Manuel Larrea es músico, compositor. Su instrumento principal es el piano, aunque también ha indagado en algunos otros. Sin embargo, su trabajo siempre se ubica en un más allá de los caprichosos límites disciplinares de la música. Él está en el amplio ámbito sonoro.
Ahí donde la música interroga al espacio y es interrogada por él, así como al tiempo, los cuerpos: el suyo, los de sus espectadores, aquellos de los objetos que cobran vida… Ahí donde la sonoridad se choca, se amplía, se transforma en el estado de encuentro con diversas materialidades que pareciesen no corresponder al ámbito musical; ahí donde el bios recuerda que está constituido por elementos sonoros diversas. Justo también en las zonas inaudibles pero que están presentes si se las atiende, si se aprende a escucharlas de otro modo; en la construcción artificiosa, técnica, tecnológica -desde las más ancestrales maneras de interrogar lo técnico hasta las más contemporáneas-: ahí se encuentra el trabajo de Manuel, en esos cruces, en las preguntas que le despiertan y en las tentativas de resolución que él plantea para asumir estas inquietaciones. En los últimos meses este artista ha estado trabajando en un proyecto que aunque de algún modo recoge inquietudes previas, se desmarca de ellas proponiendo algo absolutamente renovado. Unas primeras muestras de este trabajo fueron presentadas en junio último, pero continúa en la exploración, ya con derivas varias, pues sus propuestas, vivas, siguen transfigurándose en el devenir del tiempo.
En este proyecto no hay piano. Hay un cuerpo central metálico. Un cuerpo que reclama ser excitado por un elemento externo y desde esa premisa: vibra, suena, adquiere un comportamiento. Este cuerpo se llama Sinfronia (forma femenina de Sinfronio. Proviene de un nombre griego, latinizado en Symphroniu, que significa astuto -astuta, en este caso-): un pequeño Frankenstein sonoro alimentado por el artista. Una instalación-performática con un personaje que empieza a despertar y actuar de manera misteriosa, que inventa su lenguaje, su “canto” corporal.
Una escena al aire libre se arma. Manuel se pregunta cuál es su propia pretensión con esto: -dar vida. ¿A quién? -A una estructura metálica. ¿Cómo?
-Alimentándola con impulsos electrónicos o electromagnéticos. ¿Para qué? -Para crear un ser nuevo que cohabite con el entorno humano-natural.
Para delimitar su espacio para dar vida, una carpa se instala. En la mitad de este: una mesa sobre la cual está Sinfronia. Se trata de una estructura metálica modelada con pliegues, curvaturas, sin cortes y re-ensamblaje: un solo corpus. Previamente Manuel estuvo experimentando con la papiroflexia. Pensó que Sinfronia podría estar hecha de papel, pero este elemento no resultaba ser un óptimo conductor sonoro, además, reparó en que el origami tiene encanto en tanto se mantiene en una dimensión pequeña. A gran escala pierde la delicadeza, la belleza de la fragilidad. Sin embargo, pese a no conservar el papel esa cualidad de la mano de obra es visible igualmente en este cuerpo metálico.
Manuel piensa-actúa más como artesano que como ingeniero, en un sentido; aunque paralelamente su temario de investigación lo ubica en una dimensión más científica. Preparar su obra le implica un estudio de campo magnético, de la cinética, del campo acústico y del electrónico. Sus cuadernos de trabajo a ratos se parecen más a los de un profesor de física o a los de un director de escena que diseña bocetos, que piensa en el espacio, que traza planos. Mientras ha ido avanzando en cuestiones de acoplamiento, de vectores, algoritmos, logaritmos, ha ido probando también en la práctica: experimentando, cortándose con la estructura, quemando cables. De esa manera arribó a su primera versión del proyecto: un objeto escultórico que no controla, al que se enfrena y en tiempo presente va descubriendo su capacidad de moverse, de resonar.
El funcionamiento es más o menos el siguiente: hay una antena que capta el campo magnético. Esta información llega a una consola análoga muy básica. Lo receptado es totalmente aleatorio, depende del tipo de antena, de dónde está ubicada. La consola está conectada a un ordenador. Manuel consiguió un software que no determina nada, solo es unanalizador de ondas electromagnéticas de baja frecuencia. Lo que hace es enseñar un espectro de lo que capta y él lo acota. Manipula la consola solo subiendo o bajando el volumen, a penas. Esta, a su vez está conectada a Sinfronia. La escultura, entonces, a través de una circuitería electrónica y unos transductores, reacciona y empieza a sonar: a vehicular lo captado. Manuel opera solo teniendo como compañera una lavacara a la que va echando agua. El artista siente que el agua implica darle de comer-beber a este ser nuevo. El agua ejerce presión, da energía. El agua intensifica la interacción. Debajo del contenedor de agua hay también un sensor.
Pero más allá de esos elementos, que permiten la activación vibratoria-sonora, hay otros que también operan de manera contundente. Por ejemplo: el viento presente, el espacio constituido (lo acotado de esta espacialidad, aun cuando es al aire libre), y la mesa donde se sostiene la escultura y el resto elementos. Este objeto último no solo hace de soporte, sino además conduce sonido. La mesa se vuelve, en ese agenciamiento, vector sonoro, cuerpo sonoro. El que se trate de una mesa de plástico y granulada (lo que permite que en esas pequeños espacios se fije el objeto central) contribuye al modo en que viaja y se genera el sonido. Todo esto incrementa lo azaroso.
Manuel está cuerpo a cuerpo con Sifronia. El cuerpo principal es el de ella. Manuel es un operario. Un agente. Se mueve frente al objeto, experimentando con el agua. Se sorprende. Ensaya. Todo lo que ha investigado, pre-diseñado, muestra un más allá de él mismo en el presente. Los sonidos aparecen a través del cuerpo de ella. Ese cuerpo metálico vibra. Lanza sonidos singularísimos. Un campo sonoro se activa en medio del espacio abierto en el que estamos inscritos como espectadores. La gente guarda silencio atenta a esta extrañeza, a este andamiaje que parece más un laboratorio de ciencias. Sonido dentro del sonido del ambiente. Una dislocación, un hallazgo. Desaparece y retorna. Se intensifica.
Detrás de todo esto también hay algo más complejo. Lo que detona este proyecto es la lectura de un artículo, por parte de Manuel, sobre un pájaro que habita en la zona fronteriza entre Ecuador y Colombia. Charles Darwin escribió en 1871 sobre su admiración por esta ave que se llama saltarín relámpago o saltarín alitorcido, el Machaeropterus deliciosus, su nombre científico. Este pájaro tiene atributos únicos: su canto no lo genera con su aparato fonador, sino con el golpe de sus alas que es de 107 veces por segundo. Solo el macho de esta especie, al sentirse atraído por una hembra, es quien genera este canto corporal, este juego de seducción. Más allá de seguir investigando sobre el pájaro y desde ahí imitar su naturaleza para inscribirla en un plano de composición musical, el artista decidió configurar su propia ave, que es Sinfronia, que tras recibir impulsos, pueda reaccionar cantar a través de su cuerpo. El resto, es lo descrito en párrafos anteriores. Una experiencia frente a un cuerpo y un ecosistema particularmente otro.
Este proyecto habla de cuán transdisciplinado e indisciplinado es Manuel Larrea y cómo sus trabajos no tienen la intención de quedarse en la idea de desarrollar productos artísticos. A él le interesa el proceso, la dimensión tecnológica, la artesanal, la producción de pensamiento, la reflexión, el juego: el ensayo y el error. El trabajo de este artista guayaquileño responde de manera contundente a la pregunta que desde la academia artística late con fuerza en el país ¿qué es investigar en artes? El proyecto, entonces, tiene esta cualidad absolutamente metodológica, revela su propia inteligencia en el momento en que se encarna. Interpela no solo al ámbito musical, sino también a las prácticas escénicas, en tanto piensa el cuerpo desde otras perspectivas, la interacción, la escucha, la espacialidad, las arquitecturas. Sin duda, un proyecto que desborda sus propios marcos, que -de por sí- son bastante móviles y mutantes.
SINFRONIA: desbordar la música, activar la vitalidad, articular ecosistemas