempre me sentí más Maga que Diva, y en el performance encontré el espacio ritual que me interesaba. Entonces seguí trabajando y al paralelo buscando algún oficio que me diera de comer sin condicionarme demasiado mi modo de vida. Ya en el trayecto se iban definiendo temas recurrentes que me preocupaban y uno de ellos era mi género. Ese fue mi primer gran asunto, esa dimensión femenina en una cultura falocentrista, y disfruté difundiendo lo que entendía en mí misma y confrontándolo con mi alrededor, pero ahí me topé con mi primera gran crisis de función. En Alemania, mi trabajo se daba con fluidez pero me daba cuenta que mis fuentes no correspondían a mi entorno, que mi lenguaje se convertía en expresión exótica con valor más estético que temático y a mí me interesaban las dos cosas, en resumen, que mis preocupaciones de chilanga de fin de siglo no las compartía con una sociedad, con un backround tan distinto como el alemán. Entonces decidí volver, dando antes un pequeño giro por California para ver que sucedía con mi trabajo en México.
En San Francisco me topé con el otro lado del mundo donde se pagan hasta los favores y todo se habla conforme al time-is-money. Fue un buen contraste que me puso muy alerta, me interesó lo que hacían los grupos que desde los setentas habían desarrollado las técnicas modernas de manipulación corporal y que trabajaban el cuerpo en alteraciones extremas, perforaciones, tatuajes, suspensiones. Casi todos eran grupos de minorías, homosexuales o con alguna otra característica «atípica» y tenían posturas políticas muy claras. Dentro del panorama gringo de la conciencia licuada estas fueron gentes que me enseñaron y me motivaron a profundizar en la nave-cuerpo que tanto me interesaba conocer, además por primera vez encontraba un oficio paralelo que sí tenía un mercado definido que podía ayudarme a sobrevivir y que me mantenía cerca de los grupos que me interesaba conocer. Me conecté con algunos de los sectores de la escena sado-maso, con Annie Sprinkle, con Monte Cazasa y pude colarme con algunos trabajos en el HighLights, pero a pesar de todo esto, sobrevivir en L.A. y en San Pancho me mantenía overload. Demasiadas imágenes a demasiada buena resolución en demasiados lugares sin ton ni son y no me gustaba demasiado. La cultura gringa tiene aspectos muy desarrollados y puede ser deslumbrante lo accesible que se vuelven allá algunas mutaciones post modernas, pero el modo de vida que te ofrece es lo más sórdido y devastador que yo encontré en mi vida. Sentía que me robaban los sueños, la imágenes eran tan eficaces que se introducían a las fuentes más básicas de mi mente, así que huí desesperada, otra vez el saltito, pero no del charcote, sino del riíto… y de vuelta al hogar.
A finales del 94, no tenía idea de que pasaba en México, el zapatismo acababa de declarar la guerra y el país se retorcía entre su conciencia putrefacta. Regresé a principios de septiembre y llegando recibí una llamada misteriosa que luego ha resultado mágica y fundamental para mi vida. Era María Guerra (que bailes lucecita en tu jardín preferido), yo no tenía idea de quién era, pero me explicó que ella se dedicaba a esto del arte, que era eso tan chistoso que llaman curadora y que hacía dos años, estando en Berlín, había visto un show mío en el Trainen-Palast y le había gustado mucho, que al saber de mi regreso me había conectado con la gente del Ex-Teresa (tampoco sabía qué era eso) y que, como tenían un festival de performance en un mes, con suerte podía todavía colarme con mi chamba. Me prendió muchísimo, era un retorno ideal directo al trabajo y además las noticias de la existencia de un lugar especializado en todos estos híbridos sonaba esperanzador, tomé unas cuantas fotos que tenía y me lancé al lugar-templo en el centro histórico a ver qué pasaba… ¡Gran momento! mis mujeres mexicanas tan exquisitas… es que llegué y de inmediato me sentí prendida, el lugar era hermoso y además me recibió alguien que hasta la fecha es un ser entrañable que admiro profundamente, Hortensia Ramírez. Ella sencillísima me sorprendió con su actitud diáfana que no tenía nada que ver con las oficinas de cultura que yo me esperaba, vio las fotos, oyó mi choro y con una mirada de sus ojitos exóticos me dijo -estás dentro-, luego vinieron las presentaciones, Lorena Wolffer era la que dirigía el espacio y cuando la conocí también fue una cubetada de inteligencia y frescura que por suerte aún sigue bañando mi vida, una mujer con una capacidad de acción sorprendente, con una visión estricta y veraz del arte y con una disciplina que para mi sorpresa hasta a los alemanes los opaca. Jamás estuve ni he estado en eventos tan bien llevados, tan bien planeados, con tanto respeto por la obra y con tanta dedicación como a los que he sido invitada por Lorena… una joya que además lucha contra la corriente en este pantano de gusanos que se la pasan tragándose unos a otros para engordar estatus… Oh mis reinas, era realmente un parteaguas retornar a un México que me ofrecía un espacio como éste, todo el equipo del Ex Teresa de aquél tiempo logró un islote sorprendente que considerando la inercia decadente del panorama cultural institucional fue y será histórico y seguro ha detonado a más de un nuevo agente perfórmico en este país de tortugas.
De ahí pal real, mis primeros años en México, gracias a apoyos como éste y otros, fueron muy productivos, concentrada en la chamba. Ya sin el vacío de la extranjería lo que tenía que decir, aquí si tenia sentido te gustara o no, los interlocutores me alimentaban, podía crecer combinando las oportunidades de viajar a festivales y ver trabajos nuevos (que no han sido pocas) y el diálogo constante con mis amigos activistas del performance y el boicot al imperio de los gusanos, tuve oportunidad de ganarme una beca del FONCA con la que establecí contactos que hasta la fecha son fuente de crítica e inspiración, buenos espejos que tanto necesita uno para no perderse en la subjetividad; pero ahora puedo para el carro, mi lujo de talachera y mirar.
Me doy cuenta que mi presencia perfórmica es intermitente, no soy una mujer que cultive la carrera, me doy cuenta que mis ritmos creativos son tan lentos como las eras geológicas. Cuando algo a mi alrededor o dentro de mí detona el mágico mecanismo de necesitar traducción, ésta traducción, sus signos, van cayendo poco a poco. Los forma el todo y no yo, y a mí sólo me queda esconderme al acecho como gato e ir cazando las formas conforme pasan para armar el tinglado de lo que se necesita construir. Este proceso extraordinario a mí me mantiene viva, es de donde come lo que me anima, es a su vez autónomo de toda intención, y su interacción práctica con el mundo responde más al destino que a un propósito específico por alcanzar foros-espacios-oportunidades.
Estoy ahora en una curva, eso del tiempo y la memoria es tan relativo, miro como se forman mis trabajos en su fila cronológica, y me asombro… pero me niego a que me presionen, no quiero acumularlos. Me aterra ver a los gusanos comiendo de su propia idea de sí mismos, repitiéndose cínicamente instalados en sus balcones, el arte está completamente lleno de semejantes bichos huevones y complacientes, espero que el hecho de no haber tenido lo que llaman éxito nunca, me cure de semejante estado. Muerto en vida no, o muerta o viva… así es.
Sigo viviendo de milagro, ya estoy cansada de ello, aunque cuando veo a mi hija que es una estrella de dieciocho años que donde entra ilumina todo lo vivo y lo muerto lo resucita, me pongo feliz de haber vivido así, con el tiempo y el amor en mis manos para nosotras… si hubiera perdido más tiempo haciendo una cuenta de banco no seríamos tan felices… Aunque ahora que ya somos tan fuertes no nos caería mal un Cadillac rojo convertible… se aceptan donaciones.