«La escena se resume en: Dos hombres que esperan debajo de un árbol retorcido. Dos hombres que buscan desesperadamente su identidad que les permitirá evadirse de su anonimato y que naturalmente no la encuentran jamás. A esto le sumamos la eterna espera que hacen Estragón y Vladimir con su desorientación espacial y temporal que se resume cuando, al regresar en el segundo acto, la única diferencia que encuentran en el sombrío paisaje es que el árbol ha florecido. Puede que sea el día siguiente, como ellos creen. O puede que sea el mes siguiente o el año siguiente o mil años después: da lo mismo ‘la memoria siempre nos juega esas malas pasadas’. Los personajes centrales de esta obra dan la sensación de estar vivos porque no les queda otro remedio. Objetivamente, quisieran morir, pero no pueden darse muerte porque la voluntad de vivir (sobre la que no pueden ejercer control alguno) es más fuerte que la voluntad de morir. Lo admirable en Beckett es su conciencia del misterio insondable de las cosas, su finalidad impenetrable, el inefable milagro de la existencia. Todo esto enmarcado en el género de la comedia negra, porque como él mismo lo dijo: ‘No hay nada más cómico en el mundo que la tragedia ajena’.»