Rosa Cuchillo fue inspirada en la novela homónima de Oscar Colchado, retomando la historia de una madre que para encontrar al hijo desaparecido recorre los tres mundos de la cosmogonía andina -Kay Pacha, Uqhu Pacha y Hanaq Pacha. La actriz Ana Correa configuró el personaje en diálogo con las búsquedas de las madres peruanas. Durante el proceso incorporó textos documentales de Angélica Mendoza, madre ayacuchana que encabezó el movimiento de mujeres campesinas organizadas por cuenta propia para buscar a sus hijos.

La acción fue diseñada a partir de la estructura de los mercados andinos. Ana recorrió los mercados de varios pueblos reuniendo información visual y aspectos representacionales de esas culturas regionales; integrando a esta experiencia su propia cultura personal, el arsenal de recursos corporales, técnicas y estrategias de entrenamiento desarrolladas a través de los años. Estructurada como una intervención en los espacios cotidianos y públicos, fuera de los recintos teatrales, esta acción se sostenía en las estrategias del «arte acción», desbordando los procedimientos teatrales y apegada a una partitura de ejecución que le permitía desarrollar una dinámica de performer. Rosa Cuchillo era la imagen a través de la cual irrumpía la actriz, desplazándose entre la multitud de los mercados.

El pathos liminal que detonó esta acción determinó su devenir en ritual curativo. La actriz fue percibida como una chamana que prodigaba la sanación y parecía transitar entre dos mundos, dos dimensiones; constituyéndose en una especie de «ente liminal», «gente de umbral», «observadora periférica».

El arte como ritual curativo ha sido sido propuesto por creadores como Artaud, y muy especialmente por Josep Beuys quien practicó el arte como vía de acceso al mejoramiento espiritual, como impulsor de cambios, llegando a concebirlo más allá de los fines estéticos como un anti-arte propiciador de curaciones individuales y colectivas. Si bien la crítica ha visto en estas premisas un arte «que se adentra en la vía de la concepción utópica del mundo», interesa observar estas acciones en el contexto de una sociedad civil que intentaba la reconstrucción de su memoria para su propia «sanación» y en cuyo propósito el arte participaba, como tantas veces lo ha hecho, apostándole a su poder contagiante, explicitando la potencialidad transformadora de las communitas poéticas.

Ileana Diéguez
CITRU