Cuerpo e imagen electrónica. Todavía nos sorprende que un medio efímero e inmaterial como el vídeo se implique con tanta intensidad con el cuerpo. La relación del video con la carnalidad del artista es tan antigua como la incorporación de la imagen videográfica a las artes plásticas. Desde fines de los 60, conviviendo con el uso de éste como testigo de acciones o eventos, y con los experimentos más formales, el hermanamiento cuerpo-cámara inició una andadura propia, que podría abarcar desde la declaración seminal de la creadora fluxus Shigeko Kubota: “sangro en pulgadas”, hasta la rotunda sentencia de la performer francesa Orlan en los 90: “ este es mi cuerpo, este es mi software”.

Por su parte, a finales del siglo XX, Claudia Giannetti, creaba un nuevo contexto para nombrar prácticas de esta performance finisecular, “ampliada por los medios electrónicos”:”la metaformance”, definida como una interrelación del cuerpo con la tecnología, en sus diversas modalidades electrónicas: holografía, infografía, robótica, vida artificial, realidad virtual o multimedias interactivos; y que en mi opinión, resulta fundamental emparentar con el acto dramático ya que en él tuvo su origen. El teatro no sólo fue el primer arte del cuerpo, también llevó a cabo la primera fusión de la corporalidad con la electrónica explotando muy pronto el trabajo del cuerpo del actor con la luz.

En cuanto a las temáticas que se abordan, la fusión de tecnología y carne profundiza en los mecanismos de atracción y rechazo que experimentamos hacia la tecnología, en la superación de la idea de lo humano tal y como se forjó en el humanismo; así como en la revisión de los conceptos de ritual y en la utopía de la “reunión de las artes”.

Hechas estas breves consideraciones, podríamos decir que en la presente edición de Videofronteras 2008, encontrándose muchos de los asuntos clásicos de la video-acción y la video-danza, éstos han sido revisados bajo ópticas nuevas y desde contextos culturales y geográficos diversos, siendo este aspecto uno de los aciertos del certamen, pues la historiografía y la “videografía” del video, tristemente sigue bebiendo demasiado del modelo anglosajón y no siempre se ocupa de otras latitudes como la latinoamericana.

Como conclusión constamos un buen nivel de piezas que nos permitió escoger trabajos muy distintos, representativos de un crisol de tendencias formales, y de asuntos.
La fusión cuerpo-luz aparece en Karo vertical (2007), de Fabian Kesler y Gabily Anadon. La coreografía de los cuerpos se integra en haces luminosos, en una potente metáfora de nuestra identidad eléctrica: “somos luz”.
Un contemporáneo autorretrato con el entorno me parece la obra Des-constru-yendo (2008), en doble pantalla, ejecutada por Eva Guerrero y Nuria Pérez en la que se trabaja la memoria de los espacios abandonados, exteriores e interiores… el paisaje versus naturaleza, y la poética del desecho y la de-construcción… en una pieza magníficamente rematada.
Rescatando la energía interna del cuerpo, tenemos una micro-acción no por leve menos intensa y bella: Tacones (2008) de Sabrina Guzmán, que juega con el grafismo ideando un videopoema.
Concentrada en el plano corto y en el blanco y negro, que le aportan mayor plasticidad, Leveza (2008) de Isabel Costa y Sonia Armengol es un orgánico baile con el barro y la cámara, una danza primigenia en la que la pantalla llega a transpirar.
Recogiendo la tradición de los vídeos de confinamiento y encierro, y de exploración de límites, en In_Pressoes sobre azulejos (2008) los movimientos del cuerpo en un acotado espacio azulejado desvelan procesos mentales, en una acción de múltiples lecturas que reinventa el accionismo sobre la identidad de las primeras décadas.
Por su parte, Aperitivos Campestres (2008) de Vivian Vázquez es un acertado ejercicio de cuerpo expandido a través de la cámara. Con humor, sencillez y sensibilidad ésta se convierte en prolongación de los miembros del portador, y la pantalla nos permite experimentar sus vivencias en la naturaleza y trasladarnos su recetario de impresiones táctiles, auditivas, olfativas y visuales… Las fragancias, los ruidos del bosque que se funden con la respiración o con la maquinaria de la cámara nos llegan inmediatos.
Reinterpretando con aires nuevos el concepto del traje como “segunda piel”, Ropas (2007) de Inma Guerra, adopta una formula coreográfica sencilla en su vertiginosa coreografía de cambios de indumentaria, en la que la materialidad de las telas y sus motivos termina imponiéndose abstracta sobre el cuerpo.

De carácter muy distinto es la magnífica obra de Xoan Anleo:
Sin tránsito (Puente) (2007). Diseñada y ejecutada por Chevy Muraday esta videodanza logra con una factura impecable hablarnos de la extensión del cuerpo en la arquitectura, al tiempo que reflexiona sobre la soledad, la nostalgia y los vínculos afectivos perdidos con el entorno.
Entroncando con el espíritu del arte relacional actual, la obra de Dani Silvo,
Juegos de frontera (2008), recupera la capacidad de la imagen videográfica para filtrar el tiempo real en un registro rebosante de frescura y canto a la vida. Y como cierre del ciclo, Zaratustra en el desierto (2008) de Miguel Antón también homenajea las piezas seminales de los 70 en un trabajo de exploración de límites físicos y psicológicos. La cámara logra transmitirnos la atosigante acción sensorial que vive el protagonista en el desierto. La pantalla suda.

En definitiva, los medios electrónicos incorporados al cuerpo, permiten explorar las complejas negociaciones entre realidad, ficción, cuerpo y virtualidad. A lo largo de cuatro décadas de video, la maleabilidad de este soporte ha sido idónea para hablarnos de identidad desde parámetros sutiles y laberínticos como el reflejo, la sombra, el fragmento o el doble…
Y aunque incorporemos nuevos prodigios técnicos, el creador, nunca está muy lejos de ese acto intimo y narciso a un mismo tiempo, de enfrentarse a su cámara en la soledad del estudio como Bruce Nauman en sus célebres videoacciones. Dejando la cámara fija, Nauman aparecía y desaparecía ante nuestros ojos en un tiempo indefinido, interrumpido, frágil, inaugurando el autorretrato discontinuo y en movimiento.