“Las palabras son las mismas, pero la puesta es briskiana”, dice el dramaturgo y actor Eduardo Pa-vlovsky, bromeando amigablemente y mirando de soslayo al actor Norman Briski, en esta ocasión director. El proyecto que los reúne es Poroto, pieza que se estrena hoy en el Teatro Calibán (México 1428) y es la última producción del autor de Rojos globos rojos, Telarañas, Pablo y otras obras de repercusión internacional. Poroto es en el original un texto literario fascinante, sin puntuación en algunos tramos e inspirador de imágenes. “Era consciente de que no estaba escribiendo una obra de teatro”, apunta el dramaturgo, que un día decidió leerle su trabajo a Briski, también puestista de otras históricas obras suyas (Potestad y El señor Galíndez). Mientras esto ocurre, sigue en cartel La Nube, que Fernando Solanas pensó, en parte, como un homenaje al teatro independiente en la figura del personaje que compone Pavlovsky.Briski percibió la teatralidad y “musicalidad” de una escritura que Pavlovsky creyó posible escenificar después de ver la trasposición que hizo el irlandés Mc Govern de Malone muere, El innombrable y Molloy, “las novelas menos teatrales de Samuel Beckett”. Esto fue en 1988, en el Lincoln Center de Nueva York. Pavlovsky estaba en esa ciudad, invitado a presentar Potestad y Pablo, en el marco de un festival dedicado a él y organizado por Paul Verdier en el Teatro Cherry Lane. La singularidad de aquella experiencia encontró cauce en Poroto. También esta obra podía circular como “voz en el escenario”. Fue así que la “máquina” Briski-Pavlovsky comenzó a funcionar, y abrió camino a “la utopía del riesgo alegre”, al gusto de seguir experimentando, como dicen uno y otro en la entrevista que conceden a Página/12 en Calibán, desde hace doce años el Teatro-Escuela de Briski, donde montó además obras propias (Rebatibles, Elecciones generales, Con la cabeza bajo el agua y otras).–¿Cómo se produce esa imagen escénica briskiana?–Es algo intuitivo. Buscaba una forma de salir del lugar del dramaturgo, y construir una conducta muy singular, como es la de Poroto, un fugitivo permanente. (Briski)–¿Lo asocian con una metáfora del juego? El subtítulo de la obra es “Historia de una táctica”…–No es un juego. Tampoco la huida de este personaje se construye como una fobia, sino que adquiere unidad de inteligencia. Quiere escapar de situaciones tóxicas, de ese tiempo que sentimos que perdemos, en el que nos encontramos capturados y obligados a decir algo. La estrategia de Poroto es aprender a huir y crear otras zonas de comunicación. (Pavlovsky)–Pienso que hay algo más importante que la huida: la estrategia con la que cree que va a modificar, a sensibilizar al otro. (Briski)–Poroto quiere huir anticipadamente de todos los encuentros, ¿no es eso miedo? También nosotros en este momento estamos expectantes, pensando en cómo saldrá esta nota…–Pero ninguno de nosotros está pensando cualitativamente en la manera en que se va a ir. El caso de Poroto es la superación de una fobia llevada a un hecho estético. Cuando recuerda momentos de juventud con Leo (su amigo y compañero de militancia en otra época), las manos de estos personajes parecen dos feroces gladiadores. Su estrategia es buscar una salida para la sobrevivencia. (Pavlovsky)–Sin embargo, desea en algún momento quedarse en el bar, junto al amigo, disfruta incluso “permaneciendo”, y hasta aparece el humor…–Sí, porque en el encuentro vuelven los recuerdos, los amores, su afecto por Leo… Permanecer es para él una sensación nueva en su naturaleza, y eso lo asusta. Cree estar cerca de la locura. (Pavlovsky)–Yo lo imagino como un hombre muy obsesivo, que necesita darle forma a las cosas, también a las salidas. Es un personaje muy contradictorio, y por eso muy teatral. (Briski)–Quisiera aclarar que con esta obra no queremos hacer teoría. Nuestro trabajo es artesanal y nada pretencioso. (Pavlovsky)–Esto se nota en el texto, donde hay mucho juego, humor y tristezas, como las de Leo, que debió exiliarse y parece recuperar algunas vivencias…–La obra contiene una historia y en ese aspecto posee una línea conductora, pero no quise que tuviera un discurso hegemónico, como era la pretensión en los años ‘60 y ‘70, sino fragmentado. Hay un público joven que entra por el fragmento, y que me interesa. (Pavlovsky)–No necesita el discurso…–Y con razón. Tienen bastante para desilusionarse. Creen en otras cosas, no en lo doctrinario. Me parece que están más ligados a la captación de una estética fragmentaria, a dejarse llevar por las impresiones. La figura que aparece en la bandeja de mozo que llevo en la obra, la asocian a la de un desaparecido, cuando la intención era mostrar a Poroto. (Pavlovsky)–Otros, en los preestrenos, opinaban que los bidones usados en la obra eran “contenedores de vida”. (Briski)–Entre tanta fantasía, ¿qué es Poroto?–Una pluralidad de sentidos: el teatro. Que me entusiasma, como si fuera una mujer. Porque para seguir hay que estar metido, enamorado. El teatro me gusta, no por lo que escribo sino por lo que me pasa. Esto de reunirnos con Briski, que hace de parroquiano (del café en el que transcurre la obra), y ensayar y descubrir siempre cosas nuevas con Susy Evans (que compone el papel de Poroto) y Elvira Onetto (Leo). (Pavlovsky)–Me gusta lo imprevisible de este teatro. Con Tato estamos asociados a una estética que no se institucionaliza. (Briski)–¿Es por elección que trabajan en los márgenes?–Yo no imagino a Poroto en otro lugar que no sea éste. Es una característica de mi teatro invadir los lugares marginales, algo que a veces se ha tomado como una postura política. Creo que éste es un momento oportuno para crear en los bordes y no correr el riesgo de quedar capturado por un foco de poder que te obligue a producir de una determinada manera. En los márgenes uno puede trabajar donde quiere y con quien quiere, y darse el gusto. En el extranjero, mis obras también se presentaron en lugares alternativos, salvo quizás las funciones con Jean Louis Trintignant, pero esto más por su prestigio que por el espacio. (Pavlovsky)–Cuando el teatro está sometido a normas, cuando se institucionaliza, se vuelve reiterativo y se autodestruye. Este que hacemos nosotros se siente en el cuerpo. Es una experiencia caso libertaria. No estamos ligados al poder, ni lo queremos. Lo nuestro es sensibilizar con humildad, “porotear” con el teatro. (Briski).