En el transcurso de los años ochenta a los noventa del pasado siglo, las ciencias sociales experimentaron una enorme diversidad de desplazamientos interdisciplinares que tenían, en principio, un objetivo abiertamente emancipador y político. El espacio fue un término clave en este proceso, porque se presentaba como el ámbito concreto y físico de encuentro entre las disciplinas sociales y, lo que es más importante, entre sus agentes y la vida cotidiana.  Este artículo traza un posible paralelo en el ámbito arquitectónico de aquel desplazamiento, que presenta cronologías bien distintas y logros y fracasos desplazados en el tiempo. El paulatino y creciente interés por el espacio desde otras disciplinas ajenas a la arquitectura y sus duras formulaciones críticas contra la arquitectura moderna provocaron una revisión disciplinar interna que desembocó en frentes distintos e incluso opuestos. Este complejo fenómeno cultural ha impulsado, muy recientemente, hacia una revisión de las premisas que sustentaron la crítica de la vida cotidiana, en la búsqueda de modos complementarios de repolitización de la arquitectura que puedan contrarrestar el proceso de absorción al que este modo de crítica se encuentra expuesto actualmente, y su subsiguiente despolitización.

El llamado “giro espacial” es una expresión paraguas típicamente académica que fue propuesta en el ámbito de la geografía, fundamentalmente gracias a la penetración de las ideas posestructuralistas desde el pensamiento hacia las ciencias sociales [1]. Si para la teoría social posmoderna el espacio fue todo un descubrimiento, la razón para un fenómeno tan complejo de desplazamiento de saberes de unas disciplinas a otras quizás sea muy sencilla. Tras la predominancia del Texto en el ámbito de las ciencias sociales y del pensamiento [2], se cayó en un callejón sin salida en las interpretaciones que se hicieron de lo real. Si el Texto es el único ámbito que la crítica debe atravesar, ¿cómo operar trasformaciones en lo real desde ese lugar inmaterial, incorpóreo y radicalmente a-espacial que es el Texto?

La hegemonía del Texto condujo a una serie de agotamientos de sus propias bases que, a su vez, propició una serie de resurrecciones de las bases que había ayudado a desestabilizar: de la obra, del cuerpo y del lugar. Una vez que se dio por agotada a la crítica que operaba únicamente en, desde y a través del Texto, apareció la necesidad urgente de dar forma al Texto mediante la obra, de identificar los sujetos que lo enuncian en un cuerpo, y finalmente de situar al Texto en un lugar determinado. En este ámbito puede ubicarse el giro espacial que experimentó la geografía, y en general las ciencias sociales, en el transcurso de los años ochenta a los noventa del siglo XX, en el de dar forma, identidad y ubicación a las prácticas sociales.

Uno de los autores responsables de este “giro espacial” que más y mejor ha realizado una extensa labor de auto-análisis y de esfuerzos por aclarar su posición es Edward Soja, geógrafo norteamericano nacido en el Bronx neoyorkino en 1941. Su primer estudio  relevante fue The socio-spatial dialectic, publicado en 1980.  Aquí Soja comienza a reclamar la urgente necesidad de situar espacialmente las ciencias sociales en sus prácticas concretas [3].

Fig. 1-Fotografía aérea de Los Ángeles, Elisabeth Dannone

En uno de sus libros más recientes, Postmetropolis, del año 2000, Soja recapitula acerca de las bases de su trabajo anterior en los primeros capítulos. En primer lugar defiende que la transformación urbana experimentada por las ciudades en el transcurso de los siglos XX al XXI define un nuevo marco conceptual que exige no solo nuevos instrumentos de análisis y de descripción, sino la introducción de agentes más diversos en los estudios y una terminología tentativa innovadora, de ahí el título del libro (Fig.1). La incorporación de los estudios feministas, poscoloniales, los llamados cultural studies y las revisiones del marxismo son algunos de los instrumentos que menciona como plenamente vigentes  en su propia disciplina. Así, es posible determinar que existe una voluntad claramente inclusiva y convergente, un deseo por producir puntos de contacto entre las diversas disciplinas que afectan al espacio. Por ello sus trabajos más recientes han atendido a los problemas de “justicia espacial” y de “democracia regional”, reuniendo en un mismo par de conceptos términos propios de disciplinas inicialmente alejadas entre sí, en este caso geografía y política [4].

La raíz principal del pensamiento de Soja debe buscarse en la potencia que asigna a lo que llama la “imaginación crítica espacial” en lo que tiene de capacidad reconfiguradora desde el señalamiento, en primer lugar, y la voluntad constructiva, en segunda instancia. Para Soja, “la ciudad es primero”, y así titula el primer capítulo de Postmetropolis, en el que reescribe la historia de algunas ciudades de la Antigüedad revirtiendo, parcialmente y sobre evidencias arqueológicas, las hipótesis historiográficas canónicas de la historia urbana, al establecer que la agrupación física fue anterior a la formación de excedentes económicos (Fig. 2). Junto a la idea de la imaginación crítica espacial Soja se vale de otro concepto, que toma de Jane Jacobs y que renombra como “sinecismo”, definido como el impulso o “la condición que emerge de vivir juntos en una casa, u oikos[5].

Fig. 2-Ciudad neolítica Çatal Höyük, Anatolia, 7500-5700 AC.

El también norteamericano Lewis Mumford trazó una contrahistoria del espacio urbano y el fenómeno de la ciudad afirmando que las culturas neolíticas ya tenían plenamente desarrollada la conciencia urbana, y que ese fenómeno fue más propiciado por el lenguaje y la imaginación de la palabra que por el desarrollo mismo de las tecnologías. El primer excedente y el origen de la cultura urbana no fue un excedente material o de riqueza  según Mumford, sino intelectual [6].  La hipótesis de Mumford supuso un giro que, en su base, presenta ciertas analogías con el que propone Soja, al ser posible establecer paralelos entre sus respectivas propuestas del origen del fenómeno urbano como algo estrictamente cultural. El niño, afirma Mumford, está perfectamente preparado para el ritual y el lenguaje mucho antes de estarlo para el trabajo. De hecho el lenguaje sería el primer aglutinador humano, y se produce en una dimensión espacial, la del estar juntos. Mumford establece así un origen espacial al lenguaje que impide, en su visión de lo urbano, que ese nudo inicial sea desatado.

“Estamos comenzando a tomar conciencia de nosotros mismos en tanto seres intrínsecamente espaciales, continuamente comprometidos en la actividad colectiva de producir espacios y lugares, territorios y regiones, ambientes y hábitats, quizás como nunca antes había sucedido. Dicho proceso de producción de espacialidad o de «creación de geografías» comienza con el cuerpo, con la construcción y performance del ser, del sujeto humano como una entidad particularmente espacial, implicada en una relación compleja con su entorno. Por un lado, nuestras acciones y pensamientos modelan los espacios que nos rodean, pero al mismo tiempo los espacios y lugares producidos colectiva o socialmente en los cuales vivimos, moldean nuestras acciones y pensamientos de un modo que sólo ahora estamos empezando a comprender. Si utilizamos términos familiares a la teoría social, podemos decir que la espacialidad humana es el producto del agenciamiento humano y de la estructuración ambiental o contextual.” [7]

Otro de los instrumentos conceptuales de Soja es lo que ha llamado la “trialéctica espacial”, desarrollada extensivamente en su libro de 1996 Thirdspace y recurrente en toda su obra posterior. En aquel influyente libro Soja sigue de cerca el esquema trialéctico que Henri Lefebvre había propuesto en La production de l’espace, de 1974. Según Lefebvre, la escisión cartesiana entre la res extensa y la res cogito no ha hecho sino ampliarse y subespecializarse desde su aparición, de modo que el espacio habría experimentado un sinfín de fracturas y descomposiciones, haciendo imposible una aproximación global al mismo. Frente a una proliferación creciente de saberes y teorías sobre el espacio, Lefebvre propone la necesidad de una “teoría unitaria” que haga posible la reunificación de los tres campos espaciales que él considera principales y separados entre sí. Estos tres campos son el físico, el mental y el social, que denomina respectivamente espacio lógico-epistemológico (o espacio concebido), espacio de los fenómenos sensibles (o espacio percibido) y espacio de práctica social (o espacio vivido) [8] .

Soja se vale de esta trialéctica sin síntesis final para centrarse fundamentalmente en dos de los aspectos más importantes señalados por Lefebvre [9]. El primero es la urgencia en la equiparación del espacio vivido, que Soja denomina el tercer espacio, con los otros dos, y el segundo es la consideración y atención prestada al cuerpo como lugar de cruce de los tres momentos para evitar su desunión como objeto de estudio y la prevalencia de uno sobre otro (Fig. 3).

Fig. 3- Fotografía de Louis Sciarli mostrando la escuela infantil al aire ilbre de la Unidad de Habitación de Le Corbusier, de 1946-1952. Fondation Le Corbusier

Existe, no obstante, un claro precedente de este sistema, propuesto en 1914 por Georg Simmel, el padre de la sociología urbana alemana, que no aparece citado ni en Lefebvre ni en Soja. Simmel gozó de un enorme prestigio logrado a partir de una conferencia dictada en 1901 y publicada dos años después que sigue siendo una referencia ineludible en los estudios sobre el fenómeno urbano, y que ha tenido mucha popularidad y difusión entre los sociólogos, los arquitectos y los urbanistas, supuestamente concentrados en exclusiva en la formalización del “espacio concebido”. En aquel texto fundacional llamado Las grandes ciudades y la vida mental, Simmel estableció un conflicto entre los niveles objetivo y subjetivo en el modo en que ambos planos estaban siendo afectados paralela y mutuamente por la eclosión de grandes ciudades, las llamadas metrópolis [10]. Fuera de los ámbitos del arte o de la literatura, fue seguramente la primera vez que un científico social se interesaba abiertamente por la subjetividad, las percepciones y las vivencias del sujeto en entornos metropolitanos (Fig. 4), confrontándolos directamente con la forma espacial de las ciudades modernas [11].

Fig. 4-Georg Grosz, La Ciudad, 1916-17, Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.

En 1914 Simmel perfeccionó su modelo, que Lefebvre o Soja habrían criticado probablemente por presentarse en términos dialécticos y de conflicto, introduciendo un tercer plano en relación con la objetividad y la subjetividad del espacio [12] . Curiosamente, Simmel operó mediante dos estrategias que repiten tanto Lefebvre como Soja. La primera fue matizar una base filosófica con aportaciones completamente nuevas, en el caso de Lefebvre la introducción de la idea marxista de producción en su esquema ilustrado, y en el caso de Soja la práctica totalidad del arsenal posmoderno aplicado a la geografía tradicional. La segunda fue poner el foco en el cuerpo, de nuevo un rasgo metodológico compartido por Lefebvre y Soja.

Por su parte, Simmel se valió de la tradición filosófica norteamericana del pragmatismo, que superpone al pensamiento idealista germánico que está en el origen de su sistema inicial, y recapitula sus investigaciones previas y asistemáticas sobre los comportamientos urbanos de los individuos, logrando establecer a partir de unos estudios de fenómenos subjetivos tremendamente fragmentados un marco conceptual unificador que denomina “vida”. Así, en el esquema inicial dialéctico del plano objetivo o de las cosas y el plano subjetivo o de las precepciones y las ideas, se interpone como un intruso de enormes capacidades un tercer plano que básicamente consiste en la realidad urbana tal cual es vivida por sus sujetos desde sus experiencias corporales directas, como a medio camino entre una realidad dura, construida, arquitectónica e ineludible, y otra paralela imaginada, soñada, percibida o simplemente registrada y descrita.

Si las ciencias sociales experimentaron un giro hacia el espacio, que Soja sitúa al filo de los años 90 del siglo XX, ese giro debe dar cuenta del papel no solo fundacional sino determinante de Lefebvre y de Simmel, que no pueden ser considerados como meros precursores, sino como representantes de un determinado modo de hacer, que un simple rastreo como el presentado adelanta en el tiempo. El conocimiento también depende efectivamente del espacio, de los encuentros o desencuentros que se den en él entre los productores de discursos, objetos o experiencias vitales. Cuando Simmel publicó sus estudios, que hemos datado aquí parcialmente entre 1901 y 1914, la arquitectura moderna se consolidaba a partir de dos tradiciones que se ven al mismo tiempo reafirmadas y subvertidas, en su propio giro espacial.

La arquitectura moderna fue un episodio fraguado desde una combinación de continuidades soterradas y de rupturas sonoras con la tradición arquitectónica clásica del estilo [13]. Uno de los factores primordiales que intervino en la conformación de la arquitectura moderna como un nuevo estilo, si no el más importante de todos, fue la nueva concepción del espacio [14] tal y como fue enunciada en los países de habla alemana en la segunda mitad del siglo XIX, y desarrollada plenamente por el arte moderno de las vanguardias históricas y por los nuevos modos de producción y reproducción de imágenes [15]. Junto a esta nueva idea de espacio, el segundo factor que precipitó a la arquitectura hacia la plena aceptación de la modernidad como condición ineludible fue el avance tecnológico en los sistemas de construcción y los nuevos materiales como el acero, el vidrio y el hormigón armado, así como el fenómeno de las migraciones masivas del campo a la ciudad motivado por la industrialización capitalista [16].

La totalidad de manuales de historia de la arquitectura moderna ha girado en torno a estos grandes bloques, asignando mayor o menor preponderancia a uno o a otro en función de las intenciones operativas del historiador o de su orientación política, y estableciendo que fue la Segunda Guerra Mundial el filo que marcó, si no el final, sí al menos el deterioro de este proceso histórico de conformación de un tipo de arquitectura y de ciudad [17], solo postergado artificial y agónicamente en territorios colonizados y en países en vías de desarrollo, habiendo sido el periodo de entreguerras el de la consolidación, desarrollo y esplendor pleno de la arquitectura moderna canónica (Fig.5).

Fig. 5-Jacobus Johannes Pieter Oud, colonia obrera Kiefhoek, Rotterdam, 1925-1930.

Ese filo marcó un cambio drástico en las ideas sobre el espacio que hasta entonces se habían manejado en ámbitos arquitectónicos, y ese cambio se produjo desde la irrupción intempestiva. La idea de espacio posteuclidiano moderno, trabado espacio-temporalmente de modo ilimitado, pierde vigencia con respecto a otras visiones más antiguas propuestas por la filosofía clásica, concretamente la enunciada por Aristóteles en su Física. La idea moderna de espacio es duramente criticada al verse el espacio moderno asociado a la idea de progreso y desarrollo lineal e ilimitado heredada del pensamiento decimonónico y desmentida por la realidad impactante del desastre del conflicto bélico, los procesos subsiguientes de descolonización y sus corolarios sociales de nuevas migraciones mundiales. El concepto de lugar enunciado por Aristóteles se impone en los debates arquitectónicos de la posguerra frente al concepto de espacio manejado por el Movimiento Moderno [18] .

Fig. 6-Georges Candilis, Alexis Josic y Shadrach Woods, Tolouse le Mirail, 1961-1975

Este anacronismo renovador fue fruto del impulso despertado desde el nuevo paisaje de desolación y necesidad de reconstrucción masiva que anunciaba lo que efectivamente ocurrió en el proceso de reconstrucción europea: la generación de enormes territorios de vivienda para “el gran número” (Fig. 6) incapaces de generar el menor sentido de identidad y pertenencia a nivel espacial [19]. La arquitectura moderna había estado parcialmente alimentada por un deseo de mejora objetiva de la habitabilidad de la clase industrial obrera migrante, y hundía sus raíces en el pensamiento reformista del socialismo ilustrado. Para esa nueva clase proponía máquinas para vivir con parámetros objetivos de comodidad, confiando en que la metrópolis sería capaz de aportar a sus individuos la totalidad de “vida mental” complementaria de esa nueva “realidad objetiva” arquitectónica. Imbricada en ese deseo se encontraba la moderna idea de espacio arquitectónico, el de la transparencia, la velocidad y las superposiciones perceptivas que, junto al espacio urbano metropolitano que inspiraba parcialmente esta nueva idea de espacio, constituiría ese marco adecuado para el nuevo sujeto industrial [20] .

Todo este relato entra en crisis con los resultados de la guerra, como lo hacen todos los relatos en algún momento de su existencia, para dejar espacio a nuevas construcciones narrativas en convivencia con las viejas tradiciones y con los restos y ruinas del proyecto moderno, todos ellos acompañándonos hoy día y definiendo en su conjunto un nuevo paisaje en el que resulta difícil orientarse. Así pues, el giro espacial, entendido como un creciente interés por el espacio vivido respecto al concebido y percibido, se dio en la arquitectura antes que en otras prácticas, y como una crítica desde frentes múltiples.

En la ciudad alemana de Darmstadt se celebró en 1951 el congreso Mensch und Raum (Hombre y Espacio), que congregó a intelectuales de diversa procedencia disciplinar. El arquitecto Otto Bartning, conocido por sus innovadoras iglesias de planta central construidas en acero y hormigón armado y por sus colonias de vivienda obrera de los años veinte y treinta, fue el coordinador de este congreso. Fue allí donde Martin Heidegger impartió su famosa conferencia Construir, habitar, pensar, en la que retomó el concepto aristotélico de lugar enfrentado al modelo cartesiano de espacio. Uno de los asistentes fue José Ortega y Gasset, que respondió a Heidegger manifestando un desacuerdo profundo que, sin embargo, no tuvo una repercusión entre los arquitectos análoga a la de Heidegger [21]. A la premisa heideggeriana de que el hombre es en la tierra en el habitar sus lugares, y que el cuidado ante el daño y la amenaza produce espacio libre y a la vez franqueado, Ortega responde que esa condición o premisa no hace distinción entre animales (que habitan exclusivamente en sitios particulares) y humanos (que habitan ecuménicamente, de modo planetario), señalando en su crítica un déficit que ha pasado desapercibido a los arquitectos defensores del lugar y lo local que estaban ejerciendo una profunda crítica dirigida contra el Movimiento Moderno en arquitectura, defensor de valores ecuménicos sobre valores locales.

Fig. 7-Catálogo del simposium Hombre y Espacio, Darmstad 1951. Werkbundarchiv, Museum del Dinge

Los años cincuenta de la cultura arquitectónica occidental estuvieron surcados por la crítica a la idea moderna de espacio y por una pléyade de alternativas conceptuales marcadas, en conjunto, por la restauración del lugar operada por Heidegger, a medio camino entre una orientación reformista y una crítica radical que polarizó los debates (Fig. 7). Las críticas de la vida cotidiana practicadas por el Letrismo, el Situacionismo, el Independent Group o el grupo CoBrA, tendieron a la práctica interdisciplinar de arquitectos, artistas, fotógrafos, críticos y científicos sociales [22], mientras que la vía reformista, de mayor calado en la práctica profesional de la arquitectura y el urbanismo, mantuvo una cierta confianza en el legado de la arquitectura moderna desde varios frentes: el optimismo tecnológico , el sociologismo, el contextualismo ambiental o la vía ética contra la modernidad [23].

En ambos casos, aunque más en el primero, la cultura arquitectónica anticipaba, a nivel teórico y práctico, la propuesta de una teoría unitaria del espacio urbano que años más tarde propondría Lefebvre, introduciendo asistemáticamente el espacio vivido teorizado por Lefebvre en la práctica arquitectónica más experimental. La arquitectura mantuvo en esa década un alto nivel de apertura disciplinar que desembocó en nuevos formatos de práctica. El espacio concebido es el espacio tradicionalmente asignado a la arquitectura y la planificación urbana. El percibido a las artes visuales y de representación, objeto de atención de la pintura, la literatura, la fotografía o el cine. El espacio vivido, consecuentemente, sería el propio de la vida cotidiana y de las artes vivas, no tanto el teatro sino las formas escénicas derivadas de la performance y las artes de acción. Los sucesivos giros experimentados por las artes desde finales de los años cincuenta propiciaron el desdibujamiento de los límites entre estos tres espacios desde el ejercicio de nuevos formatos artísticos que tuvieron eco en la cultura arquitectónica (Fig. 8).

Photograph of children playing outside [1949-54] Nigel Henderson 1917-1985 The papers were acquired by the Tate Archive from Janet Henderson and the Henderson family in 1992. http://www.tate.org.uk/art/archive/TGA-9211-9-6-39-1

Fig. 8-Fotografías de Nigel Henderson presentada a los Congresos Internacionels de Arquitectura Moderna CIAM, de Aix en Provence de 1953. Henderson Estate, Tate Modern.

En 1966 la arquitectura experimentó una nueva deriva disciplinar, produciendo otra vez encuentros y desencuentros de los discursos en el tiempo y en el espacio. Ese año ven la luz dos libros cruciales para la historia de la arquitectura contemporánea: Complejidad y contradicción en arquitectura, del norteamericano Robert Venturi, y La arquitectura de la ciudad, del italiano Aldo Rossi. A pesar de sus diferencias, estos dos influyentes libros compartían algo, su base interdisciplinar arquitectura-lenguaje. El primero desde una posición formalista y a partir de la llamada escuela de crítica formal norteamericana o New Criticism, que proponía un modo de crítica y de práctica de la poesía como forma desvinculada de cualquier componente social, político o histórico [24]. El segundo desde una base estructuralista que asociaba los tipos arquitectónicos con las estructuras del lenguaje, rompiendo el vínculo entre forma y función construido por la arquitectura moderna e introduciendo tanto ciertas dosis de ambigüedad como de autonomía de la forma arquitectónica respecto a su función [25]. En ambos casos la arquitectura deja de lado el espacio para aproximarse al lenguaje y al Texto (Fig. 9), sea una aproximación más semántica en el caso americano, o más sintáctica en el caso italiano. El giro arquitectónico posmoderno se produce desde el espacio al Texto, anticipando una vez más los debates inmediatamente subsiguientes de las ciencias sociales: a estos dos libros de arquitectura se les considera textos fundacionales de la cultura posmoderna.

Fig. 9-Peter Eisenman, dibujos analíticos de la House II, 1966-67

No obstante, la publicación de estos dos textos coincide en el tiempo con el desarrollo de las posiciones enunciadas por la crítica radical a la vida cotidiana mencionada anteriormente. En paralelo a la consolidación de un debate hegemónico de la arquitectura como Texto, se dio otro posmodernismo arquitectónico arraigado en la crítica de la vida cotidiana, sobre todo en los lugares donde la práctica y la crítica arquitectónica se mantuvieron fuertemente politizadas o radicalizadas: en Estados Unidos y Gran Bretaña el impacto del arte Pop y la cultura del consumo tuvo su corolario arquitectónico en positivo con el utopismo británico y en negativo con la contracultura hippy americana; en Austria con una fuerte coalescencia entre arquitectura y body-art; en Italia con los colectivos de arquitectos híper-politizados y sus propuestas de utopías negativas y admonitorias. Cuando en 1974 Henri Lefebvre publica La producción del espacio, la cultura arquitectónica más avanzada se dividía entre la autonomía radical de la arquitectura-Texto, y la completa heteronomía y disolución disciplinar de la arquitectura-Vida.

La influencia de la segunda vía sobre la primera no ha dejado de crecer desde aquel momento, hasta el punto de llegar a decretarse que la arquitectura posmoderna (aquella considerada en los medios mainstream como arquitectura-Texto) es un capítulo histórico cerrado. La disolución disciplinar de la arquitectura en lo social y la completa aceptación de las premisas de Lefebvre en la crítica arquitectónica parecen determinar el escenario actual. La predominancia de los procesos de participación, de la colectivización del conocimiento del espacio como recurso no especializado ni exclusivo de los expertos, y en general de los discursos a favor de la inclusividad total en los procesos de producción del espacio social parecen dominar la agenda de la cultura arquitectónica más crítica de la actualidad. Los desbordamientos disciplinares son asumidos y celebrados, de modo que lo que inicialmente fue definido como el núcleo duro de la arquitectura y su coto privado, el espacio, ha pasado a ser colonizado por todas las disciplinas por igual, hasta el punto de que la propia planificación y diseño del espacio ha adquirido, en los discursos al menos, una autoría completamente compartida entre todos y cada uno de los agentes intervinientes en la construcción de la práctica social.

Tanto es así que, al menos en un entorno académico, la siguiente cita de Lefebvre cobra un nuevo sentido: “No hace muchos años, la palabra espacio tenía un sentido estrictamente geométrico: la idea que evocaba era simplemente la de un área vacía. En su acepción académica se acompañaba habitualmente con epítetos como euclídeo, isotrópico o infinito, y el sentir general era que el concepto de espacio era en última instancia matemático. Hablar de espacio social habría sonado extraño” [26]. Actualmente, hablar de espacio en otros términos que no sean los sociales en contextos académicos críticos, es lo que suena extraño e intempestivo. Esto hace pensar que la trialéctica espacial, propuesta inicialmente con el doble objetivo de superar la dialéctica sin una síntesis final que la mantenga operativa, y de equiparar el espacio vivido al concebido y percibido, solo mantiene el equilibrio entre sus partes si el espacio vivido no se fetichiza hasta el punto de anular los discursos y las prácticas de los espacios concebido y percibido (Fig. 10).

Fig. 10-Mihaly Slocombe, diagrama conceptual de Urbanismo Táctico, 2013

Al aumentar el desbordamiento disciplinar de la arquitectura se opera una disminución de su capacidad para ser practicada dentro de ciertos márgenes de autonomía. El zigzagueante camino trazado alrededor de las relaciones entre arquitectura y espacio, en el marco del llamado giro espacial interdisciplinar, ofrece una posible conclusión tentativa y parcial, de algún modo intempestiva nuevamente, que puede enunciarse a partir de algunas ideas que en su día propuso el propio Soja y a partir de lo aprendido de la historia de la arquitectura moderna y, sobre todo, de las críticas que ha experimentado desde 1945.

Soja ha insistido en que “la ciudad es primero”, es decir que existe un imperativo espacial tangible, físico y artificial previo a la constitución de lo que llamamos sociedad, y no a la inversa. Su insistencia paralela en el “tercer espacio” viene a equilibrar ese imperativo, para que ni el espacio concebido –que estaría favorecido claramente por el imperativo- ni el percibido –que actuaría en el esquema dual como su contrapartida-, adquieran una preponderancia tal que impidan la emergencia de un espacio vivido genuino, o vivido con autonomía relativa incluso formando parte de un sistema trialéctico.

Fig. 11-Plano de la ciudad de Priene

Que la ciudad, que es un objeto construido, antecede históricamente a la ciudadanía, que es un conglomerado humano y además una idea, es algo que otros autores han propuesto incluso con mayor rotundidad. Massimo Cacciari ha analizado el tránsito de la ciudad estado griega, la polis, a la ciudad romana, la urbs, a partir de este esquema contrastado. Según Cacciari la polis griega fue inicialmente un recinto espacial físico y bien delimitado por murallas que antecedió a la configuración del grupo, de sus costumbres y sus tradiciones [27]. El término polítes, o ciudadanos en griego clásico, es un derivado de polis, que además no conoce la forma singular aplicada a la persona, ya que su forma singular es polis, que se aplica estrictamente al conjunto arquitectónico y humano al mismo tiempo, haciéndolos indistinguibles e indesignables separadamente (Fig. 11). Esta designación de la ciudadanía estaría enfrentada a otra forma plural de designación, idiótes, que en su forma singular originaria, idión, se refiere al elemento privado y por tanto a la casa u oikos, en abierto contraste con el elemento común o koinón, que evidentemente da lugar al término comunidad. Por el contrario, en Roma el término civitas, que designaría a la ciudadanía como termino único y omniabarcante, y que se deriva de civis y de su forma plural cives, tiene un significado distinto al griego, ya que designa a un conjunto de personas que concurren públicamente y que acuerdan someterse a las mismas leyes y principios [28]. Solo tras este proceso de concurrencia y de acuerdo aparece la civitas, y solo tras ello aparece la urbs, que designa al conjunto físico, material y construido de la ciudad romana. Lo que Cacciari pone de manifiesto es que mientras que en Grecia un único término servía indistintamente para referirse a la ciudad y a sus gentes y se encarnaba en el espacio vacío delimitado por las murallas, en Roma se produjo un desdoblamiento en dos términos para designar por separado cada uno de ellos. Consecuentemente, esa independencia de la urbs con respecto a la civitas, motivó en gran medida que las ciudades romanas se replicasen a lo largo de sus redes comerciales de calzadas extendiendo la civitas romana bajo un modelo espacial colonizador de capacidad, en principio, infinita. En Roma la preponderancia de la civitas sobre la urbs, de lo social sobre lo espacial, habría hecho del espacio concebido, de la urbs, un mero subproducto, reflejo o superestructura, por emplear el vocabulario marxista, de la societas romana. Esto supone un escenario de alianza entre el espacio percibido y el vivido, ambos subsumidos en la “sociedad” tal y como la conocemos hoy, que deja intacto al espacio concebido como mero telón de fondo, es decir como posible objeto de simples mejoras, reformas o adecuaciones, como puro sustrato técnico, infraestructural y de gestión y facilitación de determinados procesos sociales. La conquista del espacio vivido, del tercer espacio, ha pasado a ser un fetiche en su adquisición de absoluto protagonismo frente al concebido y percibido, pese a las advertencias del propio Soja.

El giro espacial ha disipado la frontera entre las disciplinas que se ocupan del espacio, pero como contrapartida ha aumentado la subordinación del espacio concebido y de sus políticas a los otros dos, al revertir el lema “la ciudad es primero” en “la ciudadanía es primero”. El espacio concebido originario, la polis, fue una encarnación espacial de lo político, de la posibilidad de conflicto entre partes en desacuerdo profundo, que lo social ha colonizado al sustituir el conflicto por el consenso [29]. El “edificio social” asume implícitamente que lo político está instituido en lo social, que lo político surge a nivel teórico de la inclusión del individuo en lo social [30], y a nivel práctico de sus procesos vividos, cuya obsesiva atención por parte de científicos sociales y artistas interdisciplinares  produce el riesgo de convertirlos en un objeto más de diseño: se diseñan estilos de vida y modos de comportamiento, no hogares ni ciudades. En este escenario la ciudad no es primero, sino el mero objeto de políticas de reforma adaptadas a la inclusión total en un espacio vivido homogeneizador que, más que permitir la emergencia del desacuerdo en espacios vacíos sin dueño, tiende a coser las fisuras sociales características de la emergencia política para garantizar la permanencia de la ciudad concebida tal y como es (Fig. 12).

Fig. 12-Jardín comunitario Prinzerssinnengarten, Berlín. Foto Melinda Barlow

Cabe preguntarse qué rol juega la arquitectura en el contexto del giro espacial interdisciplinar, y cabe responder que la arquitectura sigue manteniendo sus funciones sociales derivadas de la urbs romana más o menos intactas y que se mueve alternativamente en tres posibles regímenes de actuación social que los debates actuales mantienen vivos y en permanente conflicto entre sí: el reforzamiento, la reforma o la crítica del dispositivo. El debate más difícil de mantener y el que debe focalizar mayor atención es el que se establece entre la reforma y la crítica, determinando cuándo la forma urbana y arquitectónica oculta o, por el contrario, hace visibles las relaciones de producción que se dan en el espacio, porque “la política no tiene un lugar específico” [31] y la arquitectura no permite la generación de espacios con ese cometido más allá de los momentos de emergencia. Sin embargo, la arquitectura conoce perfectamente los mecanismos de clausura  espacial y puede ponerlos al servicio de una u otra ideología. Según algunos arquitectos y críticos de arquitectura, en concreto aquellos con una marcada inspiración materialista [32], la arquitectura como disciplina adquiere capacidades críticas exclusivamente cuando visibiliza dichas relaciones de producción, aunque no lo haga necesariamente con el objetivo de lograr la emancipación de los agentes más desfavorecidos en las prácticas sociales, una tarea que pertenece al enfoque reformista y que la crítica se ocupa de cuestionar en todo momento.

 

Notas

[1] WARF, Barney; ARIAS, Santa (eds.): The Spatial Turn: Interdisciplinary Perspectives, Londres, Routledge, 2008.

[2] BARTHES, Roland: “De la obra al texto” (“De l’oeuvre au texte”, Revue d’Estethique 1971), en Wallis, Brian: Arte después de la modernidad. Nuevos planteamientos en torno a la idea de representación, Madrid, Akal, 2001. Título original: Art after Modernism: Rethinking Representation, Marcia Tucker Books, 1995. Traducción de Carolina del Olmo y César Rendueles.

[3] MORENTE, Francisco: “Edward W. Soja o la reubicación del espacio en el debate de las ciencias sociales”, en Biblio 3W Revista bibliográfica de geografía y ciencias sociales, Vol. XVII, nº 977, Barcelona, 25 de mayo de 2012, pp.:1-2.

[4] SOJA, Edward W.: Postmetropolis. Estudios críticos sobre las ciudades y las regiones, Madrid, Traficantes de Sueños, 2008. Traducción de Verónica Hendel y Mónica Cifuentes, pp.: 17-25. Título original: Postmetropolis: Critical Studies of Cities and Regions, Los Ángeles, Blackwell Publishing, 2000.

[5] Ibid., p.: 42.

[6] MUMFORD, Lewis: El mito de la máquina. Técnica y evolución humana. Logroño, Pepitas de Calabaza, 2010. Traducción de Arcadio Rigodón, pp.: 9-26. Título original:  Technics and Human Development: The Myth of the Machine. Volume One, Harcourt Brace Jovanovich Publishing, 1967.

[7] SOJA, Edward W., op. Cit., pp.: 33-34.

[8] LEFEBVRE, Henri: The Production of Space, Cambridge, Mass., Blackwell, 1991. Traducción de Donald Nicholson-Smith, pp.: 11-12. Título original: La production de l’espace, París, Anthropos, 1974.

[9] SOJA, Edward W.: Thirdspace: Journeys to Los Angeles and Other Real-and-Imagined Places, Los Ángeles, Blackwell, 1996.

[10] SIMMEL, Georg: “Las grandes urbes y la vida del espíritu”, en El individuo y la libertad. Ensayos de crítica de la cultura, Barcelona, Península, 1986. Traducción de Salvador Mas, p.: 247. Título original: “Die Grosstädte und das Geistesleben”, en Jahrbuch der Gehe-Stiftung, IX, 1903.

[11] QUESADA, Fernando: Arquitecturas del Devenir. Aproximaciones a la performatividad del espacio, Madrid, Ediciones Asimétricas, 2014, pp.: 23-41.

[12] SIMMEL, Georg: “El conflicto de la cultura moderna”, en Revista Española de Investigaciones Sociológicas, n. 89, enero-marzo 2000. Traducción de Celso Sánchez Capdequí, p.: 316. Título original: Der Konflict der modernen Kultur, Berlín: Dunker & Humblot, 1918.

[13] MUÑOZ, María Teresa: La desintegración estilística de la arquitectura contemporánea (Tesis Doctoral 1982). Primera edición: Madrid, Molly editorial, 1998. Segunda edición: Madrid, Ediciones Asimétricas, 2012, pp.: 43-79.

[14] ZEVI, Bruno: Saber ver la arquitectura: ensayo sobre la interpretación espacial de la arquitectura, Buenos Aires, Poseidón, 1981 (cuarta edición). Título original: Saper vedere l’archittetura, Turín, Einaudi, 1948. Traducción de Cino Calcaprina y Jesús Bermejo Goday.

[15] VAN DE VEN, Cornelis: El espacio en arquitectura. La evolución de una idea nueva en la teoría e historia de los movimientos modernos, Madrid, Cátedra, 1981, pp.: 101-179. Título original: Space in Architecture, Assen (Holanda), van Gorcum & Comp. V. B., 1977. Traducción de Fernando Valero.

[16] Este punto de vista es mantenido principalmente por Benevolo y Frampton. BENEVOLO, Leonardo: Historia de la arquitectura moderna, Barcelona, Gustavo Gili, 1986 (6ª edición ampliada). Título original: Storia dell’architettura moderna, Roma/Bari, Laterza, 1960. Traducción de Mariucca Gelfetti, Juan Díaz de Atauri, Anna María Pujol í Puigvehí y Joan Giner. FRAMPTON, Kenneth: Modern Architecture: A Critical History (4ª edición revisada), Londres, Thames and Hudson, 2007. Edición original de 1980.

[17] SOLÁ MORALES, Ignasi. “Place. Permanence or Production”, en Davidson, Chyntia (ed.): Anywhere, Nueva York, Rizzoli, 1992.

[18] VAN DE VEN, Cornelis, op. Cit., pp.: 34-41.

[19] AVERMAETE, Tom: Another Modern: The Post War Architecture and Urbanism of Cadilis-Josic-Woods, Rotterdam, Nai Publishers, 2005.

[20] GIEDION, Sigfried: Space, Time and Architecture. The Growth of a New Tradition, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1959 (3º edición ampliada), pp.: 422-446. Edición original de 1941.

[21] HIDALGO HERMOSILLA, Aldo: “Los lugares espacian el espacio”, en Aisthesis nº 54, Revista del Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile, 2013, pp.: 55-71.

[22] OCKMAN, Joan: Architecture Culture 1943-1968. A Documentary Anthology, Nueva York, Rizzoli, 1993, pp.: 13-25.

[23] MUÑOZ, María Teresa: “La ética contra la modernidad”, en Cerrar el círculo y otros escritos, Servicio de Publicaciones del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, 1989, pp.: 59-79. Edición original en la revista Arquitecturas Bis, nº 27, Barcelona, marzo-abril 1979.

[24] VENTURI, Robert: Complexity and Contradiction in Architecture, Nueva York, The Museum of Modern Art, 1966. Un análisis muy reciente y bien informado es PETIT, Emmanuel:  Irony, or The Self-Opacity of Postmodern Architecture, Yale University Press, 2013.

[25] ROSSI, Aldo: L’Architettura della cittá, Venecia, Marsilio, 1966. Un análisis de la relación entre tipo y estructuralismo que mantiene su vigencia original es MARTÍ ARÍS, Carles: Las variaciones de la identidad. Ensayo sobre el tipo en arquitectura, Murcia, Ediciones del Serbal, 1977.

[26] LEFEBVRE, Henri, op. Cit., p.: 1.

[27] CACCIARI, Massimo: La ciudad, Barcelona, Gustavo Gili, 2010, p.: 9. Título original:  La cittá, Rímini, Pazzini Stampatore, 2004. Traducción de Moisés Puente.

[28] Ibid., pp.: 10-11.

[29] ARENDT, Hannah: La condición humana, Barcelona, Paidós, 2005, pp.: 61-88. Título original:  The Human Condition, Chicago, University of Chicago Press, 1958. Traducción de Ramón Gil Novales.

[30] SWYNGEDOUW, Erik: “The Antinomies of the Postpolitical City: In Search of a Democratic Politics of Environmental Production”, en International Journal of Urban and Regional Research, vol. 33.3, September, 2009, pp.: 603-604.

[31] Ibid., p.: 607.

[32] TAFURI, Manfredo: “Per una critica dell’ideologia architettonica”, en Contropiano, Materiali Marxisti, nº 1, 1969. AURELI, Pier Vittorio:  The Possibility of an Absolute Architecture, Cambridge, Mass., The MIT Press, 2011.