Pues sí, aunque usted no lo crea, en lo ochentas hubo un boom de performance feminista en México. Y hoy, a punto de caducar el milenio, estamos viendo otra explosión de performanceras, que no se consideran feministas, pero sin duda están llevando un paso más allá los planteamientos de sus antecesoras. La historia que estoy por contarles no es objetiva. Relataré mi propia experiencia y hablaré del trabajo de algunas colegas cuya obra he seguido con interés. Simplemente marcaré algunos puntos en espera de que algún día los historiadores, los Aexpertos@, nos den una visión más completa de esta, una de las regiones más interesantes del arte mexicano contemporáneo.

Al utilizar el cuerpo como elemento primordial en nuestra obra, la relación entre el performance y el género de la artista no sólo es natural, sino ineludible. El público enfrenta a una persona con ciertas características de género, raza, edad, complexión, etc. y reacciona ante ella de acuerdo a su carga ideológica. Por lo mismo, allá por los años setenta cuando empezó a desarrollarse de lleno el performance, entre sus principales adeptos estuvieron precisamente las artistas feministas, que encontraban en este género una gran libertad para abordar temas nuevos y para llegar a sus públicos en forma más directa. Muchas veces por su contenido explícito y siempre por el contenido implícito de su forma, el performance es un arte eminentemente político.

Aunque había tomado algún curso de performance en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, mi acercamiento al género fue en Los Ángeles, donde estudié dos años en The Woman’s Building, la primera escuela de arte feminista: allá trabajé como aprendiz de bruja con Suzanne Lacy, en su grupo Ariadne: A Social Art Network, cuyo objetivo era realizar performances feministas para los medios masivos de comunicación en torno a problemas como la violación. Eran verdaderas acciones políticas. Pero lo que más me llamó la atención de su propuesta fue la congruencia entre contenido y forma en su obra, sin duda porque viniendo de un país en el que desde los Muralistas hasta mis cuates de ALos Grupos@ habían desarrollado formas artísticas en función de planteamientos políticos.

De regreso al país, a principios de los ochenta, nuevamente me puse en contacto con varias artistas que desde los setenta habían mostrado interés por cuestiones feministas y juntas habíamos organizado diversas exposiciones. Surgieron varios proyectos en colaboración: una serie de instalaciones para el Festival de Oposición (1980), una película en super 8 para la exposición de Magali Lara en Los Talleres (1980) o unos videos para la de Rowena Morales en el Museo Carrillo Gil (1983). Pero a Maris Bustamante y a mí nos entró el gusanito de formar un grupo de arte feminista. Se lo planteamos a las colegas, pero ante la negativa generalizada, las dos formamos Polvo de Gallina Negra, el primer grupo de arte feminista en México. El nombre, un remedio contra el mal de ojo, se lo pusimos al darnos cuenta de que ser mujer era duro y mujer artista peor. Pero ser mujer, artista y feminista iba a ser tan difícil, que decidimos protegernos desde el nombre.

Maris Bustamante, como miembro del No Grupo, contaba con una sólida trayectoria dentro del performance. De su trabajo me atraía la magia con la que descontextualizaba los objetos cotidianos (como un delantal) o encontraba los más insólitos. Su discurso siempre ha sido brillante y lleno de humor. Me divertía horrores que había escandalizado incluso a sus compañeros de grupo con sus máscaras con nariz de falo que hablaban de una necesidad de plantear la sexualidad bajo nuestros propios términos. Me entusiasmaba porque a finales de los setenta yo misma había realizado obras bidimensionales con abundantes genitales masculinos y femeninos.

Sin embargo, los temas centrales de nuestra obra fueron el trabajo doméstico y la maternidad; nuestra estrategia el sentido del humor. En 1984 realizamos una gira por 30 instituciones educativas del Estado de México con el performance MUJERES ARTISTAS O SE SOLICITA ESPOSA. Vistiendo enormes panzas de unicel con delantal sobre nuestros embarazos reales, mostrábamos diapositivas del trabajo de artistas como Lourdes Grobet o Magali Lara para hablar de la violación o las mujeres golpeadas. Entre 1984-97 realizamos (MADRES! , un performance complejo que hemos definido como proyecto visual, que duró varios meses durante los cuales llevamos a cabo acciones ante público o medios de comunicación, el concurso Carta a mi Madre, 7 envíos de arte correo a 300 críticos, artistas y periodistas y el premio Madre por un Día. Guillermo Ochoa, uno de los ganadores, recibió su premio durante la transmisión de su programa Nuestro Mundo, permitiendo que le colocáramos su panza de unicel con delantal y su corona de reina del hogar. El grupo duró 10 años durante los que realizamos performances ante público, en marchas o para los medios, como nuestros famosos Premios PGN a las mejores exposiciones de mujeres artistas, publicados en El Universal. Ambas hemos seguido trabajando independientemente, ampliando nuestras temáticas.

Hubo otros grupos, como Tlacuilas y Retrateras, integrado por las alumnas del taller de arte feminista que impartí en la ENAP entre 1982-84 en el que participaron Patricia Torres y Elizabeth Valenzuela (artistas), Ana Victoria Jiménez (feminista de larga trayectoria), Karen Cordero y Nicola Coleby (historiadoras) y Marcela Ramírez (promotora). El principal evento del grupo fue La fiesta de quince años, un proyecto visual en el que hubo un gran performance colectivo, una exposición, la puesta en escena de Para comer hombres de Carmen Boullosa, conferencias, etc. La noche del performance, la Victoria de Samotracia del patio de San Carlos se vistió de quinceañera. Quince artistas bajamos la escalinata luciendo trajes diseñados por nosotras mismas: un cinturón de castidad, manos marcadas por todo el vestido, la crinolina de fuera, etc. Bailamos el vals con nuestros chambelanes para dar lugar a performances de María García y Eloy Tarcisio, de Torres y Valenzuela y Las ilusiones y las perversiones que nos echamos Maris, Rubén Valencia, Víctor Lerma y yo. Esa noche Bio-arte, un tercer grupo de arte feminista (Nunik Sauret, Rose Van Lengen, Guadalupe García, Laita y Roselle Faure) lució vestidos de quinceañera en plástico durante un performance en torno al eje central de su producción: los cambios biológicos de la mujer. De este grupo, Guadalupe García, quien emigró a EU, fue la única que siguió haciendo performance.

Los noventa marcan un gran cambio en el performance en México. Se estrenó un sistema de becas (mercado natural del arte no-objetual) y abrió X=Teresa: Arte Alternativo, un espacio oficial para propuestas que a partir de ese momento dejaron de ser Aalternativas@, por lo que hoy incluso ha cambiado su nombre a Ex-Teresa: Arte Actual. El concurso y el festival internacional de performance le dieron visibilidad a una generación emergente que pudo ver performance en vivo. Como en el resto de las artes visuales, en performance la chavas llegaron partiendo plaza. Algunas han trabajado en grupos mixtos con gran éxito, pero solo me referiré a su obra individual. Todas ellas tienen entre 25 y 35 años de edad.

Una de las artistas cuyo trabajo he seguido más de cerca es Elvira Santamaría. Desde su performance Todo a ciegas(Ex-Teresa, 1992) en el que realizó un proceso de duelo en el que se cubrió con pieles y atravesó un enorme espejo para luego recoger los pedazos y envolverlos en papel de china y regalárselos al público, me cautivó por su sinceridad y valentía. A lo largo de los años he visto como su trabajo se ha ido simplificando, concentrándose en cuestiones políticas de índole económica. Con elementos sencillos como un billete, unas canicas, periódico y unas gotitas de sangre, Elvira realiza improvisaciones que analizan los grandes flujos económicos que marcan nuestra cotidianidad desde un punto de vista terrenal, muy crítico, muy femenino.

Dentro de esta misma línea de performance conceptual, relacionado con la lingüística, el texto, los estereotipos políticos, las relaciones de poder, encontramos el trabajo de Pilar Villeda. Interesada en la interacción directa con el público, en la acción efímera de la que no queda rastro alguno, Pilar realizó un performance sin título en el Zócalo capitalino en 1997 el que, cubierta desde la cabeza hasta las rodillas y amarrada, se tira al suelo a esperar las reacciones del público. En 1998, en su pieza Individuo, en la Plaza Río de Janeiro, después de recorrer el parque caminando entre los arbustos que rasguñaban sus piernas, se colocó como estatua sobre una base, cubierta por una enorme cabeza de toro en espera de que alguien le hablara para tirarse al suelo. También se ha ocultado detrás de una barba, invitando a su público a romper con sus propios patrones de comportamiento al hacerlos interactuar entre ellos mismos cariñosa o agresivamente (Buscar el amor es más grande que el amor al juego, 1997). Al ocultar, devela.

Otra artista que reflexiona sobre la complejidad de las relaciones humanas, sobre la política nacional, sobre los estereotipos femeninos, es Lorena Orozco. Artista versátil que trabaja tanto en la calle como en festivales, se sabe fuerte físicamente (aunque es muy menudita). En sus trabajos recientes y en obras por realizarse como Comunicación en Re Menor, obra por realizarse que recibió una beca del FONCA apoyada por inversiones del FONCA, explota esta aparente contradicción. Utilizando herramientas de alta potencia, corta, taladra y crea estructuras que le sirven para reflexionar sobre la importancia de conjuntar lo intelectual y lo emotivo. Otro ejemplo fue Proyecto de Integración I, presentado en Guadalajara en septiembre de 1999. También le ha gustado llevar al cuerpo a sus extremos al meterse a una caja transparente y llenarla de humo (los posibles significados se los dejo a ustedes) como sucedió en The Box (Chicago, 1994) o al recostarse durante horas sobre una delgada tabla unida a dos sillas, haciendo gala de un control físico espectacular (Art Deposit, 1997), en torno al cual realizaba una reflexión a través de textos.

Los temas femeninos están entre los preferidos de Andrea Ferreyra. Artista dinámica, que también es adepta al texto, a los públicos involuntarios, a la creación de personajes y a la obra para sitio específico. Para Pelea en diez regalos (Centro Cultural José Martí, 1999) un performance reciente preparado para un ciclo en torno a la evolución del personaje femenino en la literatura, inventó a Chuchita la boxeadora. A lo largo de 10 asaltos le obsequió al público regalos que representaban a distintos personajes femeninos. Jugando con la paradoja de ser un personaje Afuerte@ cuyos guantes y protector bucal le impedían hablar y moverse, contraponía su presencia a la de su entrenador, quien tenía el control de la palabra, al igual que los escritores hombres que han creado a la mayor parte de los personajes femeninos a través de la historia. Su interés por hacer que el público sea un elemento integral de su propuesta también fue evidente en Usted está aquí (1996, 51 Festival de Performance, Ex-Teresa) en el que hizo que el público se reuniera en el patio, sin posibilidad de salir, confrontando su relación con el tiempo y el espacio impuestos.

Una artista que me cautiva por extremosa es Katia Tirado, quien ataca de lleno los límites sociales y físicos. La sexualidad, la genitalidad, la fuerza de su cuerpo, siempre han estado presentes en las piezas que le he visto. Hay una en particular que me encantó. Parada sobre un tanque de gas mediano, Katia, cuyo entrenamiento físico es actoral, amarró su cabellera a listones que llegaban hasta el techo. Tijeras en mano, su sombra se proyectaba sobre el muro como una antigua diosa. Su concentración, su fuerza, la belleza de la imagen creada, resultaban conmovedoras.

Una artista que no rehúye los planteamientos feministas es Lorena Wolffer, aunque su obra también aborde cuestiones de identidad nacional y de prejuicios. Le interesa el espectáculo, lo espectacular y trabajar con un lenguaje suficientemente claro como para competir con MTV. En SI ELLA ES MÉXICO, QUIEN LA GOLPEÓ (Yerbabuena Center for the Arts, San Francisco, 1998 y AC DC, Washington, 1998), a lo largo de 45 minutos recorre la pasarela como top model, pero su cuerpo está maquillado con moretones y golpes. En Territorio Mexicano(1997, Museo Carrillo Gil), su cuerpo sirve como metáfora de nuestro territorio y, a lo largo de 6 horas, una persistente gota de sangre que cae sobre su desnudez cubriendo y salpicándola de rojo. Acostumbrada a trabajar para un público estadounidense, ya que allá ha encontrado el mercado que le permite desarrollarse en forma profesional, con frecuencia ha realizado obra en la que cuestiona los mitos y estereotipos de los gringos sobre los mexicanos.

Que no quede duda. Este grupo de artistas, al igual que otras como Laura García, Lorena Méndez, Katnira Bello, Yolanda Segura, Iris Nava, Mirna Manrique, Doris Steinbichler, Hortensia Ramírez y Eugenia Chellet, de quienes no pude escribir por cuestiones de espacio, están cambiando el arte en México. Y, sus obras, al cuestionar los estereotipos femeninos, al adentrarse a campos de los que antes éramos excluidas como la reflexión política, al hablar de las relaciones humanas que son el espacio en donde las relaciones de poder se manifiestan más dolorosamente, al tener el éxito que tienen, al ser, están cambiando nuestra sociedad.