El mundo, el demonio y la carne (1991), igualmente representado en iglesias desacralizadas (condiciona que no evitó el efecto de la provocación), podría ser el título de un auto sacramental. Sin embargo, Vidal introdujo esos tres elementos en un nuevo programa mítico: «La llegada del príncipe». El personaje de su anterior acción, Alma de Serpiente, va en busca del lirio de agua, del que se ha enamorado, pero en su camino hacia la flor debe enfrentarse a sus aparentes antagonistas: el Mundo, el Demonio y la Carne. Superada la prueba, Alma de Serpiente alcanza victorioso la flor, con la que engendrará un príncipe bisexual.

La acción escénica era precedida por una ceremonia en la que Vidal consagraba el espacio «haciéndolo receptivo a las energías telúricas y declarándolo inviolable». Entonces comenzaban los diálogos y danzas: la despedida de la Tierra, bajo la que estaba sepultado Alma de Serpiente, y los encuentros con los tres personajes, representados por tres mujeres desnudas. De los diálogos, de estilo casi litúrgico, y de las danzas eróticas se desprende que Alma de Serpiente no supera su confrontación con el Mundo, el Demonio y la Carne mediante la renuncia o la negación, como era habitual en el relato cristiano, sino mediante la profunda comprensión de ellos. «Has sabido comprender el amor del Mundo / Has sabido comprender el amor del Demonio», declara éste agradecido antes de abandonar a Alma de Serpiente en brazos de la carne, en la que encuentra la luz.

Aunque la acción tenía un desarrollo mayor que la del anterior espectáculo, también en este caso gran parte del trabajo de Vidal resultaba invisible de forma directa para el público. Lo que los espectadores veían eran el punto de llegada (las danzas) y los restos (el esqueleto). Como el propio Vidal relataba, la búsqueda de las energías fundamentales y complementarias que giran alrededor de la carne en sus aspectos de descomposición (muerte) y «gozo generador» (nacimiento), le habían llevado a convivir durante cinco meses junto a un cadáver de gacela, al tiempo que «realizaba prácticas meditativas acerca del sexo y el erotismo, conservando la misma distancia meditativa ante la descomposición del cadáver como ante los efluvios de la pasión sexual».