Leímos Antígona muy jóvenes, como parte de la cultura de cualquier persona que
decide dedicar su vida al teatro. Quedo, en el fondo de nosotros, una persona que lleva
hasta las últimas consecuencias un pensamiento que considera justo.

Años después, a comienzos de los ochenta, vimos una exposición fotográfica.
Eran fotos en blanco y negro. Había captado imágenes impresionantes de la violencia de
esos años. La que mas nos conmovió fue la de una mujer cruzando los arcos de la Plaza de
Armas de Ayacucho, parecía una figura en fuga, una exhalación bajo la sombra que
creaba un sol cenital. Vestia de luto. En ese momento, espontáneamente, esa mujer
formo para nosotros una sola frase con Antígona.

De este modo el texto clásico nos mostraba su poder: cruzar siglos para encajar en
una situación y tiempo cercanos. Desde ese entonces empezamos a pensar en la puesta en
escena de Antígona. Y el desarrollo de la violencia que vivió nuestro país fue haciéndonos
mas conscientes de la necesidad del proyecto: ¿Quien no recuerda a las mujeres buscando
familiares desaparecidos, las tumbas NN, la soledad de los desplazados?.

Para la realización de este Proyecto hemos tenido relación con muchas mujeres
parientes de desaparecidos que han venido a contarnos sus historias. Sus testimonios han
alimentado nuestra puesta en escena. ¿Como olvidar a tantas mujeres enfrentándose solas
al poder para indagar por sus esposos, padres o hijos? Antígona las resume.

Otro encuentro, decisivo, fue con Jose Watanabe a través de su libro «Cosas del
Cuerpo». Entramos en una relación de gran empatía con los textos, sentíamos que en ellos
la belleza surgía o era indesligable de su calidad de verosímiles, no importa si ficcionados.
Desde esos momentos pensamos en Watanabe para Antígona. El nos propuso
desarrollarla en poemas. A partir de su hermosa versión, empezamos la otra escritura, la
escritura en el espacio, es decir, la construcción que realiza el actor, con sus acciones, sus
gestos, su voz, junto con los otros elementos de la gramática espacial, como los lumínicos
y musicales.

Recurrir a Antígona es una manera de apelar a la memoria histórica universal para
buscar en ella señales que nos ayuden a entender nuestra propia tragedia. El objetivo del
personaje Antígona es enterrar a su hermano muerto, pese a un decreto que prohíbe
hacerlo. Para nosotros enterrar no es una metáfora del olvido. El enterramiento de un
suceso o una persona implica evaluarlo, conocer su significado y ponerle un nombre para
no olvidarlo, es ubicarlo como un hecho vivo y ejemplar en nuestra memoria. Allí debe
estar como quien ocupa un espacio, dispuesto para el diálogo con nosotros, ahora o en el
futuro.

Recurrir a Antígona es también pensar en las consecuencias del poder ejercido sin
controles. Antígona, como imagen, no existiría sin su contraparte, Creonte, el rey que en
su soberbia se atreve a retar a los cielos al querer extender su dominio sobre los cadáveres.
“Recuerda que solo los dioses tienen mandato sobre los muertos”, le increpa Antígona.
Ella, al margen de las facciones en pugna, quiere cumplir con su hermano, desea
ardientemente que la tierra lo acoja. Su gesto solo esta motivado por el amor: «Yo he
nacido para amar, no para compartir odios», dice, con voz al mismo tiempo antigua y
contemporánea.

Leímos Antígona muy jóvenes, como parte de la cultura de cualquier persona que
decide dedicar su vida al teatro. Quedo, en el fondo de nosotros, una persona que lleva
hasta las ultimas consecuencias un pensamiento que considera justo.

Años después, a comienzos de los ochenta, vimos una exposición fotográfica.
Eran fotos en blanco y negro. Había captado imágenes impresionantes de la violencia de
esos años. La que mas nos conmovió fue la de una mujer cruzando los arcos de la Plaza de
Armas de Ayacucho, parecía una figura en fuga, una exhalación bajo la sombra que
creaba un sol cenital. Vestía de luto. En ese momento, espontáneamente, esa mujer
formo para nosotros una sola frase con Antígona.

De este modo el texto clásico nos mostraba su poder: cruzar siglos para encajar en
una situación y tiempo cercanos. Desde ese entonces empezamos a pensar en la puesta en
escena de Antígona. Y el desarrollo de la violencia que vivió nuestro país fue haciéndonos
mas conscientes de la necesidad del proyecto: ¿Quien no recuerda a las mujeres buscando
familiares desaparecidos, las tumbas NN, la soledad de los desplazados?.
Para la realización de este Proyecto hemos tenido relación con muchas mujeres
parientes de desaparecidos que han venido a contarnos sus historias. Sus testimonios han
alimentado nuestra puesta en escena. ¿Como olvidar a tantas mujeres enfrentándose solas
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al poder para indagar por sus esposos, padres o hijos? Antígona las resume.
Otro encuentro, decisivo, fue con Jose Watanabe a través de su libro «Cosas del
Cuerpo». Entramos en una relación de gran empatía con los textos, sentíamos que en ellos
la belleza surgía o era indesligable de su calidad de verosímiles, no importa si ficcionados.
Desde esos momentos pensamos en Watanabe para Antígona. El nos propuso
desarrollarla en poemas. A partir de su hermosa versión, empezamos la otra escritura, la
escritura en el espacio, es decir, la construcción que realiza el actor, con sus acciones, sus
gestos, su voz, junto con los otros elementos de la gramática espacial, como los lumínicos
y musicales.

Recurrir a Antígona es una manera de apelar a la memoria histórica universal para
buscar en ella señales que nos ayuden a entender nuestra propia tragedia. El objetivo del
personaje Antígona es enterrar a su hermano muerto, pese a un decreto que prohíbe
hacerlo. Para nosotros enterrar no es una metáfora del olvido. El enterramiento de un
suceso o una persona implica evaluarlo, conocer su significado y ponerle un nombre para
no olvidarlo, es ubicarlo como un hecho vivo y ejemplar en nuestra memoria. Allí debe
estar como quien ocupa un espacio, dispuesto para el dialogo con nosotros, ahora o en el
futuro.

Recurrir a Antígona es también pensar en las consecuencias del poder ejercido sin
controles. Antígona, como imagen, no existiría sin su contraparte, Creonte, el rey que en
su soberbia se atreve a retar a los cielos al querer extender su dominio sobre los cadáveres.
“Recuerda que solo los dioses tienen mandato sobre los muertos”, le increpa Antígona.
Ella, al margen de las facciones en pugna, quiere cumplir con sus hermano, desea
ardientemente que la tierra lo acoja. Su gesto solo esta motivado por el amor: «Yo he
nacido para amar, no para compartir odios», dice, con voz al mismo tiempo antigua y
contemporánea.