Una «sinfonía desenfadada de la raza humana», que surgía del deseo de mostrar escénicamente «las ganas de vivir» en una época marcada por la catástrofe. El espectáculo contenía algunas de las secuencias más brillantes ideadas por Comediants, especialmente los primeros minutos del espectáculo: la creación del universo por parte de esos mismos demonios que el público había visto poco antes en la calle y que invadían ahora la sala para colocar en su lugar los diversos planetas; los cuerpos desnudos de hombres y mujeres, que libres de todo pudor no reconocían el límite de la escena e invadía la sala con sus juegos y sus bailes; o la entrada del vendedor de ropa que ponía fin al esplendor de aquel reinventado jardín del Edén. A continuación, Comediants acompañaban la evolución de la criatura humana hasta su inserción en un contexto urbano, donde una vida elemental se convertía en objeto de un relato poético contado visualmente con ayuda de una larguísima tela blanca: los deseos y los sentimientos del ser ingenuo se iban confrontando con las imposiciones y las ataduras del ser social, que transformaban al niño libre en hombre alienado, el amor en matrimonio y el juego en cotidianidad y aburrimiento. Al final, la Parca, con su calavera y su daga, iba cortando el hilo de los personajes vivos. Pero cuando la muerte se apropiaba del corazón de la última viejecita, la escena era nuevamente invadida por la fiesta, y repartiendo cava, mandarinas, palomitas y patatas fritas, los Comediants invitaban al público a sumarse a un baile organizado en el vestíbulo en la calle.