¿Cuál puede ser el espacio, la función o razón de ser del teatro en la sociedad de hoy?

Empezar a hablar empleando las palabras de otro siempre es curioso: Antoine Vitez decía que la función que tiene el teatro es la de «orientarnos en el tiempo», decir «dónde estamos en la historia». Él plantea el teatro como una  máquina para responder a la pregunta ¿dónde? El teatro, bueno un cierto tipo de teatro, creo que se está esforzando en asumir, en dar respuestas, a  la falta en ser del individuo de la sociedad de consumo, de esta sociedad del espectáculo de la que todos participamos. Unas respuestas que no son gratas porque desde la hiperactividad o el aletargamiento de los intérpretes se habla de desaparición, de disolución. Al teatro ahora no se va a que le cuenten a uno una historia sino a ver «actuar». El teatro ansia la desnudez en esta actuación, para encontrar el perfil del cuerpo e iluminarlo, cree que la verdad está en el cuerpo y por eso lleva tiempo diciendo que es ahí donde está el hombre y renunciando a la palabra, destrozándolas, culpándolas de haberle traicionado, de que no den buena cuenta de su ser, de que solo hablen de su progresivo desvanecimiento. Puede que su función sea, tal vez, la de proteger un espacio donde pueda instalarse una verdad.

¿Cómo entiendes la convivencia del teatro con los otros medios, por ejemplo, con la literatura o el cine, que parecen tener una capacidad mayor de construir mundos de ficción de una manera creíble? ¿Crees que hay algún elemento que justifique la supervivencia del teatro en la era de los medios?

No es precisamente, creo, lo que le corresponde al teatro y menos ahora, construir mundos de ficción. Y también pienso que plantear este asunto en términos de justificación es erróneo. En este mundo no hay justificación posible a nada, sino descripciones más o menos válidas de lo que hay, de lo real sinsentido, insoslayable, con lo que tenemos que vérnoslas a diario. Y que sobreviva eso: el teatro, o sea, gente que se sienta en grupo a mirar y que otro, otros, se exhiban… más o menos impúdicamente… bajo cualquier tipo de pretexto, justificación, buena o mala intención, en un espacio tiempo aparentemente idénticos, pues no me parece un fenómeno tan extraño. Y sobre todo comparando o enfrentando este hecho singular, el teatro, a esos otros medios que mencionas, cine, literatura, que describes como más fantásticos, creíbles y poéticos. Desde luego yo no creo que lo sean más, que sea por esas características por donde el teatro perdiera en la comparación, pero en caso de que hubiera que comparar y admitir que es así, pues más aún y precisamente por sus limitaciones en lo que hace a lo fantástico, creíble o poético puede ser que se encontrase en el teatro el interés. Es por los límites, por lo que no hay, por lo que no puede, por lo que me interesa. Por la falta, no por el haber. Por su intensidad en ocupar por completo el espacio angosto que se inaugura en una representación en relación a la verdad. Lo poético y lo fantástico no me interesan como objetivos específicos, incluso pueden ser una trampa mortal para el teatro, más aún hoy. Y en ningún caso me interesa el teatro por estar instalado en lo que sea, como espacio propio, con plena comodidad o derecho. Es por sus límites y bordes por lo que me cautiva. Ahí, en el espacio tiempo escénico, se juega algo de lo real que en el teatro golpea, emplaza con especial  fuerza al espectador y al intérprete y de forma diferente a los otros procedimientos.
Y en cierto modo el resto de medios que mencionas son, llegado el caso, tan injustificables como el teatro. Por ejemplo, el cine. El cine es indisociable de nuestra existencia. Yo diría que hoy por hoy es nuestra existencia… casi todo parece estar ahí… atrapado… el consciente y el inconsciente, los sueños, la mirada… parece que lo puede representar todo. Pero al mismo tiempo odio ese medio que definitivamente nos arrancó, mediante la reproducción «artificial de la imagen», mediante el fotograma, tomado como lo real que queda fijado, nuestra capacidad de vivir aunque sea a duras penas una existencia en lo real, digna y propia. Ya nadie vive desde su mirada la inconsistencia del ser, del propio cuerpo en un espacio-tiempo limitados (una carencia en ser que tiene que ver con la luz y la sombra, con el amanecer y el anochecer, con el clima, con la presencia de otro cuerpo) sino a través de las imágenes de ficción de esos medios. En lo que a la imagen se refiere, la propia y ajena, la del paisaje, incluso la imagen emocional, ya se ha desvanecido algo definitivamente, algo así como la mirada propia que tenía que ver con la pérdida y que se sustituye con el «haber» de la imagen cinematográfica, ya sea artística, publicitaria o informativa, reportaje, o documental. Algo con respecto a eso es lo que creo que los artistas intentan gestionar continuamente, para devolver a la gente su mirada o proteger la suya propia. Creo que por eso algunos son tan «rabiosamente» personales, y dicen a todas horas: así es porque así lo veo. ¡Así lo veo! Y también repiten  eso de «véalo como quiera»,  que cada quien lo vea como quiera… Si se insiste tanto en eso es porque ahí pasa algo trascendental… Tu  mirada no existe… esa que se construye… y no me refiero a una mirada crítica,  se trata de otra cosa que aún no sé nombrar, pero que distingo claramente. Pienso en el cine como algo parecido a la invención de la imprenta; como si el cine fuera al cuerpo, a lo real que es el organismo, lo que la imprenta fue a la palabra, y eso es fantástico y a la vez aberrante… Pienso y reflexiono sobre lo que decía Wittgenstein de que la palabra empleada en el texto filosófico  después de todo «deja las cosas como están» y siento que en el cine,  no ocurre lo mismo, que no deja las cosas como están, porque hace que las cosas, las propias, parezcan no estar ya en ninguna parte. Del papel hay que levantar la vista, al mundo inmediato. La pantalla lo inunda todo. Las imágenes fílmicas no se desvanecen como tus  escenas mentales, cuando dejas de  leer, a las  que reconoces como sólo tuyas e inexistentes… El cine parece poder responder a la inconsistencia del ser con algo… Y así añade más angustia. Aparece por todas partes y te vacía… En el teatro esta ilusión no se da, se va a buscar allí eso, pero uno se encuentra con una verdad insoslayable… la propia carencia en ser ante el yo representativo del otro puesto en juego.

¿Cómo fue tu encuentro con el teatro? ¿Por qué has elegido expresarte a través de la escena y no a través de otro medio?

Yo no buscaba, me encontraron. Nunca sentí la necesidad de expresarme desde ahí, yo quería ser profesora de literatura y escribir libros. Y en cierto modo creo que he dirigido en muchos casos ejerciendo una especie de magisterio, por eso tanto autor citado y tanto texto de soporte. Y en cierto modo todo tan intelectual y literario. Y bueno, que sí… que me expreso en otros medios, aunque no  haya publicado a penas nada escribo relatos y poesía desde siempre, desde los nueve años. Escribo sin parar, de hecho creo que mi forma de hablar es  escritura. Siempre he llevado un libro en la cabeza…
Pero el teatro me encontró y me convirtió en su presa, supongo que mi narcisismo, mi forma de goce, mi neurosis se adapta bien a ese medio. En el teatro parece que podemos encontrar un verdadero yo, porque ponemos un yo representativo en juego y no al revés, como se ha querido ver. Creo que ese aspecto es de lo más intenso que mueve el teatro y que hace que me haya quedado ahí. Es una idea a la que le estoy dando vueltas continuamente, moviliza un tema que siempre me interesó, el de la desaparición y que ahora, por nuestras condiciones de vida, está lógicamente de moda, pero viene de lejos. He llegado a ver, mejor a sentir, con cierta claridad que al teatro se acude, ya sea como espectador o interprete, casi siempre para obtener la confirmación de un «yo soy». Y eso a través del hecho de que el otro cuando actúa aparece como  una representación, pero esto confirma a su vez que ese otro, el actor, es en alguna otra parte, o sea, existe verdaderamente antes y después de la representación. Poder indagar en esto y en el asunto del  juego con el deseo del otro… ten en cuenta que aquí te expresas a través de otros… hace del teatro mi medio de expresión.

¿Qué relación existe entre un texto dramático publicado y el espectáculo en el que se dice ese texto?

Ninguna, o toda, desde luego una cosa es el texto y otra la representación que puede variar el sentido por completo, corrigiéndolo, mejorándolo, el asunto no está en lo que se dice sino en cómo se dice. Para mí escribir teatro y dirigirlo son dos cosas distintas. El actor encarna la idea y su carne está escrita, y en ese texto que ya es su cuerpo se imprime el mío, es como un palimpsesto, el espectador deberá leer ambos, por eso si encuentras a alguien que ya lleva tu texto escrito la cosa se facilita, menos confusión, de ahí la importancia de la elección de quienes te van a expresar, de a través de quienes te expresarás, porque otra vez lo mismo: aquí te expresas a través de otros.

¿Cuál es la relación entre la palabra y la escena?

Alain Badiou dice que el personaje es el cuerpo del actor devorado por las palabras del texto. Pero tú preguntas por el espacio. Supongo que si me expreso sin cortapisas, sin justificaciones te diría que el espacio escénico aspira a dominar al indomable al lenguaje y obligarle a significar una sola cosa o a producir su polisemia pero enjaulado, cercado, adornado en el peor de los casos, acosada por el decorado, el vestuario, tocado por la luz. Se intenta cosificar al lenguaje, convertirlo en las cosas. Hacerlo productivo. En definitiva eso, dominarlo.

Imagínate una puesta en escena por otro director de una obra tuya, sería fácil que no tuviera nada que ver con tu teatro.

Por supuesto. Es más sería casi seguro y de esperar. De lo contrario que miedo ¿no? Se me ocurre pensar en Beckett, en Días Felices, por ejemplo, y en el mar de acotaciones que contiene, él funciona como el escritor de teatro al que le gustaría escribir la representación, aunque en su caso esto se resuelve de forma genial… pero no se puede. Con ese obsesivo mar de acotaciones, incluso Samuel no consigue nada hacia la representación, ¡sí en  la lectura! Dirigiendo él mismo a las actrices y  en el caso de que su intención fuera controlar todo, no podía evitar la diferencia entre los cuerpos de cada actriz, su carne. El mismo texto en la voz de Maribel Verdú o Enma Suárez no es igual, nunca podrá serlo. La voz, en su sonido, textura particular, está marcada de historia, llena de ahogos, de cosas no dichas que fluyen, de palabras particulares que se escuchan y  aparece junto al texto…

¿Cómo te enfrentas a la escritura de los textos dramáticos?

Es algo para mí muy interesante en lo que, por no haber escrito mis piezas hasta ahora, no he tenido posibilidad de trabajar, de expresarme… empiezo ahora a sentir algo de lo que se juega ahí de mí y me gusta…
Cuando los escribo siento que trabajo contra algo que se resiste, esta es una idea  de Adorno con la que me explico lo que me sucede que me permite  nombrarlo, supongo como decía antes, que eso que se resiste es el lenguaje, se resiste a mi palabra, la mía, la que nombro como propia, esa en la que siento que no quedo inexpresada y muda, o gracias a la que después de pronunciada puedo volver al silencio con cierta paz, hasta que todo empieza de nuevo. Y  este proceso de escribir los textos de este volumen lo estoy viviendo con una extrema relevancia de lo coyuntural, de una manera muy subjetiva, muy personal, con la plena relevancia de lo particular. Si tú no me los pides tal vez yo nunca los habría escrito y eso lejos de ser arbitrario o anecdótico es muy importante para mí. Se trata otra vez de nuestro deseo activado por el deseo del otro… Entonces veamos si es útil para alguien más esta confluencia…

¿Qué tipo de relación buscas establecer con el espectador?

Se ha ido transformando, primero era muy directa, estaba allí siendo continuamente interpelado, se le miraba y se le hacia notar lo esencial de su presencia… que estábamos juntos. Ahora está cambiando, pero aún no sé hacia dónde…Del espectador quiero su atención reflexiva… que se dé cuenta de que el asunto aunque primero cae de nuestro lado, le está invitando a pensar… intensamente… y eso jamás deja fuera el cuerpo si es que se le quiere ver como la mansión de alojo por excelencia de las emociones, del sentir. La idea de revitalizar todo lo que tiene que ver con el intelecto, como decía Beuys, me sigue siendo válida.

¿Piensas mucho en el espectador cuando haces tus obras? ¿Te gustaría cambiarlo, convencerle de algo?
¿Pero quién es el espectador? El intelectual, el insensible, el estudiante, la guía turística, el programador, la feminista. ¿Todos a la vez? El espectador cuando se atreve a serlo verdaderamente siempre es un extraño. «El visitante azaroso de una noche», como decía  Badiou. No, no pienso en él… pero cuando por fin está ahí sentado, amparándose en el grupo y la oscuridad de la sala, en esa situación que le permite no dar muestras de su existencia, pero a la vez hacerse rotundamente consistente, jamás le ignoro… hay un encuentro… pero ahora no sé qué quiero de él. Sé que yo quise cambiar el mundo, pero también sé que nunca he querido corregirlo. Se trataba de avisarles de que todo podía ser mejor… avisarles. Pero forzosamente esto ha cambiado… Me he hecho mayor. (Risas). Y ahora ya no me exhibo impúdicamente… les muestro mi particularidad, desde luego, intento seguir siendo honesta con ellos, correr el riesgo que me corresponde. Y que ellos vean qué hacen con eso… Pero ya no intento cambiar nada, solo comprender. Peor aún esto, para mí…

En tu teatro se habla a menudo de la verdad. ¿Cuál es el espacio de la verdad en la escena?

En principio la verdad era algo siempre por desvelar, algo oculto que yo quería desvelar a costa de lo que fuera, se trataba de una indagación, una búsqueda, y eso que nunca pensé que fuera bella o sencilla. He tenido una pasión por aceptar, por ponerme en la situación de poder aceptar las cosas como son, dejar que alguien se ponga en el camino de intentar decir lo que siente, que le ponga palabras a lo que siente, que la palabra circule libremente, al menos en el espacio singular que abre una sesión de ensayo. Y ahí «la verdad» tenía siempre que ver con lo real, la verdad que yo buscaba era particular, subjetiva, esa que nombra la cosa tal como la ves, como es para ti y así la das a conocer y ese era el riesgo… que con ella te das a conocer… Pero he ido entendiendo que la verdad no es algo único. He ido escuchando, leyendo, aprendiendo y modificando mi actitud frente a la verdad y ahora te diría que se trata de cuidar un espacio, mental y concreto: el escenario. De tenerlo preparado en cada proceso para alojar algo que tenga que ver con la verdad. Pero ya no aspiro a representarla. Afortunadamente.
El actor siempre interpreta, trata de dar sentido a algo, a lo que hace o a lo que dice, también el espectador trata de interpretar y dar sentido a lo que está viendo, inevitablemente se pregunta qué sentido…
Se trata de mostrar… yo dejaría ahí la frase, ese mostrar puede ser en ocasiones impúdico, exhibicionista, aleccionador o generoso según el caso, o solo constituir un entretenimiento, una deriva mientras que se busca un camino… o realmente en el mejor de los casos apuntar a una verdad… desde luego la búsqueda de un sentido está. En los ensayos de una nueva propuesta, sea el tema que sea, siempre me encuentro con algo de la vida de los intérpretes y de la mía propia que está ahí y es insoslayable, y en el momento en que nos juntamos intento dotar de un sentido a eso, o más bien «extraer» el sentido. Y esta circunstancia está como algo que atraviesa todo un recorrido y de lo que cada propuesta que se da a ver no es más que un fragmento, a veces del todo irrelevante…

¿Cómo trabajas con los actores? ¿Cómo se desarrolla el proceso de construcción de la obra?

Éste es un tema especialmente complejo de abordar para mí porque cada «aventura escénica», como la vida misma, constituye una experiencia única en la que entran a formar parte tantos aspectos, que es de tal complejidad, que en mi caso excluye la idea preconcebida de un método o técnica (palabras por otro lado que me pone en especial estado de alerta en lo que hace a lo teatral) O sea que no es algo que pueda explicar con facilidad. Yo diría que en cada espectáculo se ha seguido un procedimiento diferente que tiene que ver hasta con el clima durante los días de ensayos y esto la gente de la profesión lo entiende enseguida. Claro que hay cosas, modos de proceder que se repiten, claro, y que podrían explicar una manera de trabajar pero no pueden describirse como un método, son una experiencia. Podría verme descrita por los intérpretes que han trabajado conmigo, y me vería en sus palabras seguramente mucho más repetitiva de lo que yo creo, incluso exhalando un tufillo a «tener un estilo» a la hora de llevar un trabajo adelante. Pero aún aceptando eso, yo lo veo como algo tremendamente complejo. Pero bueno, para no dejar la cosa tan enigmática podría comentar que algo que se ha repetido en algunas producciones es el hecho de que los procesos son aparentemente muy intelectuales, son una larga conversación, un proceso en el que estamos mucho sentados, conversando, leyendo cosas y de repente en poco tiempo todo se concreta, lo mental se encarna y todo se resuelve luego en escena como muy físicas e intensas al nivel del cuerpo, y los actores se sorprenden, pero en mi cabeza eso ya estaba previsto.

Tu teatro no parece dar la oportunidad a un sentido claro de lo que se está diciendo o haciendo en escena, sino más bien lo contrario, constantemente sembrando la duda acerca de la intención de esos personajes, convertidos en actores de sí mismos.

Si eres honesto la duda sobre las intenciones, propias y ajenas, siempre está y esa duda ocupa la mayor parte de nuestra existencia de nuestras conversaciones y no iba a ser menos en escena, aunque allí nos encante acudir para que alguien nos diga como son las cosas, o como han de ser. Pero bueno parafraseando a Lacan, alguien habla y tú miras y lees en su comportamiento lo que no dice, pero lees a través de tu propio inconsciente, puedes aventurarte por tanto a decir que lo que lees es la verdad…la verdadera intención, pero te tienes que manejar con la duda, aún a pesar  de eso que ves y no puedes negar…Todo esto la «interpretación», lo que es la actuación «profesional» lo activa al máximo. Si no de donde salen comentarios del tipo «lo hace pero no se lo cree» «no lo hace de verdad es solo exhibición». Pues de leer intenciones, de dar a leer intenciones ¿pero son  las verdaderas tanto unas como otras? Yo prefiero ponerlas ya en duda y evitar este tipo de comentarios sobre la actuación, para poner a pensar en otra cosa al espectador y no dejar solo el asunto del teatro del lado del coqueteo con la verdad.

El discurso sobre la construcción de las identidades está presente en tu trabajo, ligado quizás a esa dimensión performativa que adquiere todo en escena, incluso el hecho de decir algo.

Esta dimensión performativa tiene algo que ver más que con la búsqueda, con la puesta en duda de la idea de identidad. ¿Somos lo que hacemos o somos lo que decimos? Más bien yo diría que ser, lo que se dice ser,  somos poco cosa… Eso de la identidad lo tengo muy en duda. Con lo que hacemos y decimos más bien andamos identificándonos con esto y aquello, dada nuestra falta en ser…

Junto a un trabajo físico desarrollas un plano abstracto y teórico, un espacio mental.

«El escenario es un espacio psíquico por el cual se pavonean las imágenes». Ésta es una frase de Octave Manoni que llevo empleando hace más de 20 años, desde que la encontré y me explicó lo que yo sentía cuando veía mis imágenes en el espacio vacío. La idea del pavoneo me parece excelente, incluidos todos sus matices, alude a la fuerza y debilidad de lo que propones…es tan irónica, tan divertida y a la vez enigmática,  hay algo muy perturbador en ver de esta manera lo que haces en escena, hasta lo más trágico o intenso.

¿Cómo ha sido la evolución de tu trabajo a lo largo de estos veinte años?

Fantasías de la repetición es un titulo de un texto de P. Handke que me viene fenomenal; siempre lo mismo pero con una suerte de arabescos, de dibujos, de huidas y vueltas que hacen que la cosa al tiempo vaya evolucionando, como el borbotón de agua en la fuente siempre igual, manando, pero si lo fijas en cada ocasión da un dibujo diferente. Desde lo otro no logro escapar de lo mismo. A veces huyendo de tu historia pasas a encontrártela de nuevo, de sopetón… la vida tiene mucho humor. Creo que en ciertas propuestas logré cosas y que ahora solo intento volver ahí para expresar eso, enfocarlo, cada vez con más nitidez, como decía Francis Bacon. Desearía en cierto modo ser cada vez más reiterativa.

Pero en general diría que no distingo en cierto orden de cosas un antes y un ahora. La cosa, o sea los trabajos escénicos, se dan como con una especie de imantación que los atrae hacia lugares diferentes, que están ahí, siempre… También podría hablar como de que están formando parte de un círculo concéntrico que reorganiza su centro, que no es un punto único, un tema único del que te alejas y al que vuelves….
Pero quizás ahora estoy cada vez más interesada en salir de ese supuesto  con-sigo-misma y acceder a los temas que me interesan desde lugares menos  personales. Y me río cuando escribo esto que conste.

¿Cómo ves tu lugar en el contexto del teatro español?

Específicamente singular, si es que eso quiere decir algo, ofreciendo unas particularidades especialmente fecundas para la investigación por los lugares de confluencia que origina.
Desde otros puntos de vista, a nivel del panorama cultural político, desperdiciada, como la de otra mucha gente, invisibilizada, negada. Además, como me he empeñado en ir de autora pero sin cumplir las normas al uso  (fíjate a que edad empiezo a escribir mis piezas, casi rozando los cincuenta) pues también rara, inclasificable para muchos. Y por otro lado, en un contexto contemporáneo de un pensamiento más elaborado y exigente, como una mera tentativa.
Creo que algo hay de pagar el precio de haberme adelantado a mi tiempo, y esto está dicho en su justa medida, sin nada de arrogancia, es un comentario que llega hasta donde puede llegar y de ahí no pasa… ya sabes la tentativa. Me adelanté en los temas y en algo que tiene que ver con la forma de contarlos que ahora se entiende más. Luego me quedé parada intentando sobrevivir en un medio hostil con productos más convencionales cuando tal vez tenía que haber pisado el acelerador, pero no he elegido bien a mis equipos, distribuidores, etc. Y ya sabes hasta qué punto un equipo de teatro es un lugar de conflicto donde lo personal atraviesa cada instante.

Después de veinte años haciendo teatro el conocimiento que se tiene de tu obra en el panorama teatral español no es demasiado. ¿Cómo vives esa situación de cara a tu trabajo?

Yo no suelo pensar mucho en que algo quede, en permanecer… al menos hasta ahora no lo he hecho y así me va, pero por eso hago teatro, un trabajo efímero, que se nutre del instante. Pero bueno, me abruma de forma particularmente intensa que se ningunee, que se invisibilice el trabajo de la gente en cualquier materia, sea por los motivos que sea, que no se comprenda cómo nos fortalece el reconocimiento. Pero bueno, eso de no ocupar ni siquiera por momentos el lugar que te corresponde, porque no te has sabido hacer… ¿concreto? Eso puede doler, mucho. Pero eso no me preocupa en el espacio de la creación, palabra que me cuesta mucho emplear, porque en eso estoy como Perseo en el laberinto con el Minotauro, preocupada en vérmelas con el monstruo y en no perder el hilo de Ariadna para salir y no enloquecer. Y cuando estas ahí y te la juegas aunque sea en tu batallita particular de la que no puedes salir, no estás muy pendiente de la prensa, de quién te ve o si quedará memoria. Se trata, aunque parezca romántico, y lo es, de una sensación de vida o muerte, de locura o lucidez, tiene que ver con eso de quedar expresado o inexpresado y mudo…

Me ocurre a menudo que me encuentro con gente que me dice: «Yo he visto tal espectáculo tuyo». Y yo respondo: «¡Ah sí! ¿Lo viste?» Y después hay un breve silencio, una pausa insignificante y ahí siento… por momentos… que me alojo, que existo creativamente, que la cosa tiene sentido. Y enseguida me desvanezco… y afortunadamente las más de las veces la persona acude en mi ayuda y dice: «Me gustó muchísimo…» Y  otra vez el silencio y la pérdida: ¡Que lástima que no se haya visto más…! Pero yo ahora ya no tengo tiempo de lamentarme… me repongo proponiendo otra vez ¿lo mismo?