Observar una de las presentaciones de Atlas Electores 2012 de Teatro Ojo, es como entrar en el laboratorio de los documentalistas para ver cómo hacen su trabajo. El proyecto escénico tiene como elenco a varios no-actores o actores amateurs quienes comparten la relación que mantienen con su voto para las elecciones presidenciales del 2012, y también cómo este acto de autorepresentación evoluciona a lo largo de las campañas políticas. Lo que más me llamó la atención fue lo indefinible que resultó ser el proyecto y cómo esta falta de definición sirvió para ejemplificar el proceso democrático. En vez de un producto, lo que se pone en escena es una colección de comentarios, recuerdos y contradicciones crudas. El resultado es una escenificación liminal que se cierne en el espacio como un taller y cuya función es generar ideas para una obra apenas concebida. Eso no quiere decir que no haya mediación de los sujetos y sus intervenciones por parte de la compañía. De hecho, cada intervención tiene un formato diferente que hace hincapié en los temas discutidos en ese capítulo. Por ejemplo, en la tercera presentación, “Mi primer recuerdo político”, los electores estaban sentados en una fila de espaldas al público. Los electores contaron sus recuerdos viendo una pantalla enorme sobre la que se proyectó el rodaje televisivo del evento que describían. Varios mencionaron el asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta en 1994, y mientras contaban las circunstancias de cómo se enteraron de lo sucedido, reporteros aparecían en la pantalla para presentar, en camera lenta, las imágenes grabadas del ataque. De esta forma, la materia prima, o los recuerdos de los electores, se cuentan en una manera que parece espontánea, conversacional. Sin embargo, los recuerdos son trasmitidos en un marco sumamente teatral y trabajado. Tal matrimonio entre lo espontáneo y lo ensayado cuestiona las posibilidades de la representación documental y la democrática. A lo largo de la trayectoria del proyecto, los electores se mostraban falibles, humanos. Cambiaron de partido o de recuerdo sin anunciarlo; se contradecían en los hechos sobre sus vidas personales y políticas. Al usar el teatro documental o auto/biográfico como metáfora para el acto de votar, Teatro Ojo hace una clara comparación entre la representación teatral y la autorepresentación electoral, promesa de la democracia moderna. Sin embargo, el proyecto mostraba la auto-representación frustrada en ambos casos. En la Sesión 2, “¡No nos representan?”, los electores y el público se dividieron en dos grupos para compartir y debatir su relación con sus representantes elegidos. En los primeros minutos la experiencia resultaba frustrante -parecía- tanto para los electores como para el público. Los electores se rivalizaban para obtener la palabra y el público se preguntaba qué pasaba en la otra mesa, desde donde se escuchaban risas o el auge y caída del debate sin poder distinguir las palabras. La frustración era consecuencia de la imposibilidad de tener toda la información necesaria para tomar una decisión informada; la falta de atención de todos en todo momento; el deseo incumplido de participar. Es justo el punto de tensión entre aquello producido y pulido, entre aquello espontáneo y efímero lo que permite que el proyecto de Teatro Ojo demuestre la frustración de la democracia y la democracia frustrada. Al revelar los mecanismos del género documental y los del pensamiento electoral de cada votante, nos muestra lo improvisado y precario que resulta el proceso democrático.