Simona Levi recurrió a una estructura de «cuadros» para plantear su reflexión sobre los estereotipos femeninos (y masculinos). Femina ex machina se construyó como una serie de imágenes escénicas, apoyadas en máquinas diseñadas por Lali Canosa y breves textos, situados en el singular espacio de Conservas, una vieja tienda de El Raval, que Levi rehabilitó como pequeño teatro. La subversión del estereotipo se producía mediante la objetivación, pero tal objetivación no comportaba una cosificación del cuerpo femenino al modo en que se produce en los espectáculos comerciales ni la presentación de la mujer como objeto de deseo. Al contrario, Levi intentaba proponer una forma de erotismo que evitara la violencia generada por el espectador mirón. En parte mostrando el cuerpo crudamente como objeto, como objeto físico al mismo nivel que las máquinas o los alimentos, y por tanto, enfatizando su dimensión física, natural. En parte, proyectando una mirada irónica sobre él, compuesta de dosis equilibradas de crueldad y cariño.

La subversión del estereotipo femenino iba acompañada de una inversión de la función de las máquinas, en las que ya no se confiaba para aumentar la producción y mejorar el rendimiento. Las máquinas diseñadas por Lali Canosa para Levi cumplían tareas insólitas: la máquina de llorar, la máquina de las tetas… En contraposición a las máquinas netamente masculinas utilizadas por La Fura, colectivo con el que tanto Levi como Canosa en algún momento colaboraron, las máquinas que se presentaban en Conservas podían ser vistas como máquinas femeninas. Eran máquinas pre-tecnológicas, artesanales, que remitían a las máquinas pobres ideadas por ciertos artistas de los setenta (Kantor) o las máquinas orgánicas construidas por colectivos anarquistas como el Survival Research Laboratory. Las máquinas servían para descomponer la imagen femenina, para evitar la armonía, la aproximación al modelo canónico, pero también para animalizar el cuerpo. Lo interesante es que el encuentro de la máquina pre-tecnológica y el cuerpo femenino se producía en un territorio intermedio, próximo a la animalidad: los peces, las vacas, las huchas en forma de flores carnívoras… Y a ello habría que añadir la presencia de lo fluido; lo fluido permitía la conexión del organismo con la máquina. Estaba presente en el pequeño estanque de la entrada, en el agua de la pecera que Simona Levi se colocaba como escafandra y figuradamente en el interior de los numerosos tubos que componían la máquina que se mostraba en una proyección durante el espectáculo.

El espectador asistía a esta sucesión de imágenes con una combinación de complicidad (en la ironía) y distancia (en la exhibición de los cuerpos). En un momento dado, las intérpretes ofrecían prismáticos a los espectadores y anunciaban así la posibilidad de acceder a una imagen recóndita, escondida. El espectador era irónicamente condenado a convertirse en mirón, del mismo modo que las actrices eran irónicamente condenadas a convertirse en objetos. Lo que se ofrecía a los ojos mediados por los prismáticos era efectivamente, una imagen apropiada al ‘voyeurismo’: una vagina. Pero la mediación irónica convertía la vagina en hucha, interrumpiendo así la tensión erótica y cargando de humor la situación, que daba pie a la activación del público, a los comentarios, a las risas.

Levi dirigió un nuevo espectáculo, Seven Dust. Aunque en los últimos ha concentrado sus energías en las tareas organizativas y en el activismo. Una de sus iniciativas más importantes ha sido el festival Inn Motion, que se programa en paralelo al Festival Grec en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.

(José A. Sánchez, Universidad de Castilla-La Mancha)

Compañía:

Conservas (1999)

Otras obras

  • Seven Dust – 2003
  • Femina ex Machina – 1999