¿Por qué dos artistas que durante quince años han sido capaces de mantener su compañía en los circuitos internacionales y han gozado del reconocimiento más extenso deciden hacer una fortísima inversión en un centro de creación e investigación que las instituciones a las que competería ni se plantean? ¿Por qué asumir ese riesgo? ¿Por qué restar energías y recursos a Mal Pelo para concentrarlos en un proyecto cuya rentabilidad económica no parece muy alentadora y cuyo encaje cultural resulta en nuestro contexto tan problemático? Para María Muñoz la respuesta es sencilla (aunque no por ello menos sorprendente): el trabajo de grupo, después de quince años, ya no resolvía todas las inquietudes creativas que se estaban planteando y surgía la necesidad de hacerse preguntas nuevas, encontrar ideas que permitieran seguir avanzando en una búsqueda personal y artística, profesional y vital al mismo tiempo. Se trataba de propiciar encuentros, contrastar ideas, ofertar a los profesionales y a los jóvenes que inician su trayectoria creativa un lugar donde confrontarse con diferentes visiones, «una zona temporal de coherencia» -escribía Toni Cots- en que una diversidad de voces alentara nuevas miradas, desde lo visual, lo textual, lo identitario y lo corporal. María Muñoz, Pep Ramis, Toni Cots y Eduard Teixidor no tardaron mucho en darse cuenta de que esa necesidad era compartida por muchos creadores y que la total carencia de infraestucturas dedicadas a la investigación en este país hacía aún más necesaria la empresa. La respuesta que hasta el momento han tenido las actividades organizadas por el centro así lo demuestra. Y la pregunta entonces se invierte y se transforma en la siguiente: ¿por qué nadie antes ha sido capaz de detectar esa necesidad y por qué nadie antes ha asumido el riesgo económico y político de ponerla en marcha?

Cots, Muñoz, Ramis y Teixidor han rehuido el adjetivo «coreográfico» y el sustantivo «danza» y han preferido denominar su proyecto «centro de creación». Nada tiene que ver con los centros coreográficos del país vecino, que a finales de los ochenta la profesión reivindió inútilmente para el nuestro. Probablemente entonces habría tenido pleno sentido que artistas como Cesc Gelabert dirigieran una institicuión de esas características. Y la situación sería ahora muy diferente si los coreógrafos más brillantes de la generación que despuntó en los ochenta estuvieran al frente de esos espacios públicos cedidos sin presiones políticas a una gestión artística, casi privada, en la que también puede tener cabida (como ocurre en el centro de Montpellier, dirigido por Mathilde Monnier) una actividad de investigación, de intercambio, de procesos no finalistas. Tal vez entonces hubiera ocurrido una reacción contra ese modelo, se hubiera producido un fructífero diálogo y, por qué no, un conflicto creativo. Pero nada de eso ha sucedido, el tiempo ha pasado y no merece la pena seguir mirando al norte. Hay que dar respuestas a las inquietudes del presente, que son otras.

Esto no quiere decir que se renuncie al apoyo de las instituciones, ni que se descargue a éstas de sus responsabilidades. Ya que nuestra deficitaria cultura democrática aún no permite que la administración ceda infraestructuras a aquellos que tienen la necesidad y las ideas sin constreñirles en un modelo previamente diseñado, no queda más remedio que crear infraestructuras y a continuación solicitar el apoyo económico y político. Porque incluso para un proyecto tan generoso como el de L’animal a l’esquena son necesarios recursos económicos y materiales que protejan la búsqueda, que permitan ir más allá de los primeros y estimulantes encuentros entre los creadores y profundizar en un trabajo de investigación común, con tiempo y con medios.

El proyecto se presentó en septiembre de 2001: situado en las proximidades de Celrá, un pequeño pueblo de la provincia de Girona en cuyo municipio viven y trabajan desde hace quince años María Muñoz y Pep Ramis, el centro constará de una masía rehabilitada, que servirá de lugar de residencia para artistas y acogerá diversos espacios de trabajo, y una nave para ensayos y talleres. Lo que ahora se plantean los promotores del proyecto, constituidos en la asociación ACCES, es crear una Fundación con la participación de diferentes instituciones para poder acometer la restauración del edificio, la instalación en él de un laboratorio audiovisual y la puesta en marcha de un archivo de documentación de los procesos creativos, tres núcleos que, junto al estudio ya construido en su momento por María Muñoz y Pep Ramis, servirán de espacios para las sucesivas actividades organizadas por el centro.

Todas ellas tienen como punto de partida la reflexión sobre el cuerpo. «El cuerpo -escribía Cots- es siempre interrogativo»; de lo que se trata es de aproximarse a esa pregunta desde una multiplicidad de lugares, apostando por la multidisciplina, por la acumulación de miradas, evitando la seguridad de los caminos previamente recorridos por cada uno (sin que ello implique renunciar la memoria de los descubrimientos propios). Y es que el objetivo planteado es complejo: se pretende indagar las transformaciones que han ocurrido en el ámbito sensorial como consecuencia del devenir histórico de los últimos años, explorar y analizar un cuerpo «relacionado» y «contaminado», lugar de la experiencia y objeto de representación, con el fin de establecer nuevos posicionamientos personales, intelectuales y artísticos.

En este proceso ya no es suficiente la intuición (fuertemente reivindicada por Mal Pelo en su dimensión creativa): se requiere la colaboración de personas que han desarrollado su actividad en otros ámbitos de la práctica o el conocimiento. De ahí el interés de Toni Cots por los seminarios de reflexión, y el énfasis en la documentación y el acompañamiento teórico de los proyectos. Pero la intuición nunca sobra. Así lo evidenció Steve Paxton, cuando durante el primer taller organizado por L’animal en Celrà, sorprendió a los participantes en el mismo proponiéndoles hacer compost y reflexionar sobre la fisicalidad asociada a tal tarea. No es extraño, por tanto, que todo comenzara con una fiesta.

En un momento de esa larga noche en que vivimos la inauguración del centro, con la participación de numerosos artistas (creadores escénicos, musicales y visuales) que presentaron fragmentos de sus trabajos utilizando la nave, la masía y el entorno natural del centro, se vio a a alguien a lo lejos caminando por el campo con un animal cargado a la espalda. Por una parte, aquella imagen remitía a una preocupación esencial en el trabajo creativo de Mal Pelo y que ahora se trasladaba al centro: el interés por el movimiento y la mirada de los animales, la búsqueda de la fisicalidad en lo natural y lo cotidiano, la necesidad de reducir la distancia con el animal que somos o con el animal que cargamos… Por otra parte, aquella ilustración funcionaba también como un ejercicio de humilidad, reflejo de un voluntario alejamiento de cualquier tentación de soberbia artística. «Y es que si no trabajas con humildad -aseguraba Pep- «nunca puedes escuchar ciertas cosas.»

Escuchar es una de las actitudes básicas que se pide a quienes participan en las actividades del centro. No se trata de someter ni someterse a disciplinas, se trata de situarse en disposición de escucha, no se trata de aprender y enseñar, se trata de aguzar la observación, de cultivar la mirada. Esto genera una libertad y una tranquilidad creativas impensables en un proceso de producción convencional. Libertad y tranquilidad que pueden contagiarse, aunque éste no sea el objetivo, a los procesos de produccion posteriores, dando lugar a colaboraciones como la que se anuncia entre Andrés Corchero y Mal Pelo, o como la que dio lugar a Atrás los ojos, un espectáculo de una intensidad corporal y de una profundidad en el diálogo entre los lenguajes que sólo se explica a partir de una nueva disposición creativa propiciada por el trabajo en el centro.

Que un espectáculo como Atrás los ojos haya circulado tan poco en España, que, fuera de Cataluña, una creadora como María Muñoz siga actuando en algunos de los precarios espacios que la acogen (los mismos que acogen también a Jan Fabre o Rodrigo García), que tan pocos hayan tenido oportunidad de ver ese trabajo y por tanto tenga una escasa incidencia en el contexto cultural del Estado es una suerte para el Centro, que se beneficia del tiempo libre de Muñoz y Ramis, pero una desgracia para quienes nos preocupamos por la vitalidad de las artes escénicas, y una vergüenza para los responsables políticos y los técnicos culturales que se empeñan en el mantenimiento de modelos empobrecedores (aunque económicamente interesantes para unos cuantos).

María Muñoz y Pep Ramis, sin embargo, ya no están en la lucha por el grupo: ya no tienen nada que demostrar en ese campo. Su lucha es otra. Están decididos a entregarse por completo a un proyecto que les permite hacer aquello que realmente quieren hacer. Su trayectoria, y la de Toni Cots, les ha servido para avalarlo. Ahora la respuesta de los profesionales, la sensibilización del público de la zona y la multiplicación de las colaboraciones permiten pensar en un funcionamiento cada vez más autónomo.

Saben que este centro, como la mayoría de los proyectos culturalmente enriquecedores de este país, depende de su propia capacidad para mantenerlo activo, que mucho tendrían que cambiar las cosas para que una institución asumiera el coste sin imponer restricciones, y por ello han decidido trabajar despacio. Para evitar el cansancio que ha destruido tantas tentativas anteriores, para dar tiempo a que se vaya comprendiendo el sentido y la necesidad de esta iniciativa que rompe el estrecho marco de las políticas culturales locales y regionales, que rompe también la dinámica de la producción y los circuitos, y se instala desde el principio en un espacio de diálogo abierto, prescindiendo de fronteras disciplinares y también de fronteras nacionales, conscientes de que Montpelier está geográficamente más cerca de Celrá que Barcelona, pero que Vermont o Nairobi pueden estar también más cerca que Madrid. ¿Quién tiene que acercarse a dónde?