El ghetto nuovo de Venecia es una estructura arquitectónica de enorme claridad formal, una condición completamente mantenida en su planta desde su fundación hasta la actualidad que se ha prestado y se presta a las evocaciones sociales de una comunidad de alteridad más o menos armónica. Durante trescientos años permaneció cerrado por la noche y patrullado por vigilantes náuticos en el canal que lo rodea. Presenta muchas similitudes con otras zonas residenciales de la ciudad construidas alrededor de un campo, es una estructura de viviendas en altura muy compacta que deja un vacío central con tres pozos. Sin embargo, la subdivisión interior de sus espacios y su altura es una anomalía en el tejido urbano veneciano que hizo del gueto un objeto de atención para los viajeros, los cronistas e incluso para los propios venecianos. A pesar de su condición caótica, espontánea, exótica y pintoresca, este artículo interpreta el gueto como una estructura arquitectónica altamente reglada, repleta de contradicciones y representativa de la condición errante que ha caracterizado históricamente a la cultura hebrea. En su forma de superlaberinto el gueto es una anti-ciudad y una anti-arquitectura del exilio que maneja parámetros alternativos muy complejos de inclusión y exclusión, de ciudadanía y de destierro, de forma arquitectónica y significación social, todos ellos parámetros abiertamente desplazados dentro de un rígido contenedor arquitectónico (Figura 1).
Fig. 1. Jacopo de’Barbari. Planta perspectiva de Venecia, 1500.
El ghetto nuovo de Venecia es una compleja arquitectura urbana dentro de otra mayor, incluso una especie de ciudad dentro de otra. Por sus peculiaridades de todo tipo ha sido objeto de innumerables construcciones literarias, especialmente entre los escritores viajeros de tendencia romántica [1]. El gueto fue el lugar cerrado de residencia obligada de los judíos venecianos durante casi trescientos años desde 1516, fecha en la que se decretó su clausura y separación del resto de la ciudad, hasta 1797, cuando las tropas napoleónicas destruyeron las puertas de madera que lo habían mantenido cerrado todo ese tiempo. La mayor parte de las representaciones literarias responsables del imaginario exótico y de alteridad del gueto fueron realizadas, sin embargo, tras su reapertura, en plena coincidencia con el orientalismo romántico, lo que resulta en una enorme paradoja [2]. Una de las narraciones más conocidas sobre el gueto que describe un lugar laberíntico a todos los niveles imaginables es el relato corto de Rainer Maria Rilke Una escena del gueto de Venecia, que formaba parte de su libro de prosa Historias del Buen Dios, publicado en 1900.
En este cuento dos hombres cultivados mantienen una conversación sobre Italia y Venecia. Cuando uno de ellos va describiendo con cierta arrogancia intelectual los clichés venecianos del esplendor, el arte, la sofisticación del exceso y el encanto urbano, el otro le responde con una alegoría sobre el gueto de Venecia. En su crónica describe la plaza central y las casas en altura y a una serie de personajes, siendo el primero de todos ellos un joven que es uno de los protagonistas de esta historia. Se trata del Marcantonio Priuli, hijo de un funcionario veneciano que cada noche, vestido de negro y enmascarado, acude a la plaza central del gueto y, cuando desaparecen los rastros de la presencia humana, se dirige furtivamente a una de las casas de la plaza. Allí le espera Esther, la más joven de las muchas nietas del rico orfebre Melquisedec, que está sentada a los pies de su abuelo en el piso bajo de la casa sobre cojines de plata. El joven veneciano toma también asiento a los pies del anciano junto a Esther y les relata historias de Venecia y sus costumbres, algo que el orfebre y la nieta escuchan como si todo ello proviniese de otro mundo. Aunque el rico Melquisedec goza de libertad de movimientos, cuando ha hecho incursiones en la ciudad ha advertido que los venecianos le tratan con condescendencia, por lo que procura que su vida se mantenga dentro de los estrictos límites del gueto.
Fig. 2. A. Gaspari. Scala di Camis Ebreo, siglo XVII, Museo Correr. Fuente: Ennio Concina, La città degli ebrei.
Al discurrir el tiempo con las visitas regulares de Marcantonio, y al avanzar en edad el anciano Melquisedec, este decide ir cambiando su habitación hasta dos o tres veces por año dentro del mismo edificio, cada vez más arriba en los nuevos pisos añadidos, a los que se traslada junto a su inseparable nieta Esther (Figura 2). Al salir a la terraza desde los minúsculos aposentos, una terraza que era la más alta de todas las circundantes, Esther y Melquisedec pudieron por fin ver ellos mismos esa ciudad de la que Marcantonio les hablaba cada noche y a la que, por propia decisión pero motivados por las particulares condiciones de su existencia, nunca acudían. Fue entonces cuando Marcantonio dejó de visitarles; ya no era necesaria la intervención de un mediador para conocer lo otro, podían verlo con sus propios ojos. Desde la terraza se veía un famoso palacio y las cúpulas de las iglesias. Un día cruzando la plaza Melquisedec es asediado por los habitantes del gueto, que le informan de la inminente invasión de Venecia y del incierto futuro del gueto, del que se rumorea que se abrirá a la ciudad con la demolición de las puertas con las que cada noche se cerraba desde hacía casi trescientos años. El anciano solo respondió a estas dudas con un gesto silencioso de afirmación de lo inevitable. Acababa de construirse la más alta de las estancias para su nuevo traslado y le tomó medio día subir desde el piso bajo a la cúspide de su nueva casa junto a la embarazada Esther, que dio a luz en esa habitación a un niño
Al recuperarse del parto Esther salió a la terraza con su bebé en brazos, encontrándose allí con su abuelo. Miraron al horizonte y vieron por primera vez el mar. Esther levantó al bebé como en ofrenda y cayó con él al vacío de la plaza, siguiéndole de inmediato el anciano. Este es el sorprendente e inesperado final del cuento de Rilke. Al acabar este enigmático relato, el lector se encuentra con la responsabilidad de intentar comprender el motivo de esa drástica decisión.
El 26 de marzo de 1516 el gobierno de la República de Venecia decretó que los judíos residentes en la ciudad debían vivir exclusivamente dentro de las fronteras del entonces llamado ghetto nuovo, una isla dentro de la isla veneciana que antes había sido parte de un complejo industrial junto al ghetto vecchio y que era, ligada a la industria de la fundición de metales, un espejo en menor escala del Arsenale y su complemento funcional [3]. El gueto de Venecia nació como fábrica militar y fue fruto de la nueva política veneciana al consolidar su presencia estratégica en terra ferma por perder el monopolio comercial del Mediterráneo. (Figura 3).
Fig. 3. Guido Costante Sullam. Pianta dimostrante lo sviluppo del Guetto di Venezia dal 1516 al 1707, Archivio di Stato di Venezia. En el centro se aprecia el Ghetto Nuovo en negro, a su derecha el Ghetto Vecchio en rayado, y al sur el Ghetto Novissimo en gris.
Es por eso por lo que puede afirmarse que desde su origen fue una estructura urbana canónicamente moderna y parte de un sistema más amplio. El llamado ghetto nuovo fue construido por ciudadanos venecianos como una estructura residencial de alquiler alrededor de un patio a finales del siglo XV, con dos plantas de altura y con un carácter totalmente uniforme.
En marzo del año del decreto los cristianos que vivían en este corte di case abandonaron su residencia y los judíos entraron a vivir en él a finales de julio, con grandes incrementos en los alquileres y una cesión de uso de vivienda vitalicia. Durante los dos siglos posteriores fue variando progresivamente el porcentaje de propietarios judíos, que fueron adquiriendo las casas en propiedad hasta casi obtener la totalidad. El espacio central, sin embargo, se mantuvo en las manos de una familia veneciana durante mucho tiempo; fue ese dato lo que garantizó su permanencia morfológica.
Fruto del decreto de 1516 sus puertas se debían cerrar a medianoche, bajo una estricta vigilancia pagada por los propios habitantes judíos, y abrirse al amanecer al toque de la primera campana de la basílica de San Marcos [4]. El canal que rodea a esta isla era controlado en todo momento para evitar transacciones de cualquier tipo a través de puertas, de sus dos puentes o de ventanas: cualquier apertura al exterior quedaba vigilada. Se inauguraba un complejo sistema de transacciones humanas en una arquitectura radical que delimitaba claramente un interior y un exterior. La ciudad había alojado a una numerosa comunidad de judíos para vitalizar su actividad comercial desde 1290, cuando Inglaterra decretó la primera gran expulsión de judíos, seguida de Francia en 1306, España en 1492 y Portugal en 1497. A pesar del riguroso control comercial establecido para los comerciantes judíos en Venecia —que por ejemplo no tenían acceso al mercado de Rialto, reservado a los mercaderes patricios— sus movimientos y actividades fueron tolerados durante casi tres siglos desde su llegada masiva en el siglo XIII, hasta el decreto que convirtió a esta zona de la ciudad en una comunidad cerrada y separada del resto por completo.
El llamado ghetto nuovo fue el lugar elegido para el exilio interior de los judíos, que se transfirieron allí procedentes de otros países, otras áreas de la ciudad y territorios en tierra firme. Su estructura urbana alrededor de un gran patio y la ausencia de iglesias y palacios lo hacían perfecto para el nuevo cometido: alojar a una población uniforme de iguales entre sí y de absoluta alteridad respecto al exterior. Dos únicos puentes de madera conectaban esta isla al resto de la ciudad, por lo que resultaba ideal como lugar de ensayo de este nuevo modelo de exclusión inclusiva que acabaría convirtiéndose, a los ojos de los cristianos occidentales, en un símbolo absoluto de otredad y exotismo.
Cuando Napoleón acabó con el control biopolítico directo de los judíos del gueto volviendo a abrirlo a la ciudad se produjo un nuevo éxodo, esta vez del gueto hacia el resto de barrios respetables, por lo que la clase social y no la etnia o la religión fue el distintivo que marcó esta nueva migración interior. Durante los trescientos años en los que el gueto estuvo cerrado, y para absorber el incremento de población, tuvo que crecer en vertical, produciendo sus característicos edificios de vivienda de hasta siete plantas con alturas de piso muy ajustadas, lo que marcó su silueta urbana como una auténtica muralla. Fue ese aspecto amurallado lo que en gran medida contribuyó a una lectura del gueto como comunidad unificada o una polis, pero cargada de alteridad y de exotismo incluso en una ciudad tan orientalizada como Venecia (Figura 4). Mientras que la mayoría de cronistas retrataron al gueto a partir de cierto antisemitismo, fruto de una visión canónicamente orientalista, el relato de Rilke lo presenta con todas sus paradojas, su ambigüedad y su complejidad.
Fig. 4. Maurice Maeterlink. Frontispicio de Der Schatz der Armen (El tesoro de los humildes) 1898.
El origen de las ciudades ha sido descrito desde dos puntos de vista bien distintos, que son antagonistas en su raíz pero que presentan ciertos rasgos complementarios. Estos dos modelos occidentales son la polis griega y la urbs romana [5]. En el primero la construcción física antecede a la condición de ciudadanía, el grupo está previamente constituido sobre una base étnica y tribal de lazos previamente establecidos. En el segundo sucede a la inversa, es el acuerdo entre personas sin vínculos previos lo que antecede a la construcción física de lo que llamamos ciudad. Ambos modelos dieron lugar a las dos condiciones del individuo viviendo socialmente en grupo, el polites griego y el civis romano. En estos modelos la relación con el espacio exterior es de gran importancia. La polis era incapaz de integrar la alteridad a partir de su base étnica porque mantenía excluidos a los extranjeros, las mujeres, los niños y los esclavos, que vivían en ella pacíficamente sin la condición de ciudadanos. La urbs se basaba en la inclusividad, absorbía a la alteridad y la transformaba en ciudadanía al someterla al acuerdo primigenio y de derecho que se estableció como base constitutiva de su nacimiento. En el gueto de Venecia se pueden observar características de ambos modelos, pero no es ni una cosa ni la otra. De hecho, es una versión negativa de ambas a pesar de que en él su arquitectura lleve a considerar que pueda encarnar a una polis amurallada. El gueto es, pese a las apariencias, una arquitectura completamente desplazada de su condición formal urbana (Figura 5).
Fig. 5. Hipótesis de desarrollo a partir de la base topográfica del plano de Barbari antes de la segregación judía. Arriba el lugar del llamado Geto de rame y el terren del Geto. En el centro el gueto con la villa de Marco Ruzini. Abajo el estado tras la intervención de Giacomo da Brolo. Fuente: Ennio Concina, La città degli ebrei.
Quizás la definición más radical del origen de la ciudad fue la de José Ortega y Gasset [6]. Según Ortega el espacio originario de la ciudadanía es el lugar acotado para la discusión política, que por lo tanto está drásticamente separado del espacio doméstico, del de circulación, del de la producción o del de descanso y relajación. Hasta que tal espacio no se hace manifiesto el hombre debe ser considerado en continuidad con lo natural, lo que le llevó a afirmar que las grandes civilizaciones anteriores a la griega no eran más que vegetaciones antropomorfas. A ese espacio seminal Ortega lo llamó plaza, y desde su punto de vista es lo opuesto a la naturaleza, su negación absoluta, un espacio artificial que sirve de laboratorio de ensayo de modos de vida en comunidad completamente nuevos y distintos a los que imponen las economías agrarias de recolección. Dentro de ese espacio impera el orden, el acuerdo y el consenso, y fuera de él lo natural entendido como un espacio amorfo y sin fin. Es por lo tanto una definición muy parecida a la que Mircea Eliade dio del espacio sagrado en relación con el profano. En el esquema cosmológico de Eliade, por comparación con el anterior, lo sagrado es un marcador, no necesariamente un vacío acotado y arquitectónico; puede ser un mojón en medio de un desierto, no necesita el muro, la arquitectura.
En el dialecto hebraico veneciano el término empleado para referirse al gueto fue otro bien distinto y libre de las connotaciones que ha adquirido posteriormente. Se trata del término hasèr, que proviene del término hebreo hatzer cuyo significado es patio o plaza. De hecho, en origen el gueto no fue visto por sus habitantes como una prisión o una zona degradada, sino que fueron los ojos externos los que le asignaron estas características puramente negativas y modernas. En muchas, si no todas las ciudades europeas en las que existieron comunidades hebreas numerosas, estas siempre tendieron a concentrarse en zonas muy concretas, que podían incluso rodearse de murallas que la propia comunidad tendía a levantar con fines defensivos, no de segregación, y que la propia comunidad controlaba.
Venecia fue fundada en el año 421 como una comunidad de exiliados longobardos de origen germánico con dependencia política de Bizancio hasta que en el año 726 se declara ciudad estado independiente. En el siglo XIII, cuando comienza a absorber judíos, su régimen legal era patricio y aristocrático, se adquiría la ciudadanía por nacimiento y esa condición estaba definida por oposición a la de los extranjeros u oltramontani, estando además íntimamente ligada a los privilegios comerciales [7]. La afluencia de extranjeros motivó el desarrollo de un sistema de límites legales a la condición de ciudadanía que, sin embargo, subvertía constantemente el principio fundamental del nacimiento, un sistema tan repleto de reglamentación como de fisuras, huecos y ventanas de todo tipo.
Fig. 6. Raphael Custos. Patio del Fondaco dei Tedeschi, grabado de 1616. Saatlichte Museen zu Berlin, Kupferstichkabinett.
En la cosmopolita Venecia siempre existió tensión entre etnias o comunidades religiosas, como demuestra la existencia del Fondaco dei Tedeschi, por mencionar el más conocido, que en el siglo XVI mantenía a estos mercaderes drásticamente separados del resto de la ciudad en este enorme contenedor social y comercial, con espacios comerciales combinados con estancias básicas de descanso (Figura 6). Estos edificios, los Fondaci, funcionaban como híbridos tipológicos entre el mercado, el hotel y el consulado y en ellos se desarrollaba la vida comunitaria de alemanes, turcos, griegos, armenios o persas, pero no de los judíos, que renegociaban permanentemente sus condiciones de residencia. Esa política de segregación pragmática dio lugar a todo un laberinto de transacciones de intimidad entre todos los grupos, comunidades y etnias de la ciudad. El caso del Fondaco dei Turchi es muy singular. En 1621 los Cincue Savi del órgano de control del Dux, el Collegio dei Savi, determinaron que cualquier transacción visual entre el Fondaco dei Turchi y la ciudad de Venecia quedaba prohibida, por lo que debía construirse una barricada alrededor del Fondaco o bien tabicar todas sus puertas y ventanas, para que los turcos y los venecianos no pudieran intercambiar la mirada mutua [8]. La obsesión por el intercambio visual fue tan grande que incluso William Shakespeare la refleja en uno de los pasajes de su obra El Mercader de Venecia, publicada en 1600. En ese pasaje el prestamista Shylock da indicaciones específicas a su hija Jessica sobre cómo debe vigilar su casa para librarla de las posibles influencias negativas de los cristianos, de modo que le indica que bajo ningún concepto debe acercarse a la ventana ni mirar a través de ella al exterior.
Hear you me, Jessica:
Lock up my doors; and when you hear the drum
And the vile squealing of the wry-necked fife,
Clamber not you up to the casements then,
Nor thrust your head into the public street
To gaze on Christian fools with varnished faces;
But stop my house’s ears—I mean my casements (II.v.28–34)
En Venecia se cerraba con muros, se barricaba y se invisibilizaba al otro en ambas direcciones. Rilke demostró los peligros que entraña la transgresión de esta norma: no mirarás al otro. Con esto se mantenía la ciudad bien delimitada en un orden dinámico precario. La comunidad cristiana mayoritaria era la que quedaba así sellada, con bolsas interiores de otredad, para mantener intacto su credo común: la fe cristiana de la mano del ímpetu comercial. En Venecia el impulso comercial característico de su sistema de gobernanza motivó que existiesen múltiples formas de abordaje del cosmopolitismo, por lo que fue siempre un enorme laboratorio humano de inclusión y de exclusión social hecho piedra en sus arquitecturas. Su característica morfología laberíntica hizo posible que dentro de la gran isla existiesen islas menores, haciendo de la ciudad en su conjunto un superlaberinto. Igualmente laberíntico y complejo era el sistema legal y comercial de convivencia, determinado en lo que se refiere a los judíos por la llamada condotta, el contrato establecido entre el gobierno y el individuo que podía establecer un instituto de crédito a cambio del permiso de residencia y de cierta libertad de movimientos por un periodo claramente estipulado. Así pues, en el gueto existió en su misma base una relación directa e íntima entre su forma arquitectónica y su forma legal, siendo una encarnación arquitectónica casi teórica de lo que los griegos llamaron nomos [9]. Sin embargo, los judíos no eran simplemente prestamistas en el siglo XVI, sino mucho más. Eran comerciantes, médicos y sobre todo puntos de contacto de la tupida red de poder e información con Oriente, el rival comercial de Venecia en el Mediterráneo, por lo que su presencia en la ciudad era absolutamente necesaria para la supervivencia de todos. El complejísimo sistema de condotte y de todo tipo de contratos y servicios de visado es un análogo a la estructura morfológica del gueto, como lo es su silueta amurallada y su secuencia impactante de huecos, algunos en lugares insospechados que desafían el sentido común.
Fig. 7. Esquema reconstructivo de un grupo de casas del gueto entre 1514 e 1521. Fuente: Ennio Concina, La città degli ebrei.
Al aumentar la población judía residente debieron realizarse operaciones arquitectónicas en el gueto debido a los estrictos límites espaciales. Aunque se construyó una ampliación racionalista, el Ghetto Novissimo, fue el nuovo el que experimentó las transformaciones más radicales. Los interiores se subdividieron para poder alojar un número mayor de dormitorios, e incluso algunos historiadores mencionan que se debieron hacer turnos para dormir por la ausencia de espacio disponible (Figura 7). Las plantas bajas, tradicionalmente dedicadas en exclusiva a la actividad comercial, se subdividieron horizontalmente con entreplantas, generando hileras irregulares de ventanas para dar luz y ventilación. Los edificios aumentaron considerablemente el número de plantas, hasta las seis o las siete y, en consecuencia, hubo derrumbes inesperados en ciertas ocasiones debido a la sobrecarga de las cimentaciones. En paralelo a la reglamentación jurídica de la actividad comercial y pública, también la residencial y privada estaba muy reglada, tanto o más que la anterior. Complejos sistemas de alquileres y permisos para las extensiones en altura en pisos o en altane regulaban los crecimientos interiores del ghetto nuovo, cuya organicidad pintoresca es inseparable de estos sistemas legislativos. Lo que a los románticos viajeros y apasionados de la “arquitectura sin arquitectos” les aparecía como una estructura natural, orgánica y espontánea, no era sino una auténtica arquitectura legal, sobre-determinada por la jurisprudencia de la geopolítica comercial y la especulación de los alquileres: la ley y el mercado fueron los arquitectos. En el gueto el aire llegó a ser objeto de especulación inmobiliaria, generando un sistema arquitectónico virtual de ordenación y derechos de ocupación arquitectónica del aire.
La morfología arquitectónica parece apuntar a la comunidad perfecta, teórica: una gran construcción comunal, una forma amurallada, un vacío central a disposición pública. Sin embargo la construcción y la vida del gueto fue todo menos algo orgánico, natural o espontáneo. Los judíos que vivieron allí durante los trescientos años de encierro nocturno no pertenecían al mismo grupo étnico, solo a la misma religión y actividad vital mayoritaria, el comercio, por lo que el experimento social del ghetto nuovo fue una combinación anómala y negativa de una polis y de una urbs, aunque en el fondo era una miniatura de la propia República de Venecia. Muchos y muy diversos orígenes étnicos debieron convivir en esta isla del gueto, con procedencias en el llamado Levante, en España y Portugal, en Alemania o en la misma Italia, que a su vez constituyeron sus propias instituciones dentro de la isla. En el marco de la comunidad forzada por el exilio interior, la diferencia tuvo un papel muy destacado: cada comunidad étnica construyó su sinagoga, sus rituales sociales, sus organizaciones gremiales y fraternas y sus propias instituciones de caridad y asistencia. Solo la arquitectura de la exclusión, como un gran marco físico y forzado desde el exterior, expresaba una única comunidad, mientras que la vida diaria era cualquier cosa excepto armoniosa, equilibrada y comunitaria.
Fig. 8. Sección de una vivienda del Getto Novo, siglo XVIII. Archivio di Stato. Fuente: Ennio Concina, La città degli ebrei.
En el plano horizontal las diferencias tendían a ser étnicas según el origen geográfico, una zonificación según la procedencia. En el plano vertical las diferencias tendían a ser materiales y de clase, los ricos arriba y los pobres abajo (Figura 8). Solo desde el exterior, para la República de Venecia y para el extranjero visitante, era el gueto una comunidad identitaria única y compacta, y esto queda reflejado completamente en su arquitectura, que refuerza esa lectura pintoresca amable que nada tiene que ver con la vida cotidiana de los habitantes. Inicialmente se instalaron los judíos italianos y alemanes, pero muy pronto llegaron los procedentes de Oriente Medio, los llamados levantinos, y los sefarditas de España y Portugal. Las múltiples sinagogas existentes en el gueto demuestran la enorme competitividad identitaria del interior de la comunidad judía y el régimen interno de exclusiones mutuas, mientras que los dos órganos de gobierno interno, los llamados Va’ad Gadol (Gran Asamblea, órgano de deliberación) y Va’ad Katan (Pequeña Asamblea, órgano de legislación), estaban abiertos a todos los miembros del sexo masculino previo pago de una cuota. En estos órganos se escenificaba esa rivalidad y se llegaba a acuerdos de convivencia.
Fig. 9. Planta de las sinagogas del gueto. Fuente: Ennio Concina, La città degli ebrei.1: Scuola Luzzatto. 2: Scuola Coanim. 3: Scuola Mesullamim. A: Scuola Grende Tedesca. B: Scuola Canton. C: Scuola Italiana. D: Scuola Levantina. E: Scuola Puonentina o Spagnola.
Tanto las sinagogas y escuelas como los órganos de gobierno siempre fueron invisibles para el extranjero e incluso para el mismo veneciano (Figura 9). Al contrario que la iglesia o las instituciones cristianas, las sinagogas judías del gueto eran espacios interiores y carentes de expresión arquitectónica. Las sinagogas no se ubican en la planta baja por imperativo litúrgico (la ley hebraica llamada halachà), sino que se incrustan en la fábrica construida a una cierta altura del suelo, con accesos oscuros y difíciles. Solo algunos signos arquitectónicos de ellas son visibles, por ejemplo pequeños volúmenes o huecos protuberantes que confieren exotismo a las fachadas para los no iniciados, pero que a partir de una lectura formal arquitectónica resultan tan enigmáticos como el cuento de Rilke. El gran patio central del ghetto nuovo no está presidido por institución alguna, es un continuo de huecos de arquitectura residencial que no queda interrumpido por ningún otro acontecimiento arquitectónico al que serviría de peana o de marco. Además, el orden y tamaño de huecos no es uniforme, ni la altura de piso ni los remates, sin embargo en ese desorden predomina una imagen equilibrada de conjunto debido a la uniformidad del hueco aislado.
Según Edward Said el nacionalismo es una afirmación de pertenencia a un lugar concreto, a un grupo y a una herencia cultural [10]. La comunidad de lenguaje, de hábitos y de ritos orienta esta operación para defenderse de los estragos del exilio. Esa transacción entre nacionalismo y exilio es, afirma Said, muy parecida a la dialéctica que estableció Hegel entre amo y esclavo, que se informan y se constituyen mutuamente. El gueto fue así durante trescientos años la encarnación arquitectónica de la tribu frente a la ciudad-estado, un lugar marcado por el agonismo, la latencia del conflicto y la reglamentación, pero alternativamente por sus opuestos la convivencia, el interés mutuo y la transgresión.
Fig. 10. Páginas 54 y 55 de la edición original de Vers une Architecture de Le Corbusier, 1923.
Los judíos, marcados por el exilio permanente, construyeron su único análogo a la arquitectura occidental —el Templo de Salomón— para superar las diferencias tribales en una coalescencia construida y dejar atrás el modelo portátil e itinerante del Tabernáculo, una estructura móvil que solo la mirada primitivista y orientalizante occidental —consolidada a partir siglo XIX y estilizada por arquitectos como Le Corbusier—, consideró como arquitectura (Figura 10). En Occidente la arquitectura es considerada un artefacto que nos comunica sus valores como un hecho dado, de modo que lo que vemos es lo que hay [11]. Su procedencia ideológica es cristiana, habitar es entendido como vivir en paz, pero la testaruda realidad responde con contundencia: la imagen de vivir en paz que nos da la arquitectura no nos lleva a la realidad del entorno artificial de la ciudad, que es el único lugar donde podemos vivir, sino al arcádico aunque inexistente Jardín del Edén.
Notas
[1] Shaul Bassi, Re-imagining the Ghetto: Introduction to the Forum “The ghetto as a Victorian Text”, en «Partian Answers», Baltimore Tomo 13, n. 1, 2015, pp. 73-78. En este breve escrito se indica cómo el gueto veneciano estaba ausente del llamado Grand Tour, aunque hubo algunas excepciones de crónicas de viajeros como la de Richard Lassels, Voyage of Italy, or a complete Journey through Italy de 1670. En las crónicas de John Ruskin, Thomas Mann, Henry James o Marcel Proust el gueto no aparece. Lord Byron relató su vista al cementerio judío, pero no al gueto. Y la famosa referencia al gueto de Theophile Gautier en 1850 con su Voyage en Italie, marcó un referente importante para otros autores, el del orientalismo antisemita.
[2] Simon Levis Sullam, Reinventing Jewish Venice: The Scene of the Ghetto between Monument and Metaphor, en Magdalena Waligórska y Sophie Wagenhofer (eds.), Cultural Representations of Jewish at the Turn on the 21st Century, European University Institute, Department of History and Civilization, Firenze 2010, pp. 13-27. En este ensayo el autor repasa las representaciones del gueto en cuatro fases sucesivas desde que se reabrió en 1797: orientalización, nacionalización patriótica, museificación y finalmente el escenario vacío de la metáfora, que describiría su condición actual. En otro estudio mucho más pormenorizado y con una extensa bibliografía del mismo autor: Simon Levis Sullam, Una comunità ebraica “Immaginata”, dal ghetto alla grande guerra, en «Studi Storici», Anno 41, n. 3, Fondazione Istituto Gramsci, 2000, pp. 619-645, se repasan las representaciones literarias del gueto desde su fundación hasta la Segunda Guerra Mundial. El autor reconstruye el proceso de constitución identitaria que ha tenido lugar a lo largo de ese dilatado periodo.
[3] Ennio Concina, Ugo Camerino y Donatela Calabi, La città degli ebrei: Il ghetto di Venezia, architettura e urbanística, Albrizzi Editore, Venezia 1991. En esta amplia publicación no solo pueden consultarse numerosos documentos gráficos originales y reconstrucciones, sino que suministra una gran cantidad de fuentes primarias de archivo. Es una fuente importante para conocer al detalle el complejo sistema de normas que regulaba el gueto, así como para conocer en profundidad su historia arquitectónica y urbana.
[4] Bernard D. Cooperman y Roberta Curiel, Il ghetto di Venezia, Arsenale Editori, Venezia 1991. Aunque no tan completo y erudito como el anterior, este libro aporta algunos datos de interés en relación con los regímenes de tenencia de suelo y alquiler del gueto, así como de las costumbres cotidianas y de los sistemas de reglamentación comercial y religiosa.
[5] Massimo Cacciari, La Città, Pazini, Rimini 2009. Cacciari ha ido variando sus interpretaciones del fenómeno urbano en las cuatro décadas que ha dedicado a su estudio mediante influyentes publicaciones. En este libro toma partido por la civis con cierta claridad, proponiendo una interpretación de la ciudad como un cruce sensible de sistemas ideológicos encarnados en personas y en grupos sociales en convivencia que llega a poner en duda la fisicidad de la fábrica urbana.
[6] José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas (1930), Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile 1989, pp. 182-187. Ortega define la plaza en estos términos: «limitando un trozo de campo mediante unos muros que opongan el espacio incluso y finito al espacio amorfo y sin fin».
[7] Para la historia de los Fondaci en Venecia y su papel en las relaciones comerciales y sociales puede consultarse Ennio Concina, Fondaci: architettura, arte e mercatura tra Levante, Venezia e Alemagna, Marsilio, Venezia 1997. Para el sistema de ciudadanía veneciano puede consultarse Joanna Kostylo, Sinking and Shrinking City: Cosmopolitism, Historical Memory and Social Change in Venice, en Carolin Humphrey y Vera Skvirskaja, Post-Cosmopolitan Cities: Explorations of Urban Coexistence, Berghan Books, New York 2012, pp. 170-193.
[8] Dana E. Katz, “Clamber not you up to the casements”: On ghetto views and viewing, en «Jewish History», n. 24, 2010, pp. 127-153. Este artículo es una investigación sobre la relación entre la prohibición de la mirada y el orientalismo en Venecia. Una versión distinta aparece también en: Dana E. Katz, The Ghetto and the Gaze in Early Modern Venice, en Herbert L. Kessler y David Nirenberg, Judaism and Christian Art. Aesthetic Anxieties from the Catacombs to Colonialism, University of Pennsylvania, Philadelphia 2011.
[9] Para una interpretación moderna y polémica de la idea griega de nomos puede consultarse el libro fundamental del pensador político alemán Carl Schmitt, Der Nomos der Erde im Völkerrecht des Jus Publicum Europaeum, Duncker & Humblot, Berlin 1950.
[10] Aunque Edward Said dejó establecidas las bases de la mirada cultural colonialista en su famoso libro de 1978 Orientalismo, publicó un artículo que desarrolla más concretamente este tema para la comunidad judía y su exilio: Edward Said, The Mind of Winter: Reflections of Life in Exile, en «Harper’s Magazine», n. 269, septiembre 1989.
[11] Stanley Tigerman, The Architecture of Exile, Rizzoli, New York 1988. En este libro el arquitecto judío norteamericano Stanley Tigerman recorre los estados míticos de la arquitectura del Templo de Salomón y el Tabernáculo en relación con los textos sagrados hebreos y las representaciones pictóricas históricas de la tratadística occidental.