El etnólogo americano Marshall Shalins estudió con atención la economía de los pueblos que viven hoy en día de la caza y la recolección, tal como se hacía hace 20.000 años, y demostró claramente en su libro Edad de Piedra, Edad de Abundancia que tanto el «primitivo» cazador-recolector como las actuales tribus que aun mantienen este sistema «contra-económico» consagran apenas tres o cuatro horas por día a conseguir todo aquello que necesitan para su sustento.
Si comparamos esto con lo que hoy necesita cualquier ser humano corriente para mantener el nivel de vida medio que exigen las «sociedades civilizadas» y que suele rondar las ocho horas diarias de trabajo asalariado, a las que hay que sumar las que emplea en transporte, la comparación resulta odiosa.
Todo aquello que constituye la base de nuestro «bienestar»: ventanas climalit, calefacción; teléfono, fax, ordenador, modem; coche, moto, bici; lavaplatos, lavadora… y un largo etcétera de artilugios sin los cuales la vida en la tierra parece imposible nos mantienen poderosamente atados a la obligación de adquirirlos y mantenerlos a base de nuestro esfuerzo diario.
Cada vez son menos los individuos que se cuestionan la idoneidad de este sistema de supervivencia y aquellos que se permiten la más mínima disidencia son inmediatamente neutralizados por el resto del organismo social que ha desarrollado una especial intolerancia hacia este tipo de dudas existenciales y el individuo en cuestión acaba comprando un práctico frigorífico-congelador de dos puertas.
Esta tendencia a la complicación desenfrenada se manifiesta no solo en la vida social y privada del individuo sino que parece que todo lo impregna y se extiende con rapidez a todas las manifestaciones posibles de lo humano y lo divino, e incluso llega a contaminar aquellas parcelas tradicionalmente reservadas al desorden y la anarquía.
En lo que se refiere al universo del arte este fenómeno se ha empezado a manifestar en España más recientemente que en otros ámbitos, pero la virulencia adquirida en poco tiempo no deja de ser preocupante o al menos creo que debería servir de motivo de reflexión.
Al principio de los años noventa el «artista» que empezaba a intentar abrirse camino por entonces se asemejaba al vulnerable australopitecus que dejó el árbol por la sabana hace la friolera de dos millones de años; pero también es verdad que el desierto que nos rodeaba hacía posible cualquier experimento, cualquier iniciativa.
Sobre este desolado paisaje nos fuimos construyendo toda una serie de mecanismos de supervivencia; creando rudimentarias organizaciones y aprovechando también los restos de las defenestradas estructuras anteriores de manera que las nuevas estrategias de trabajo fueron surgiendo de manera natural y espontánea. La acción, la performance, el mail-art, el arte portátil, los pequeños espacios virtuales en el amplio sentido de la palabra tomaron carta de naturaleza y se erigieron como las herramientas más idóneas para la supervivencia de este artista-gestor nómada, cazador y recolector.
Esta situación no duró mucho tiempo, las edades de abundancia llevan consigo la semilla de la acumulación de riquezas y del control de su distribución, y así hacia mediados de la década empezaron ya a proliferar los primeros «asentamientos estables» y hacen su aparición las Redes de Colectivos Independientes, las Asociaciones de Artistas Independientes, los Encuentros de Editores Independientes… toda una serie de estructuras en principio muy primarias pero que con el paso del tiempo se van decantando hacia formulas más jerarquizadas y que se justifican a si mismas por la necesidad de desarrollar procedimientos «eficaces» de actuación, elegir «interlocutores válidos» ante las diferentes instancias y crear mecanismos de información «rápidos y fiables».
Europa que en este proceso de burocratización nos lleva una considerable ventaja y tiene las ideas muy claras, como así lo demuestran los misioneros enviados a catequizar el proceloso territorio de las tribus de artistas ibéricos, presiona sin piedad para que toda esta estructura empiece a funcionar lo más rápidamente posible y siguiendo las pautas, de reconocida eficacia, que dictan los cánones del Derecho Comunitario; pues a nadie se le escapa que es muchísimo más fácil conseguir las ayudas de cualquiera de los programas culturales europeos si la actividad para la que se solicita la ayuda se extiende hacia el ignoto Sur.
Esto, que puede parecer a primera vista una evolución típica e incluso deseable de cualquier sociedad que tiende a la estabilidad y al crecimiento, no deja de plantear algunas cuestiones sobre las que sería interesante reflexionar antes de abrazarla sin reservas.
¿Que es lo qué se pretende crear, o qué pretendemos creernos, con todas estas estructuras eficaces, organizadas y representativas que estamos ayudando a dar a luz?, ¿Tendremos nosotros, los creadores convertidos por el azar y la necesidad en gestores; mejores espacios, más medios, más dinero, más tiempo y más libertad para desarrollar en paz nuestro trabajo?.
De momento lo único que nos estamos exigiendo a nosotros mismos es un enorme esfuerzo organizativo y burocrático, un trabajo de obreras ciegas alimentando sin descanso a la descomunal y voraz reina. Porque, incluso si estas magaestructuras funcionan y conseguimos todo aquello que nos hemos propuesto, ¿qué es a lo que en realidad nos hemos comprometido? ¿No estaremos en el fondo tratando de promocionar prácticas más conservadores, más apegadas al objeto, a la mercancía y al mercado; y sobre todo y fundamentalmente a mantener la Institución Arte?, ¿Y qué nos interesa a nosotros esa magna institución?. ¿Qué necesidad hemos tenido nunca de ella?.
No quisiera parecer nihilista; creo que a muchos de nosotros nos siguen interesando nuestros amigos y sus prácticas, nos gusta estar con gente que piensa y discute y nos sigue apeteciendo organizar encuentros en los que exponer nuestras ideas y confrontarlas con las de los demás. Seguimos amando el arte con minúsculas, quizás ahora más que nunca por lo frágil que empieza a parece; pero definitivamente no necesitamos mantener la Gran Colmena de la que somos sólo unas pocas y estúpidas obreras. No la hemos necesitado hasta ahora, ¿cuál es la razón de su necesidad en este momento?, y sobre todo ¿cuál es la razón por la cual cualquier disidencia sobre esta necesidad es combatida con tanta saña y tanto celo?.
En los últimos Encuentros de Colectivos Independientes para la Gestión y Difusión del Arte, celebrados el pasado mes de noviembre en Barcelona, se puso bien de manifiesto la intolerancia del resto del organismo social, La Red Arte, hacia aquellos individuos, que cuestionan la validez de un modelo reglado, organizado y eficaz que creo que tenemos todo el derecho del mundo a cuestionar, puesto que este va a entrar a la larga en conflicto con nuestros métodos de trabajo; métodos de artista-gestor nómada, cazador y recolector.
Hasta ahora nuestra supervivencia se basaba en unos modelos de no muy costosos y tendentes a la desmaterialización, en los que la actitud está por encima de la producción y la relación entre cada uno de los miembros de esta red informe ha llegado a ser una parte importante del método de análisis del trabajo. Esta economía de medios y materiales, esta «economía del signo» como la califica Guy Sioui Durand refiriéndose a la performance, en la que los beneficios obtenidos, por mínimos que estos sean, van casi en su totalidad al artista y no a los costos de materiales o a un intermediario no podrá ser asumida por mucho tiempo por una estructura que necesita generar beneficios para su propio mantenimiento y justificarse como órgano de representación válido y por lo tanto convertirse en el interlocutor genérico de todos nosotros.
Porque además en nuestras «antiguas» fórmulas es el artista fundamentalmente el que se desplaza y no la obra o su representante con lo que éste se vuelve sujeto activo y comunicativo y el entorno discursivo pasa de lo puramente práctico, métodos de funcionamiento, financiación, programación y organización; a cuestiones más teóricas relacionadas con el propio proceso de creación-exhibición. Esto es algo que muchos artistas-gestores que participamos en los últimos Encuentros de Barcelona echamos de menos, pues toda la discusión giró en torno al problema de la organización de la Red Arte, e intereses más teóricos y más profundos quedaron sepultados por la inmediatez y magnitud de este debate.
La «Ideología de la Eficacia» ha terminado por aplastar cualquier ideología que genere algún tipo de crítica, pues a ojos de la implacable Tecnocracia esta resulta totalmente inoperante; y no hay más que acudir a alguna de las múltiples «reuniones organizadas» que proliferan en el reducido ámbito de nuestro guetto para darse cuenta de que cualquier tentativa de discusión teórica será radicalmente cercenada por escusas del tipo «no podemos perder tiempo», «esto ya lo hemos discutido muchas veces», «de lo que se trata es de empezar a funcionar», «de aquí tiene que salir algo concreto» … y así vamos tirando.
Creo que lo que Guy Debord apuntó hace casi cuarenta años en su «Tesis sobre la Revolución Cultural» sigue teniendo una enorme vigencia hoy en día, y resume perfectamente las aspiraciones del Comité para la Defensa del Artista-Gestor Nómada, Cazador y Recolector (CPLDDAG,NCR): … «El arte puede cesar de ser un
informe sobre sensaciones y convertirse en una organización directa de sensaciones más intensas. Es una cuestión de producirnos a nosotros mismos, y no de producir objetos (y estructuras) que nos esclavizan».