La acción realizada por un grupo de estudiantes en Durango hace casi cincuenta años fue, sin duda, un acontecimiento insólito y trascendente que en su momento no pudo ser leído más que como un suceso en sí. En principio, la idea de tomar el cerro del Mercado por asalto era ya un móvil político imponderable y visionario. Basta pensar que en aquellos momentos no eran perceptibles todos los riesgos sociales que implican la privatización y la “sobreexplotación corporativa” de los recursos naturales. Entonces tampoco era posible imaginar el futuro desastroso que dominaría en el norte del país. No habían ocurrido Tlatelolco ni San Miguel Canoa en 1968, ni el jueves de Corpus en 1971, ni Aguas Blancas en 1995, ni Acteal en 1997, ni las masacres de Durango y San Fernando en 2011, ni Ayotzinapa en 2014.

Todos tristes y lamentables.