Franz Kafka ha desarrollado una forma literaria con la que por primera vez pudo hablarse de las monstruosidades políticas y sociales del siglo XX. La historia transcurre luego de un plan. El plan ha fracasado hace tiempo. Al estilo de Augusto Pinochet, por ejemplo, ese anciano general sin capacidad de negociación, la historia de tres mujeres pone al descubierto la falta de sentido del mundo de la política. De todos modos, Pinochet no aparece para nada en el Cuerpos a banderados de la autora y directora independiente Beatriz Catani, cuyo inventario postdictatorial de la humanidad se muestra en la Künstlerhaus hasta el domingo inclusive.

La catástrofe política ocurre en el bochornoso y febril aire del sótano de una cooperativa, para lo cual no sirven todos los ventiladores que hay. En su absurdo, todo un aparato estatal. Tres mujeres trabajan aquí de alguna manera contra el sistema. Este no cede a sus esfuerzos y les envía de vuelta, por una canaleta de acero, el cuerpo del hombre amado (manzana de la discordia y de los celos), muerto y envuelto en banderas y en una red de pescador, cada vez que ellas quieren deshacerse de él. Una pila de periódicos truena cada tanto con altanería, como si debiera archivarse algo que nadie conoce.

Encerradas como las ratas en una pecera de vidrio, Susana Tale, Victoria González Albertalli y Rosaria Berman son afectadas por los residuos de una humanidad casi animalizada, que se sustrae a la manipulación. La vanidad, envidia, necesidad de amor, se mezclan repentinamente y de modo rebelde en el discurso, con el que ellas por otro lado se someten a la Cooperativa.

Con una intensidad desacostumbrada para la concepción europea, Catani busca la realidad en el teatro. Las pobres ratas reciben humo de cigarrillos en la pecera, hasta quedar rígidas. Un pez muerto sirve de proyectil. El hombre muerto debe ser fotografiado para documentar sus heridas, que son rechazadas como poco auténticas. La saliva chorrea de las comisuras de los labios de las actrices, una de ellas se abofetea, a otra le pellizcan los pechos desnudos. Al concluir, para poder reproducirse con el semen del hombre muerto, aligeran la presión de su vejiga orinando en frascos de vidrios en pleno escenario.

Poesía y sensibilidad se encuentran en este estilo que recuerda a La Barraca de Lorca. Y el intercambio cultural entre Buenos Aires y Viena ha alcanzado un vigor tal, que no podrían haberlo garantizado ni otras obras invitadas ni las obras locales del teatro nacional.