Esta obra es la #6 de la serie El Susurro de Tatlin cuyo trabajo examina las relaciones de apatía y anaestetización con respecto a las imágenes utilizadas en los medios masivos de información. En esta serie se trata de activar imágenes, conocidas a través de su recurrencia en la prensa, al de-contextualizarlas del evento original que dio paso a la noticia y escenificarlas del modo más realista posible dentro de una institución artística. El elemento más importante de esta serie es la participación del espectador quien puede determinar el curso que tome la obra. La idea es que la próxima vez que ese espectador se encuentre ante una noticia que utilice imágenes similares a la que él experimentó pueda advertir una cierta empatía personal hacia ese evento distante y ante el cual tendría normalmente una actitud de desconexión emocional o de saturación informativa. La vivencia del público dentro de la obra permite que comprenda la información a otro nivel y que se apropie de ella porque la ha vivido.
Al público presente se le entrega doscientas cámaras desechables con flash para documentar el performance, y se le comunica que cada uno puede expresarse libremente durante un minuto a través del micrófono abierto, en la tribuna frente a ellos. Un largo silencio se produce. La primera persona sube al escenario siendo custodiada por dos personas vestidas con uniforme militar (una mujer y un hombre). Estos le ponen una paloma blanca en el hombro al orador, hecho que alude a la imagen emblemática de Fidel Castro cuando pronuncia su primer discurso el ocho de enero en La Habana después del Triunfo de la Revolución. Imagen esta que ratificó su liderazgo absoluto en un consenso generalizado que funcionó tanto para los que querían ver en esta imagen la paz que se garantizada para la vida de los ciudadanos, el Mesías o la estética del futuro por construir.

En El Susurro de Tatlin # 6 (versión para La Habana) durante el minuto que se utiliza el micrófono no hay ningún tipo de censura. Cuando termina el tiempo asignado para la libertad de expresión las personas vestidas de militar que hasta ese momento estaban a cada lado del orador –para defender su derecho a hablar o para controlarlo– le quitan la paloma, lo expulsan del podio y lo bajan de la tarima para que este vuelva a formar parte del público. Esta acción se repite con cada orador. Todos son tratados en igualdad de condición. Un total de 39 personas hicieron uso de los micrófonos para expresar sus afinidades y críticas al sistema político cubano en los 41 minutos que dura la obra, después de lo cual Tania Bruguera accedió al podio para agradecerle a los cubanos por su valentía y ejercicio de libre expresión.

Se expusieron diversas reacciones, todas con respeto y todas aceptadas, tanto las que daban razones para seguir el camino de la revolución de Fidel Castro como aquéllos que pedían elecciones donde no estuviese nadie que perteneciera a esa familia como candidato. Desde una persona que su única reacción fue llorar por la impotencia de no haber tenido otra opción que emigrar debido a sus diferencias políticas, hasta las declaraciones de los integrantes del movimiento de blogueros en Cuba quienes han contribuido al disentir en espacios públicos-virtuales en la red. Algunos exigían que se presentaran a los micrófonos aquellos que eran parte de la policía secreta mientras otros pedían que un día la libertad de expresión no tuviera que ser un performance.

Las bocinas puestas dentro y fuera del edificio hicieron acercar a más de uno que no estaba involucrado en los eventos de la Bienal de la Habana y se integró como espectador.

La obra funciona como proyección de futuro cuando las personas utilizan la oportunidad de expresarse utilizando el micrófono y como monumento cuando el podio vacío es una imagen que nos recuerda la ausencia del líder que por 49 años (1959 – 2008*1) estuvo al frente de la vida del pueblo cubano.

Mientras las cámaras de fotos con flash hacían de documentación en tiempo real eran también un dispositivo de protección para las personas que habían tomado la palabra. En esta obra se le cede la responsabilidad, la autoría y la propiedad de la documentación al público.

La repercusión de esta obra hizo que el Comité Organizador de la 10ª Bienal publicara una denuncia a los comentarios de los participantes afirmándolos como manipuladores del hecho artístico para expresar sus plataformas políticas y desacreditar a la Revolución cubana. Por otro lado el rumor sobre el evento se extendió por la ciudad a sectores de la población que no pertenecían a la élite artística, especialmente dado a la difusión del evento en los medios masivos de comunicación en el extranjero (especialmente las televisiones de Miami*2 que son vistas por los cubanos a través de los populares accesos –ilegales– a la TV de cable). Al día siguiente algunas personas se presentaron en el lugar para ver si todavía estaban los micrófonos abiertos, entre ellos las Damas de Blanco (grupo pacifista que clama por la libertad de sus esposos, presos políticos en Cuba). Se le atribuye a esta obra el uso, en los meses siguientes, de estrategias performáticas por parte de grupos artísticos y blogueros que salen a la calle con demandas por hablar en auditorios que le son negados.

La obra de agudo impacto político fue concebida como una estructura abierta que presiona los límites de las instituciones en el poder, donde la responsabilidad está en el público quien para participar tiene que asumir su rol ciudadano integrado al proceso político de manera activa. El privilegio de expresión, con sus limitaciones, que tienen los artistas en Cuba es cedida al espectador que ejerce una suerte de democracia momentánea, casi como un ensayo de lo que podría ser una sociedad plural y tolerante a la discrepancia como parte de un proyecto de sociedad civil.

Con una noción situacionista e hiperrealista esta obra logra traspasar los espacios de representación para trabajar directamente en y con la realidad.

Fuente http://www.taniabruguera.com